La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 36: Voces del Silencio

La ciudad dormía bajo un manto de neblina, como si la tierra misma intentara ocultarse de las verdades que estaban por revelarse. El amanecer apenas insinuaba su presencia cuando Azrael se detuvo frente a la antigua biblioteca abandonada en el centro del pueblo. Era un lugar que el tiempo parecía haber olvidado, pero él no.

Las huellas energéticas que había sentido la noche anterior lo guiaron hasta allí. Una especie de eco celestial había vibrado en el aire, como una advertencia. Su instinto, pulido por milenios en los cielos, le decía que algo o alguien estaba despertando.

El ángel caminó entre los estantes polvorientos, sintiendo la carga espiritual del lugar. Una voz suave rompió el silencio.

—Sabía que vendrías —dijo Elías, emergiendo de las sombras con una linterna en la mano y una expresión decidida en el rostro.

Azrael entrecerró los ojos. Había empezado a notar un cambio en Elías. El joven ya no parecía solo un testigo pasivo de los hechos. Había algo en su mirada, una profundidad que antes no estaba ahí.

—¿Quién eres realmente, Elías? —preguntó Azrael, sin rodeos.

Elías bajó la linterna y la colocó sobre una mesa de lectura cubierta de telarañas.

—No lo sé con certeza —respondió—. Pero desde niño he tenido sueños… visiones que no comprendo. Voces que me llaman por un nombre que no es el mío. Anoche, una de esas voces me susurró que debía traerte aquí.

Azrael sintió un estremecimiento. Las palabras de Elías no eran casualidad. Había profecías antiguas sobre humanos que servirían de puente entre los cielos y la tierra, y parecía que Elías estaba despertando a su verdadero propósito.

—Podrías ser un mediador —dijo Azrael con cautela—. Alguien destinado a ver más allá del velo.

Elías asintió, como si esa palabra le resultara familiar, como si ya supiera lo que significaba.

Mientras conversaban, un libro cayó solo de una estantería al fondo. Ambos se sobresaltaron. Azrael se acercó y lo tomó. Era un manuscrito antiguo, cubierto de símbolos arcanos que solo un ser celestial podría comprender por completo.

—Esto no estaba aquí antes —susurró Elías.

Azrael abrió el libro, y sus ojos se encontraron con una ilustración que le cortó el aliento. Era una imagen de él… con alas desplegadas, en medio de una batalla celestial. Pero no estaba solo. A su lado, otra figura alada: Sophie.

El ángel cerró el libro bruscamente.

—El pasado sigue buscando la forma de alcanzarme —murmuró.

—¿Quién es ella? —preguntó Elías con curiosidad.

—Alguien que fue parte de mi historia… pero que ya no define mi destino —respondió Azrael, con la voz teñida de firmeza.

La imagen le recordó cosas que ya había decidido dejar atrás. Sophie había sido importante en otra vida, pero ahora su corazón y sus decisiones giraban en torno a Isabella. Ella representaba el presente, el propósito que debía cumplir en la Tierra.

Esa noche, al regresar a casa, encontró a Isabella despierta, mirando por la ventana con una expresión de inquietud.

—Siento que algo está por pasar —dijo ella sin mirarlo.

Azrael se acercó por detrás y colocó una mano en su hombro.

—No estás sola —le susurró—. Pase lo que pase, lucharé por protegerte… y por proteger lo que estamos construyendo juntos.

Isabella se volvió hacia él, y en sus ojos había confianza, pero también temor. Sabía que no era una promesa ligera. Sabía que el mundo que conocía podía desmoronarse en cualquier momento.

Pero también sabía que Azrael ya no era solo un ángel. Era su ángel. Y ella, su ancla en este mundo.




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