La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 54: Cuando el mal se disfraza de fe

El silencio del amanecer fue quebrado por un grito.

Un grito que heló la sangre y rasgó la calma que apenas sostenía al pueblo. Isabella se incorporó en su cama al instante, su corazón latiendo con fuerza. Corrió fuera del refugio, seguida de Azrael y Clara.

El grito provenía de la casa de Mateo, un anciano sabio, respetado y siempre sereno. Pero al entrar, encontraron una escena que les hizo contener el aliento.

Mateo se encontraba en el suelo, con los ojos desorbitados, murmurando palabras sin sentido. Su cuerpo temblaba violentamente, y una fuerza invisible lo mantenía en el aire, suspendido como si algo lo sujetara por la espalda.

—¡Sujétenlo! —gritó Elías, entrando también al lugar.

Azrael avanzó primero. Su mirada se volvió incandescente, como si sus ojos ardieran con luz celestial. Levantó la mano, y una energía invisible empujó hacia atrás la oscuridad que envolvía a Mateo.

—¡No es él! —dijo Azrael con firmeza—. Está siendo usado.

—¿Por Sariel? —preguntó Isabella, horrorizada.

—No… por algo peor. Por uno de sus enviados.

Las palabras de Mateo cambiaron entonces, como si una voz extraña hablara a través de él.

—Azrael… el ángel caído... aún no sabes por qué fuiste enviado. La debilidad es tu condena.

Un temblor recorrió la sala. La temperatura bajó abruptamente.

—¡Sal de él! —ordenó Azrael, extendiendo ambas manos.

Una sombra salió disparada del cuerpo de Mateo como humo espeso y se desintegró al tocar la luz que rodeaba al arcángel. Mateo cayó al suelo, inconsciente.

Todos se quedaron quietos.

—¿Qué fue eso? —preguntó Clara, apenas susurrando.

Azrael se giró lentamente hacia los demás.

—Sariel ha cruzado una línea. Está usando almas para sus fines. Esto no es solo una guerra espiritual, ahora es una invasión.

Horas después, mientras Mateo dormía, Azrael convocó a los más cercanos: Isabella, Elías, Clara y algunos de los ancianos que aún confiaban en él.

—Ya no podemos esperar. Necesitamos preparar a todos. No podemos proteger a un pueblo que no cree en la verdad —dijo Azrael.

—¿Y si tienen miedo? —preguntó Isabella.

—Entonces usaremos ese miedo para hacerlos despertar —respondió Clara—. El pueblo merece saber lo que se avecina.

Isabella miró a Azrael, buscando en él el equilibrio entre su parte divina y su humanidad. Él no era solo un ángel, era ahora su protector, su guía… su amor.

—Estamos contigo —dijo ella con firmeza—. No importa lo que venga, no estás solo.

Azrael asintió.

Y por primera vez, su mirada mostró una sombra de temor. No por él, sino por ella. Por lo que este camino exigiría a los que amaba.

Esa noche, el pueblo durmió intranquilo. Porque por primera vez, supieron que el mal no estaba allá fuera… sino que podía vivir dentro de ellos.

Y el amanecer traería más que luz.

Traería guerra.




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