La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 29: La Voz del Juicio

La noche había caído sobre la ciudad como un manto espeso y silencioso. Las calles, que durante el día bullían con voces, motores y pasos, ahora estaban teñidas de una calma extraña. No era una quietud natural, sino una que traía consigo un presagio, como si el universo contuviera la respiración en espera de lo inevitable.

Azrael sentía esa presión en su pecho mientras caminaba por el parque solitario. La brisa era fría, cargada de un aroma a ozono que le resultaba familiar. Había algo en el aire, algo que pertenecía a su mundo, al Reino que había dejado atrás.

Se detuvo junto a un árbol enorme de ramas desnudas. Cerró los ojos y permitió que el silencio lo envolviera. Pero no duró mucho.

Una voz profunda y resonante rompió la paz.

—Has cambiado, Azrael.

El arcángel giró lentamente. Frente a él, de pie sobre el césped como si flotara por encima del suelo, se encontraba un ser cubierto por una túnica blanca con bordes dorados. Su rostro era sereno, pero su mirada era dura como el mármol. Ojos del color del hielo brillaban bajo una cabellera corta de plata. No necesitaba presentación.

—Caelum —pronunció Azrael, con un leve suspiro de resignación—. Sabía que tarde o temprano aparecerías.

—Dios ha sido paciente contigo —dijo Caelum, con voz firme, sin una pizca de emoción—. Pero incluso la paciencia celestial tiene límites. Has transgredido el propósito original de tu misión.

—¿Y cuál es esa transgresión? —preguntó Azrael, cruzando los brazos—. ¿Observar? ¿No sentir? ¿No aprender? Si eso querían, habrían enviado a una estatua.

—Tu juicio está nublado por el afecto —replicó Caelum—. Por una humana.

El nombre no fue dicho, pero ambos sabían que se refería a Isabella.

—No es solo afecto —respondió Azrael con serenidad, aunque por dentro la tensión lo devoraba—. Es conexión. Ella me ha hecho ver lo que los ojos del cielo no ven desde arriba. El dolor humano... su esperanza... su lucha.

Caelum lo observó sin parpadear, como si analizara cada célula de su ser.

—Has olvidado lo más importante, Azrael. Tú no eres uno de ellos.

—No, pero tampoco soy el mismo que era cuando llegué —replicó con firmeza—. No puedes entenderlo porque nunca te han enviado aquí. Tú obedeces sin cuestionar.

—Y por eso el Reino aún me confía sus juicios.

Azrael apretó los puños. Sabía que Caelum no estaba allí solo para advertirlo. Lo habían enviado como un símbolo de autoridad. Y si no regresaba voluntariamente... entonces él haría lo que fuera necesario para cumplir con su deber.

—¿Qué pretendes hacer? —preguntó finalmente.

—Te doy tres días —declaró Caelum—. Para que te alejes de esa humana y regreses. Si no lo haces… el juicio caerá sobre ti y sobre ella.

El silencio que siguió a sus palabras fue más helado que el aire mismo.

—No le harás daño —gruñó Azrael.

Caelum no respondió. Simplemente giró sobre sus talones y desapareció en un destello plateado que se desvaneció como polvo en el viento.

Isabella se despertó esa madrugada con el corazón acelerado. Había tenido un sueño extraño: una figura luminosa descendía del cielo, arrasando todo a su paso. Y en medio de la destrucción, ella veía a Azrael, de pie, atrapado entre la luz del cielo y la oscuridad de la tierra.

Se levantó, caminó hacia la ventana y miró al cielo. Las estrellas parpadeaban como si quisieran advertirle algo. Un escalofrío recorrió su espalda.

—¿Qué está pasando, Azrael? —susurró.

Esa mañana, Azrael la encontró en la cafetería donde solían verse. Pero no era el mismo. Estaba más tenso, su mirada era distante, como si estuviera librando una guerra silenciosa.

—¿Estás bien? —preguntó ella, colocando su mano sobre la suya.

Él asintió, pero su silencio decía lo contrario.

—¿Pasó algo?

Azrael la miró, su rostro hermoso y sereno, pero sus ojos estaban turbios. Finalmente, dijo:

—Me han dado un ultimátum.

—¿Quién?

—Un mensajero del Reino. Uno que no conoce la compasión.

Isabella se quedó quieta. No entendía completamente qué significaba eso, pero sí sabía que algo se avecinaba. Algo que podía cambiarlo todo.

—Entonces, ¿te vas a ir?

Azrael la miró con tal intensidad que por un momento, el tiempo pareció detenerse.

—No lo sé aún. Pero si me quedo... ellos no se quedarán de brazos cruzados.

Ella apretó su mano con fuerza.

—Entonces quédate. Y luchemos.

Caelum observaba desde lo alto de un edificio, sus ojos fríos fijos en la pareja. En su interior no había odio, ni envidia, solo una convicción inquebrantable. Para él, los sentimientos eran un lujo que los emisarios del juicio no podían permitirse.

Pero incluso él, en lo más profundo, sintió una punzada de algo cuando vio cómo ella tomaba la mano de Azrael.

—El corazón de los humanos... siempre el mismo —murmuró.

Y sin más, desapareció con una ráfaga de luz.




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