La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 30: El Último Llamado

Azrael se encontraba una vez más en la Tierra, pero algo había cambiado. El aura de la ciudad parecía más densa, como si el aire estuviera cargado de una energía pesada, casi palpable. Los edificios, las calles llenas de personas, y el bullicio de la vida cotidiana parecían envolverlo en una maraña de emociones contradictorias. Él, que había sido un ser celestial por milenios, estaba comenzando a comprender lo que significaba ser verdaderamente humano. Y aunque en sus pensamientos rondaban las figuras de Sophie e Isabella, era con esta última con quien su conexión se profundizaba cada día más.

El encuentro con Sophie, aquel reencuentro que había desbordado su mente durante tanto tiempo, había dejado huellas que aún no se borraban por completo. Sin embargo, él había decidido no dejar que esos recuerdos opacaran lo que estaba construyendo con Isabella. Sophie representaba su pasado, pero Isabella, sin saberlo, era su futuro.

Azrael se encontraba en una pequeña cafetería, un lugar discreto en las afueras de la ciudad, donde solía ir a reflexionar. En ese instante, su teléfono vibró sobre la mesa. Miró la pantalla, y el nombre de Isabella apareció. Un leve suspiro escapó de sus labios, algo que rara vez permitía, incluso cuando estaba solo. Contestó.

—¿Azrael? —La voz de Isabella, suave pero cargada de una inquietud que él conocía bien, resonó al otro lado de la línea.

—Estoy aquí, Isabella —respondió él, manteniendo un tono tranquilo. Aunque su interior estaba en guerra, él nunca permitiría que ella percibiera su confusión.

—He estado pensando mucho en todo lo que ha pasado... —dijo ella, su voz vacilante. Azrael la había escuchado hablar en muchas ocasiones con claridad, pero ahora notaba la duda. La misma que él sentía.

El arcángel cerró los ojos un momento, deseando poder estar allí con ella, sentir su presencia. En su mente, las imágenes de su conexión pasada con Sophie se disipaban lentamente, dejando espacio para la urgencia que sentía al estar con Isabella. Había algo en su alma que la llamaba, como si su propósito ahora residiera completamente en ella.

—Lo sé, Isabella —respondió Azrael, controlando sus emociones. Había algo en sus palabras, algo que le dolía profundamente, como si ella ya intuyera la verdad—. Yo también he estado pensando en nosotros... en lo que somos ahora.

Una pausa pesada llenó la llamada. Azrael podía oír su respiración, suspendida en el aire. Y entonces, con suavidad, ella continuó.

—No sé qué está pasando entre nosotros... —dijo, con un leve temblor en la voz—. Pero siento que hay algo más, algo que ni tú ni yo podemos negar.

Azrael apretó los dientes. No podía dejar que su vulnerabilidad se apoderara de él. No aún. Estaba en una misión, una misión que iba mucho más allá de lo que cualquier ser humano podría entender. Pero su corazón, aunque no lo admitiera, latía con fuerza cuando pensaba en Isabella. La conexión era real, mucho más de lo que cualquier palabra podría describir.

—Tienes razón —dijo, al fin, con voz firme, pero suave—. Hay algo aquí, algo que no podemos ignorar. Pero también hay algo que debemos entender, un camino que debemos recorrer, uno en el que debo estar completamente presente para ti.

Isabella guardó silencio. Azrael sabía que sus palabras no resolvían el dilema que ambos enfrentaban, pero al menos eran un paso hacia la verdad.

El arcángel se levantó de su asiento, el sonido de la silla arrastrándose por el piso de madera resonó en la quietud del lugar. Mientras caminaba hacia la puerta de la cafetería, no podía evitar sentir que algo estaba a punto de cambiar. Y aunque la misión que tenía por delante se volvía más complicada, no podía ignorar lo que sentía por Isabella.

—Nos vemos pronto, ¿verdad? —preguntó ella, con una calma que solo él podía reconocer como el reflejo de una mente alerta.

—Sí —respondió Azrael, decidido, mientras salía al frío de la tarde. Su mirada se centró en el horizonte, como si el destino de la humanidad y el suyo propio estuvieran a punto de entrelazarse de una manera irrevocable.

El silencio de la ciudad envolvía todo, pero en el corazón de Azrael, había una tormenta que se desataba, una lucha interna que podría cambiar no solo su futuro, sino el de todos los que lo rodeaban.

Y él lo sabía.

El tiempo se agotaba.




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