La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 19: Entre el Deber y el Corazón

Azrael observaba el horizonte desde la cima de un rascacielos, la ciudad brillando ante él como un mar de luces. Los murmullos de la vida humana se elevaban hasta sus oídos, pero aún sentía una desconexión, como si estuviera atrapado en una burbuja entre su deber celestial y sus propios sentimientos. La misión que le había sido encomendada por Dios aún era clara en su mente: evaluar la humanidad, determinar si realmente había esperanza para la raza humana o si debían ser dejados a su destino, arrastrados por la maldad que los envolvía. Pero en los últimos días, su mente había sido invadida por pensamientos que no podían ser ignorados.

Pensamientos sobre Isabella. Su alma. Su ser. El amor que sentía por ella.

La brisa nocturna soplaba con suavidad, agitándole el cabello corto. Azrael era un ser imponente, con su piel blanca como la nieve, sus ojos brillantes y profundos, pero lo que más destacaba de él era la fuerza de su presencia. La barba perfectamente delineada y su porte masculino daban la sensación de que estaba hecho para dominar el espacio que ocupaba, pero en su interior había una tormenta, una guerra que no sabía cómo ganar.

En su memoria, los recuerdos de Sophie seguían presentes, pero de una manera muy diferente ahora. Ya no sentía dolor ni angustia al pensar en ella. Había sido un amor verdadero en otro tiempo, pero la conexión con Sophie había quedado atrás. En su corazón, Sophie era un capítulo cerrado, una etapa de su vida que había servido para enseñarle lo que el amor era realmente, lo que el sacrificio significaba. Ella ya no tenía un espacio en su corazón. El pasado se desvanecía lentamente, y el futuro lo tenía Isabella, quien había logrado penetrar sus defensas de una forma que ni él mismo podría haber previsto.

El amor que sentía por Isabella era diferente. Era algo nuevo, algo que no podía comprender completamente, pero sabía que era real. Cada vez que la veía, algo se encendía en su interior, una chispa que lo mantenía despierto, un fuego que nunca antes había experimentado. La primera vez que la vio, había sido una presencia suave, cálida. Pero ahora, Isabella era una tormenta que había arrasado con todo lo que conocía sobre su existencia como ángel. Ella no solo tocaba su alma, sino que transformaba cada uno de sus pensamientos.

Dio un paso hacia la puerta de cristal del rascacielos y salió al exterior, decidido a encontrarla. A pesar de la lucha interna, de la misión que no podía abandonar, de los recuerdos de un pasado lejano con Sophie, lo que le importaba ahora era estar con Isabella. El destino de la humanidad podía esperar. El mundo podía seguir girando, pero su conexión con Isabella no podía ser ignorada.

Azrael caminó por las calles de la ciudad, el bullicio de la vida humana a su alrededor no era algo nuevo, pero nunca lo había experimentado de esta forma. Observaba a las personas que pasaban a su lado, absortas en sus propios mundos, y sentía una desconexión, como si su existencia fuera una extensión de todo eso pero, al mismo tiempo, fuera un observador distante. Podía ver el sufrimiento, la angustia, y la desesperanza en muchos de los rostros que encontraba, pero también podía ver destellos de bondad, de generosidad. La humanidad no estaba perdida, aún había algo en ellos que merecía la salvación. Algo que él debía proteger.

El pensamiento lo atormentaba, pero no tanto como el que lo asaltaba cada vez que pensaba en Isabella. Su conexión con ella lo hacía dudar. ¿Podía un ser como él, un ángel con una misión divina, tener derecho a lo que sentía por ella? ¿O estaba siendo arrastrado por la fragilidad humana que nunca había experimentado? No lo sabía. Pero algo en su corazón le decía que no importaba lo que él pensara. Lo que importaba era lo que sentía.

Finalmente llegó al café donde siempre la encontraba, y allí estaba, como siempre, sentada junto a la ventana, con la mirada pensativa, el cabello recogido en una coleta que no podía ocultar la belleza que irradiaba. Isabella levantó la vista cuando lo vio llegar, y sus ojos se encontraron. Por un momento, todo lo demás desapareció. El mundo, las dudas, las tensiones de su misión, todo se desvaneció mientras él contemplaba la pureza de su alma reflejada en sus ojos.

Azrael se acercó a ella, la vista fija en su rostro, y al instante, la sensación de paz lo invadió. Como si la ansiedad que lo había estado atormentando durante tanto tiempo comenzara a desvanecerse en su presencia. Era increíble cómo alguien tan simple, tan humana, podía ejercer tanto poder sobre él.

"Azrael," susurró ella, con la misma suavidad de siempre. Su voz era como un bálsamo que calmaba las heridas más profundas de su alma. "¿Dónde has estado?"

"No lo sé," respondió él, sentándose frente a ella. "Perdido, tal vez. O mejor dicho, buscando algo que no sabía que necesitaba."

Isabella lo miró fijamente, su mirada penetrante, como si pudiera ver directamente dentro de él, escudriñando cada rincón de su alma. "¿Sabes lo que buscas, Azrael? Porque yo creo que ya lo has encontrado."

Azrael frunció el ceño, sintiendo una leve presión en su pecho. "No estoy seguro de nada, Isabella. Hay demasiadas cosas que no entiendo."

"Tal vez no se trata de entenderlo todo," dijo ella suavemente, tomando su mano. "A veces, lo único que necesitamos es sentir."

Él cerró los ojos, sintiendo el contacto de su mano, la calidez de su piel. La tentación de rendirse, de dejarse llevar por este sentimiento tan humano y tan extraño para él, lo invadió. Pero, en el fondo, sabía que no podía. Su misión aún no había terminado. ¿Qué sucedería si abandonaba todo por ella? ¿Sería capaz de cargar con el peso de ese sacrificio?

Isabella pareció leer sus pensamientos, y sin soltar su mano, le dijo: "No tienes que elegir entre tu misión y tus sentimientos. Tu misión no te define. Eres más que eso, Azrael. Lo sabes."

Esas palabras resonaron en su mente como un eco. Isabella no lo veía como un ángel. Ella lo veía como él realmente era. Un ser con deseos, con dudas, con miedos. Y, por primera vez en mucho tiempo, Azrael sintió que estaba en el lugar correcto. No importaba lo que le esperara. Él no podía negar lo que sentía por ella.




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