La noche volvió a caer con un silencio tenso. No era como las noches anteriores, en las que el descanso al menos parecía posible. Ahora, el pueblo entero cargaba una inquietud latente. El encuentro con Sariel había dejado una grieta abierta, y la duda comenzaba a filtrarse como un veneno invisible.
Azrael se mantenía en la torre de la iglesia, observando desde la altura. Sus alas, ocultas a la vista de los mortales, vibraban levemente con la brisa nocturna. Desde que llegó a la Tierra, había enfrentado el rechazo, la tentación, el despertar... pero ahora enfrentaba algo más complejo: la manipulación de su propia esencia. Sariel estaba pervirtiendo todo lo que alguna vez les fue sagrado.
—Estás muy callado —dijo Isabella, apareciendo a su lado.
Azrael no se giró de inmediato. Solo la miró de reojo, percibiendo en su presencia algo que seguía intensificándose con el paso de los días. La luz dentro de ella no solo estaba despertando, estaba creciendo. Y eso, aunque peligroso, también era esperanzador.
—La guerra no será como las del cielo. Aquí, se libra en el corazón de cada persona.
—Entonces debemos estar cerca de ellos —respondió Isabella—. Debemos hablar, abrir sus ojos.
—Muchos no querrán oír. Sariel les está prometiendo seguridad. Y el miedo los hace vulnerables.
—Entonces tenemos que darles algo más fuerte que el miedo. Verdad. Amor. Confianza.
Azrael sonrió, apenas. Qué humana... y qué poderosa se había vuelto.
—¿Sabes que hay un riesgo en lo que estás sintiendo, verdad? —preguntó él, con una voz apenas audible.
—¿Por lo que siento por ti?
Azrael desvió la mirada.
—Sí. Porque lo que soy... puede destruir lo que toco.
—¿Y si yo te dijera que ya lo sabía y aún así no quiero dar un paso atrás?
Azrael cerró los ojos por un segundo. La vulnerabilidad de Isabella no era una debilidad, sino una fuerza que ni siquiera él había anticipado. Y eso lo hacía aún más temible para Sariel.
Mientras tanto, en las sombras de las afueras del pueblo, Sariel se encontraba reunido con dos figuras encapuchadas. No eran humanos. Su presencia no era visible para los sentidos comunes, pero su energía oscura era palpable incluso para los animales, que evitaban acercarse a esa zona.
—El plan avanza. La semilla ya está plantada en los corazones de muchos. Solo es cuestión de tiempo antes de que florezca —dijo Sariel, con satisfacción.
Una de las figuras habló con una voz que sonaba como piedras rozándose.
—¿Y el arcángel?
—Está más débil de lo que aparenta. El amor lo está corrompiendo. La humanidad lo está desgastando.
—¿Y la chica?
Sariel frunció el ceño.
—Ella es el factor que no calculé con precisión. Hay algo en ella… algo que no debería haberse despertado tan pronto.
—Entonces elimínala.
Sariel lo pensó por un momento. Pero no.
—No. No aún. Si la destruyo, Azrael puede romper la balanza. Necesito que él caiga... por elección propia.
De regreso en el pueblo, Isabella y Azrael se encontraban en la antigua biblioteca del convento. Elías los había guiado hasta allí, diciendo que los textos antiguos podían revelarles más sobre lo que estaba ocurriendo.
—Hay registros de un linaje... de mujeres nacidas con luz celestial. Eran raras. Muy raras. Pero cuando una de ellas despertaba, los ángeles eran enviados para protegerlas —explicó Elías.
Isabella tocó uno de los pergaminos.
—¿Crees que yo soy una de ellas?
—Lo eres —respondió Elías sin titubeos—. No tengo dudas.
Azrael la observó en silencio. No era solo un presentimiento. Desde que ella comenzó a soñar con el niño de ojos dorados, desde que su aura brillaba aún cuando no estaba consciente, lo supo. Isabella no era una simple humana con fe. Era una portadora.
Y si Sariel lograba corromperla… todo lo que aún quedaba de bondad entre el cielo y la Tierra podía venirse abajo.
—¿Qué pasa si no puedo controlar esta luz? —preguntó Isabella con miedo.
—Por eso estás conmigo —dijo Azrael con firmeza—. No estás sola. Ni lo estarás.
Esa noche, mientras dormía, Isabella volvió a soñar. Pero esta vez, no era el niño quien se le aparecía, sino una versión de sí misma, rodeada de luz.
—La oscuridad vendrá con promesas hermosas. No temas. No dudes. El fuego que llevas dentro arderá en el momento justo.
Al despertar, Isabella supo que no era una simple soñadora.
Era un faro. Y el mundo pronto iba a necesitarla.