Azrael caminaba en silencio por el jardín celestial, sus pasos eran casi inaudibles, como si las propias piedras del camino no quisieran perturbar sus pensamientos. El cielo, generalmente radiante y lleno de una calma imperturbable, ahora parecía oscuro, tan sombrío como el nudo que se había formado en su pecho.
Desde su llegada a la Tierra, había sentido una lucha interna constante, pero ahora la carga parecía más pesada. La misión estaba clara: debía juzgar a la humanidad, observar sus actos y determinar si aún había esperanza. Sin embargo, en los últimos días, una nueva complicación había surgido: Isabella.
El corazón de Azrael, una parte de él que creía congelada y ajena, había comenzado a latir con fuerza cada vez que la veía. La atracción, el deseo de protegerla, de estar cerca de ella, lo confundía. ¿Cómo podía un arcángel, un ser creado para servir al juicio divino, permitir que sus propios sentimientos se interpusieran en una misión tan trascendental?
“Esto no es correcto,” se dijo a sí mismo, deteniéndose en su caminar. La voz de su propio juicio resonaba en su mente. “El amor es una debilidad. Los sentimientos son una carga.” Era lo que siempre había creído, lo que se le había enseñado. Sin embargo, cada vez que Isabella lo miraba, cada vez que sus ojos se encontraban, esos pensamientos se desmoronaban.
Al volverse, vio a Elías acercándose, un hombre que, sin saberlo, había sido una de las primeras personas en desafiar sus creencias sobre la humanidad. Elías, con su calma casi etérea y su mirada siempre penetrante, parecía entender más de lo que mostraba.
—Azrael —dijo Elías con suavidad, como si ya supiera lo que su amigo necesitaba escuchar—, llevas días caminando en círculos. ¿Qué te sucede?
Azrael suspiró, su mirada perdida en el horizonte. “¿Por qué me cuesta tanto ver el final de esta misión? Cada día que paso cerca de ella, siento que todo cambia. Ella... me hace dudar.”
Elías se acercó más, colocando una mano en el hombro de Azrael. “La duda es una parte natural del proceso. Has estado enfrentando mucho más de lo que crees. Pero en este momento, la verdadera pregunta no es si ella cambiará tu misión, sino si tu corazón cambiará lo que crees sobre la humanidad.”
Azrael lo miró, pero no hubo respuesta inmediata. ¿De verdad había algo más que simplemente juicio en su relación con Isabella? La forma en que su presencia lo calmaba, la manera en que sus conversaciones lo desafiaban... Nunca antes había sentido esa conexión.
“¿Qué haría si me quedara con ella?” pensó Azrael, pero esa pregunta parecía más peligrosa que cualquier otra cosa que hubiera enfrentado antes.
Elías, notando el silencio y la confusión en sus ojos, decidió seguir. “El amor no siempre debilita. A veces, es el combustible que necesitamos para ser más fuertes, para hacer lo correcto.”
Azrael se apartó un paso, dudoso. “No sé si estoy listo para hacerle frente a todo lo que eso implica. La misión... ella...” No podía seguir, porque sabía que sus palabras ya estaban llenas de contradicciones.
En ese momento, un destello luminoso apareció en el cielo. El consejo celestial, una entidad que supervisaba las misiones de los ángeles, había hablado. La voz retumbó en la mente de Azrael, como si el cosmos entero lo estuviera observando. “Azrael, no olvides por qué estás en la Tierra. La humanidad necesita ser juzgada, y tu afecto por ellos no puede nublar tu juicio.”
La voz de la autoridad celestial fue clara, firme. Azrael sabía que no podía ignorarla, pero aún sentía una creciente presión en su pecho. ¿Era realmente tan fácil separar lo que sentía por Isabella de lo que debía hacer como arcángel?
Elías se retiró, dejando a Azrael con sus pensamientos. “La verdad siempre se encuentra al final de la lucha, Azrael. No la evites.”
Azrael miró el cielo, sabiendo que las palabras de Elías eran ciertas. Pero aún no sabía qué decisión tomar.