La niebla que cubría la ciudad parecía una cortina, oscura y pesada, que lo mantenía separado del mundo que había conocido. Azrael caminaba por las calles vacías, sus pensamientos atrapados en los ecos de un pasado que no podía evitar. Aunque en su interior deseaba centrarse en Isabella, había algo dentro de él que le impedía hacerlo completamente. Algo que lo llamaba, que lo atraía hacia un lugar que aún no comprendía.
Aquel chico que había entrado al refugio la noche anterior había mencionado algo que resonaba en su alma, algo que Azrael no podía ignorar. No solo las sombras parecían acercarse a la humanidad, sino que había una fuerza oculta en el aire, algo que manipulaba todo desde las sombras, detrás de la oscuridad misma.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó en voz baja, como si el viento pudiera responderle.
Su presencia seguía intacta, inquebrantable, y las voces de los humanos parecían desvanecerse al contacto de su ser. No obstante, lo que él sentía dentro de sí era un creciente caos, una lucha interna que nunca antes había experimentado.
Esa misma noche, se encontró con Isabella nuevamente. Ella no preguntó nada, simplemente lo observó, como si ya conociera la tormenta que azotaba su alma. Su mirada penetrante parecía leerlo todo, y por alguna razón, eso lo hacía sentirse vulnerable. Y por primera vez, no le desagradaba.
—¿Qué te pasa, Azrael? —le preguntó, con esa suavidad que solo ella parecía saber transmitir.
Azrael desvió la mirada, intentando mantener su compostura.
—No es algo que pueda explicar —respondió, mientras sus ojos recorrían las calles oscuras—. Algo más está sucediendo aquí. Algo que no puedo controlar.
Isabella lo observó en silencio, como si estuviera esperando que él finalmente se abriera. Pero Azrael estaba acostumbrado a mantener su guardia, y aunque sabía que había algo especial en ella, aún no estaba listo para revelar sus miedos.
—Tienes miedo —dijo ella, como si hubiera leído su mente.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Ella no sabía cuánto, pero lo había dicho en voz alta. En todos sus siglos, nunca había experimentado algo tan aterrador como el miedo a lo desconocido, y más aún, el miedo a perder aquello que aún no comprendía del todo.
—Lo que tengo no es miedo —replicó, con firmeza—. Es incertidumbre.
Isabella no insistió. De alguna manera, ella entendía que, aunque él estuviera cerca, aún había mucho de él que seguía oculto. No solo para ella, sino para él mismo.
Esa noche, mientras ambos caminaban hacia el refugio, algo extraño sucedió. El aire se volvió denso, pesado, y Azrael sintió una presencia oscura acercándose. Era como si alguien o algo estuviera al acecho, esperando a que cometiera el mínimo error para atacarlo.
—¿Lo sientes? —preguntó Isabella, mirándolo fijamente.
Azrael asintió lentamente, su cuerpo tenso ante la amenaza invisible que sentía acercándose.
—No estás imaginándolo. Algo nos observa —dijo, su voz grave.
De repente, una sombra oscura emergió de la nada, tomando forma delante de ellos. Era como una niebla densa que se elevaba del suelo, una entidad que parecía alimentarse de las tinieblas. Azrael se adelantó, protegiendo a Isabella con su cuerpo, mientras sus ojos se llenaban de una energía puramente celestial.
—No te acerques —ordenó Azrael, con voz firme.
La sombra no respondió, solo se desplazaba con una velocidad sobrenatural, como si estuviera en busca de algo… o alguien. Sin previo aviso, la figura se lanzó hacia ellos.
Azrael extendió su mano, conjurando una barrera de luz celestial que los envolvió. La sombra chocó contra la barrera, emitiendo un sonido sordo de frustración. Azrael sentía cómo la oscuridad luchaba, pero la luz era más poderosa. Sin embargo, sabía que no sería por mucho tiempo.
—¿Qué es eso? —preguntó Isabella, con los ojos fijos en la figura que batallaba contra la barrera.
—No lo sé... pero algo me dice que no es la última vez que lo veremos —respondió Azrael, mientras la barrera de luz comenzaba a desvanecerse.
En ese momento, la sombra se desvaneció tan rápidamente como había aparecido, y todo volvió a la calma. El aire, que antes se sentía denso, ahora parecía más ligero. Pero la sensación de peligro no se había ido. Había algo más grande y más oscuro acechando, algo que no solo amenazaba a Azrael, sino también a Isabella.
Azrael la miró, y por un breve instante, sintió una conexión más profunda con ella. Algo más que una simple humanidad. Algo que lo unía a ella de una manera que ni él podía comprender.
—Debemos estar preparados —dijo Azrael, rompiendo el silencio.
Isabella lo miró, asintiendo lentamente. Había más en esta lucha de lo que ella imaginaba, y no estaba dispuesta a quedarse atrás.