La tensión se sentía en cada rincón del pueblo. Las calles, antes llenas de sonrisas y palabras cálidas, se tornaban frías. Azrael caminaba entre las personas y reconocía en sus miradas algo que no había visto antes: miedo. No solo hacia él, sino hacia lo que simbolizaba.
Algunas puertas se cerraban a su paso.
Los rumores crecían como maleza. Que el ángel había traído la desgracia, que el clima se alteraba por su presencia, que los animales morían sin explicación. Que Isabella ya no era la misma desde que lo conocía.
Isabella.
Ella también había cambiado. No solo lo sabía ella misma, sino que todos a su alrededor lo notaban. Su mirada era más intensa, su intuición más aguda, y sus sueños más vívidos. Había algo dentro de ella que despertaba, una energía que la conectaba con algo superior.
—Azrael —le dijo una mañana mientras caminaban cerca del viejo molino—, siento que hay algo dentro de mí que me empuja, que me guía… y al mismo tiempo me asusta.
Él la tomó de la mano con firmeza.
—Eso que sientes es la verdad de tu alma. Estás recordando lo que eras antes de esta vida. Lo que eres realmente.
—¿Y qué soy?
—Luz, Isabella. Pura luz.
Las palabras de Azrael resonaron en ella como una melodía olvidada. Pero también sentía una sombra creciendo. Una duda persistente.
Esa misma tarde, en las afueras del pueblo, un hombre apareció. Nadie lo conocía, pero su presencia era imponente. Alto, de rostro inexpresivo, y con una voz grave que parecía calar los huesos.
—He venido a advertirles —dijo frente a una pequeña multitud—. El ángel que habita entre ustedes no es lo que creen. Él traerá la ruina. Ya la ha traído antes.
La voz corrió como fuego en un campo seco. Algunos lo ignoraron. Otros lo escucharon con atención. Y unos cuantos comenzaron a seguirlo.
Elías lo observaba desde lejos. No sabía quién era, pero algo en él le provocaba escalofríos. Decidió seguirlo en silencio mientras se internaba en el bosque. Y lo que vio… lo dejó sin aliento.
El hombre encendió una pequeña fogata y, con palabras en un idioma antiguo, invocó a algo. Un humo oscuro se alzó, y por un segundo, Elías creyó ver unos ojos rojos dentro del humo.
Corrió de vuelta al pueblo para advertir a Azrael.
—No es humano. No del todo —le dijo agitado
—. Es un emisario de Sariel, lo sentí. Está manipulando a la gente.
Azrael asintió. Ya lo sospechaba. Sabía que Sariel no se detendría hasta dividirlos por completo. Y ahora entendía que el siguiente ataque no sería físico… sino espiritual.
Isabella, mientras tanto, se encontraba en la iglesia antigua. Se arrodilló frente al altar vacío y sintió una presencia envolverla.
Cerró los ojos… y vio. Vio alas. Vio fuego. Vio un ángel caído y una guerra en el cielo. Y vio a Azrael… de pie entre dos mundos, con lágrimas en los ojos.
—Tú lo amas —susurró una voz dentro de ella—. Pero para salvarlo… tal vez debas dejarlo ir.
Abrió los ojos con el alma estremecida.
La guerra que se aproximaba no solo sería entre ángeles… sino también entre decisiones. Entre el destino y el amor.