El aire se sentía más denso en el pueblo. Aunque la superficie parecía tranquila, una especie de tensión invisible comenzaba a filtrarse entre los habitantes, como una semilla oscura que germinaba en silencio.
Azrael lo percibía. Había algo distinto en las miradas de algunos. No todos, claro, pero bastaba con observar con atención para notar que ciertas sonrisas eran forzadas y que los silencios eran cada vez más prolongados. No todos confiaban en él… ni en lo que representaba.
—¿Qué ves? —preguntó Isabella al notar que Azrael permanecía en silencio junto al borde del bosque.
—Siento que se avecina algo —respondió él con voz grave—. Algo que no debería estar aquí… todavía.
Isabella frunció el ceño.
—¿Crees que alguien de aquí…?
—No lo sé. Pero alguien está sembrando dudas. Tal vez sin intención. O tal vez con un propósito oculto.
Ella lo miró preocupada. Habían vivido tanto juntos, compartido tantas revelaciones, que le dolía pensar que su propio pueblo pudiera estar dividiéndose por culpa de su cercanía a Azrael.
—¿Y Sariel? ¿Has sentido algo más de él?
Azrael desvió la mirada hacia el horizonte. El nombre de su antiguo hermano resonaba con un eco incómodo en su pecho. Desde su llegada, Sariel había permanecido en las sombras, pero la energía celestial distorsionada que Azrael había percibido no mentía. Él estaba cerca. Observando.
—Está esperando el momento justo —dijo finalmente Azrael—. Él no actúa por impulso. Si está aquí, es porque tiene un propósito… y sospecho que está buscando sembrar la discordia desde dentro.
Esa noche, el pueblo organizó una pequeña reunión. Algunos habitantes habían empezado a murmurar entre ellos, preguntándose si Azrael realmente era quien decía ser. Otros afirmaban que había visto cosas que no podían explicar, milagros silenciosos, señales divinas. Pero también estaban aquellos que, influidos quizás por el miedo o por algo más oscuro, empezaban a dudar.
—¿Por qué él? —murmuró una mujer mayor entre dientes—. ¿Qué lo hace diferente de nosotros?
—¿Y si es parte de algo peor? —agregó un joven, mirando nerviosamente hacia donde Azrael solía estar.
Isabella escuchó todo desde la distancia. Le dolía profundamente, pero comprendía que el miedo era un arma poderosa… y alguien lo estaba usando con precisión.
Más tarde, cuando se encontró a solas con Azrael, lo vio más cansado de lo habitual. El brillo en sus ojos seguía presente, pero su luz parecía más apagada.
—Ellos no entienden —murmuró él—. No saben lo que está en juego.
—Entonces díselo. Háblales. Muéstrales que estás aquí para protegerlos, no para controlarlos.
Azrael la miró, y por un momento, su expresión se suavizó.
—Lo haré. Pero antes necesito saber quién está sembrando la duda. Y por qué.
En las sombras, entre los árboles que rodeaban el pueblo, unos ojos observaban la escena. Un hombre de ropas oscuras, con una cicatriz en el rostro y una sonrisa casi imperceptible, susurró para sí:
—Todo va según lo planeado…