La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 53: Voces entre el velo

Elías no había dormido bien desde aquella noche en que escuchó la voz en el viento. No sabía si fue un sueño, una visión o un susurro del más allá, pero la sensación persistía como un eco que se negaba a disiparse.

Mientras Isabella y Azrael intentaban contener la tensión creciente entre los fieles de Sariel y quienes aún resistían la influencia del "Hombre de Luz", Elías se adentró en las afueras del pueblo. Lo guiaba algo que no sabía nombrar, pero que sentía real. Una energía que tiraba de él, que lo impulsaba a seguir.

Se detuvo frente al viejo árbol del claro, donde los pájaros ya no cantaban.

—¿Qué quieres mostrarme? —preguntó al vacío.

Una ráfaga de viento cruzó su rostro, seguida de un calor inesperado en el pecho. Cerró los ojos. Y lo vio.

Un símbolo. Brillante, antiguo, formado por luz y sombras entrelazadas. No entendía su significado, pero sabía que era importante. Y no era una alucinación: cuando volvió a abrir los ojos, lo encontró tallado en la corteza del árbol, como si siempre hubiera estado allí.

Corrió de regreso al refugio.

—¿Estás seguro? —preguntó Isabella, observando el dibujo que Elías había trazado en papel.

Azrael se acercó. Al ver el símbolo, su rostro se tornó grave.

—Lo he visto antes. Es parte del lenguaje celestial. Muy antiguo. Solo se usaba en momentos de grandes transiciones espirituales.

—¿Qué significa? —preguntó Elías.

—Que hay una grieta —respondió Azrael—. No entre el bien y el mal… sino entre el propósito y la voluntad. Alguien está alterando el curso natural de las almas.

Clara, que escuchaba en silencio, preguntó:

—¿Y qué tiene eso que ver contigo, Elías?

El silencio fue incómodo. Azrael no respondió de inmediato. Miró al joven como si lo viera por primera vez, no con ojos humanos, sino con la visión que traspasa carne y tiempo.

—Tú puedes oír más allá. No solo a los cielos, también a los que ya no están. Estás siendo elegido.

Elías palideció.

—¿Elegido para qué?

—Para interceder —dijo Azrael—. Para restaurar el equilibrio entre planos.

Esa misma noche, un estruendo sacudió el cielo. Las estrellas parecieron apagarse por unos segundos y luego encendieron en una alineación que no pertenecía a ningún patrón conocido. Todos salieron de sus casas, alzando la vista, conteniendo el aliento.

Una luz descendió brevemente sobre el campanario. No quemó. No destruyó. Solo dejó una huella: una palabra escrita con fuego en una de las paredes.

Decidan.

El mensaje era claro. Y más perturbador que cualquier amenaza. Ya no era solo una disputa de fe, sino una elección impuesta. Algo o alguien exigía una decisión inminente.

Elías no durmió esa noche. Ni Isabella. Ni Azrael.

El cambio ya no era una posibilidad. Era un hecho.

Y lo peor estaba por venir.




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