La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 49: Voces entre Sombras

La noche había caído sobre el pueblo como un manto pesado, y con ella, la atmósfera se volvió más densa, más inquietante. Isabella se encontraba en su habitación, sentada junto a la ventana abierta, dejando que el viento fresco le acariciara la piel. Desde que Azrael le confesó todo, el mundo le parecía diferente, como si algo se hubiera roto o abierto en su interior. Las estrellas brillaban con intensidad, pero su resplandor no traía consuelo, solo preguntas sin respuesta.

En la distancia, escuchó el ulular de un búho, un sonido que siempre le pareció misterioso, pero ahora le resultaba inquietantemente simbólico. Como si la naturaleza supiera que algo estaba por suceder.

De pronto, un murmullo lejano la sacó de sus pensamientos. Se levantó de golpe, atenta, tratando de identificar de dónde venía. No era un sonido natural, sino una mezcla de voces apagadas, como si muchas personas susurraran al mismo tiempo en una lengua olvidada.

Se dirigió hacia la puerta con cautela, bajando las escaleras sin hacer ruido. El sonido venía desde la plaza del pueblo, y a pesar del miedo que sentía, algo en su interior le impulsaba a seguir.

Cuando llegó al centro, se escondió detrás de una columna del edificio municipal. Desde ahí, vio una escena que le heló la sangre: un grupo de personas encapuchadas, reunidas en círculo, sosteniendo velas encendidas. Entre ellos, reconoció a alguien que jamás habría imaginado ver allí.

—¿Elías? —susurró en shock.

Él estaba en el centro del grupo, con los ojos cerrados y las manos extendidas. Parecía estar en trance, recitando palabras que Isabella no lograba comprender. La energía que emanaba del lugar era intensa, casi palpable. Ella retrocedió un paso, sin saber qué hacer.

Justo entonces, una mano se apoyó sobre su hombro.

—No deberías estar aquí —dijo Azrael en voz baja, con tono severo.

Isabella se giró, aliviada y asustada al mismo tiempo.

—¿Qué es esto? ¿Por qué Elías está…?

—Está siendo manipulado —interrumpió Azrael con el ceño fruncido—. Hay fuerzas en juego que buscan dividirnos, incluso desde dentro. Este ritual… no proviene del cielo.

—¿Sariel? —preguntó ella, temiendo la respuesta.

Azrael asintió lentamente.

—Está utilizando a algunos humanos como canal para extender su influencia. Elías tiene un don, uno que aún no ha aprendido a controlar. Y eso lo hace vulnerable. Pero no es el único.

Mientras hablaban, una luz púrpura comenzó a brillar en el centro del círculo. Isabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La temperatura descendió abruptamente, como si una sombra oscura se hubiera apoderado del lugar.

Azrael la tomó de la mano.

—Debemos intervenir, pero no podemos hacerlo ahora. Si nos exponemos sin estar preparados, podríamos perder mucho más de lo que creemos.

Isabella lo miró, comprendiendo por primera vez el peso real de lo que enfrentaban. No era solo una guerra entre ángeles. Era una batalla por las almas, por el equilibrio de todo lo que existe.

—¿Qué haremos entonces? —preguntó con firmeza.

—Vamos a reunir a los que aún tienen fe —dijo Azrael con determinación—. Aquellos que creen, que sienten, que no se han dejado corromper. La batalla ha comenzado, Isabella. Y tú, sin saberlo, eres la clave para inclinar la balanza.

La llevó de regreso con rapidez, mientras detrás de ellos, la ceremonia continuaba. La figura de Elías seguía en trance, y la luz púrpura crecía, como si algo estuviera a punto de nacer de esa oscuridad.

Pero Isabella ya no era la misma. El miedo estaba siendo reemplazado por propósito. Y aunque el mundo parecía oscurecerse, en sus ojos comenzaba a encenderse una nueva luz.




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