La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 50: El eco de la verdad

El amanecer se abrió paso con una claridad engañosa. El cielo parecía limpio, sin rastros del ritual que había teñido la noche con su energía oscura. Pero Isabella sabía que no era un nuevo comienzo, sino la calma tensa que precedía a una tormenta. A su lado, Azrael caminaba en silencio, con la mirada fija al frente, como si pudiera ver más allá del horizonte.

—¿Y si ya es demasiado tarde? —preguntó ella sin mirarlo.

Azrael detuvo el paso y la observó. En su rostro no había duda, pero sí una tristeza profunda que no lograba ocultar.

—Nunca es tarde mientras haya alguien dispuesto a creer —respondió—. Pero debemos actuar ahora, Isabella. Sariel ha comenzado a mover sus piezas.

Ambos se dirigieron al viejo granero al norte del pueblo. Allí, Azrael había convocado a quienes consideraba aún puros de corazón. Personas que, sin saberlo, habían resistido la influencia de Sariel simplemente siendo fieles a sus valores: esperanza, empatía, sacrificio.

Dentro del granero, un pequeño grupo esperaba. Entre ellos, Isabella reconoció a Marta, la mujer que le ofrecía pan caliente cada mañana; a Tomás, el joven del taller de bicicletas; y a Clara, la bibliotecaria que siempre la miraba como si supiera más de lo que decía. También estaba Elías… aunque su presencia era distinta.

El joven se mantenía al margen, con la mirada baja y los hombros tensos. Isabella se le acercó con cautela.

—¿Recuerdas lo que pasó anoche? —le preguntó.

Él asintió lentamente.

—Fragmentos. Voces. Una fuerza dentro de mí, empujándome a decir cosas que no entendía. Vi rostros… vi a Sariel. Pero también los vi a ustedes. Como una línea que divide dos mundos. Y yo estoy en medio.

—Tienes un don —dijo Azrael, que se unió a ellos—. Uno que aún no comprendes, pero que puede marcar la diferencia.

Elías alzó la vista. Había dolor en sus ojos, pero también una determinación que antes no estaba.

—¿Y si vuelvo a ceder? ¿Si esa cosa me controla de nuevo?

—No estarás solo —respondió Isabella—. Lo enfrentaremos juntos.

Azrael asintió.

—Tu conexión con ambos planos es rara, pero valiosa. Si aprendes a canalizarla, podrás ser un puente entre los que dudan y los que creen. Entre el cielo… y la humanidad.

Elías respiró hondo. Sabía que su vida ya no volvería a ser normal. Ninguno de ellos volvería a serlo.

Esa misma tarde, mientras el grupo se organizaba para actuar, Clara se acercó a Isabella y le entregó algo envuelto en un pañuelo de lino. Era un colgante antiguo, con símbolos que parecían brillar con una luz suave.

—Esto le pertenecía a mi abuela —dijo Clara—. Era médium. Decía que cuando el equilibrio se rompiera, este colgante debía entregarse a quien pudiera restaurarlo. Y creo que eres tú.

Isabella dudó.

—¿Yo?

—No necesitas alas para tener un propósito celestial —le susurró Clara—. Solo un corazón dispuesto a arder por otros.

Isabella sostuvo el colgante en su palma. Sintió un calor recorrerle el pecho, no como fuego, sino como una llama suave que le dio fuerzas.

Al mirar a su alrededor, entendió. Ya no era solo una mujer enfrentando lo desconocido. Era parte de algo mayor. Y aunque la oscuridad se acercaba, ella había elegido de qué lado quería estar.

Mientras el sol caía en el horizonte, un nuevo plan se trazaba. Uno donde cada paso importaba. Donde cada alma contaba.

La guerra entre el cielo y la tierra no era solo de ángeles. También era de humanos. Y apenas estaba comenzando.




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