La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 39: La Luz Que Despierta

La mañana siguiente amaneció con una calma sospechosa. El sol bañaba el pueblo con una tibieza que parecía querer cubrir las heridas de la noche anterior. Pero la herida más profunda no era visible a simple vista: el miedo había echado raíces, y su sombra se extendía por cada rincón.

Isabella se encontraba frente al altar de la iglesia, sola, con la mirada clavada en el vitral que representaba al arcángel Miguel venciendo al demonio. No podía dejar de pensar en el sueño, en el niño de ojos dorados y en lo que le había dicho. Algo dentro de ella parecía despertarse, como una llama que comenzaba a arder en lo profundo de su pecho.

Azrael entró en silencio. La observó durante unos segundos, reconociendo en su aura una vibración distinta, más intensa.

—Has cambiado —dijo con voz suave.

Isabella giró hacia él. Sus ojos brillaban de forma inusual, como si contuvieran una energía que antes no existía.

—Lo sentí anoche... como si algo dentro de mí se hubiera abierto. Como si hubiese una voz hablándome desde un lugar muy antiguo.

Azrael asintió.

—Quizá ya era hora.

Ella frunció el ceño, confundida.

—¿Hora de qué?

—De que empieces a entender quién eres realmente —respondió él, acercándose—. No solo eres una pieza más en esta historia. Eres parte del equilibrio. Lo supe desde que puse un pie en la Tierra... pero ahora tú también debes saberlo.

Isabella parpadeó, perpleja.

—¿Estás diciendo que... yo no soy completamente humana?

Azrael negó con la cabeza.

—Sí lo eres. Pero no solo eso. Hay una luz en ti que no es común. Algunos humanos nacen con ella, aunque la mayoría jamás la despierta. Tú has comenzado a hacerlo.

Elías apareció en la entrada del templo, interrumpiendo la conversación. Su rostro estaba desencajado.

—Tenemos un problema. Sariel… está hablando con la gente del pueblo. Abiertamente. Está haciéndose pasar por un enviado celestial. Está manipulándolos con palabras hermosas... y muchos le creen.

Azrael apretó los dientes. Sariel estaba dando el siguiente paso. No solo quería destruir desde las sombras, ahora deseaba ganarse el corazón de los humanos para luego quebrarlos desde dentro.

—Tenemos que ir —dijo Isabella con firmeza.

Azrael la miró con sorpresa, pero también con una creciente admiración.

—No puedes enfrentarlo aún.

—No voy a enfrentarlo —respondió ella—. Solo quiero ver qué clase de mentira está sembrando en los corazones de quienes amo.

El trío llegó a la plaza del pueblo. Una multitud se congregaba alrededor de un hombre de cabello plateado, rostro angelical y una sonrisa que irradiaba falsa paz. Sariel hablaba con voz pausada, envolvente.

—...y he venido a recordarles que no están solos. Que el cielo los observa... y que quienes osan dudar del designio divino, serán los primeros en ser juzgados.

Las palabras calaban hondo. Algunos lloraban de emoción. Otros miraban con reverencia. Pero Isabella solo sintió un frío desgarrador en el pecho. Sariel no traía salvación. Traía juicio.

Azrael y él cruzaron miradas. Un duelo silencioso entre dos fuerzas que no pertenecían a este mundo.

Sariel inclinó la cabeza, con una sonrisa ladina.

—Qué grato verte, hermano.

—Tu presencia no es bienvenida aquí —respondió Azrael.

—Lo sé. Pero no me iré. Este mundo está lleno de errores... y alguien tiene que restaurar el equilibrio.

—¿Destruyéndolo todo?

—Corrigiéndolo. Y para eso, necesito ver de qué lado se inclina el alma humana.

Isabella dio un paso al frente, sin miedo.

—¿Y tú qué sabes del alma humana?

Sariel la observó como si viera algo curioso.

—Tú... eres especial. Aún no lo sabes todo, pero ya despertaste, ¿verdad?

Ella no respondió. Solo lo miró con una mezcla de rabia y serenidad.

—Tú no vienes a salvar. Vienes a tentar, a romper. No traes luz, traes sombra disfrazada de promesas.

Sariel rió levemente.

—Qué interesante ser estás resultando ser, humana.

Luego se giró hacia la multitud.

—Recuerden mis palabras. Aquellos que me sigan conocerán la verdadera justicia. Los que se opongan... solo prolongarán el sufrimiento inevitable.

Y se desvaneció entre el gentío, dejando tras de sí una sensación de vacío y miedo.

Isabella respiró hondo. Sintió una punzada en su pecho, no de dolor, sino de fuego. Su despertar era real. Y Sariel lo sabía.

Azrael se colocó a su lado.

—Debemos prepararnos. Esto recién comienza.

Ella lo miró, decidida.

—Estoy lista.




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