La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 55: Las voces que dividen

El sol apenas asomaba cuando el sonido de campanas improvisadas resonó por el pueblo. Azrael, con Elías a su lado, reunió a los habitantes en la antigua iglesia abandonada. La estructura, que había sido olvidada, ahora se convertía en un refugio de fe y preparación.

—No les pediré que crean en mí —dijo Azrael desde el altar, con una voz firme pero cercana—. Pero sí les pediré que crean en ustedes. Porque lo que viene, no es solo una guerra entre el cielo y el infierno. Es una guerra por sus almas.

Los rostros frente a él reflejaban miedo, escepticismo, esperanza. Muchos aún no sabían cómo encajar lo que estaban viendo.

Elías tomó la palabra.

—Este entrenamiento no será físico. Aprenderemos a proteger nuestra energía, a reconocer las señales, a discernir la verdad del engaño. No todos están obligados, pero todos están invitados.

La mayoría aceptó. Y así, durante días, comenzaron las prácticas. Oraciones, meditaciones, ejercicios para fortalecer la voluntad, sesiones en las que Clara guiaba a los más sensibles a canalizar su intuición.

Isabella se sorprendió al descubrir que algunas personas comunes del pueblo poseían dones adormecidos: una mujer mayor que podía sentir presencias, un niño con sueños proféticos, un joven que percibía emociones con exactitud inquietante.

Pero no todos estaban conformes.

En los márgenes de cada sesión, surgían susurros. Dudas. Cuestionamientos.

—¿Quién nos asegura que Azrael es quien dice ser? —preguntó uno de los hombres mayores en voz baja, pero lo suficientemente alto para que otros lo escucharan.

—Quizás solo está manipulándonos con trucos —agregó otro—. Tal vez el verdadero enemigo no es Sariel, sino él.

Isabella escuchó esas voces mientras salía del templo una tarde. Le dolía. Sabía que el miedo era natural, pero también sabía lo que era real.

Esa noche, en su habitación, encontró a Azrael de pie junto a la ventana, mirando el cielo.

—Están comenzando a dudar de ti —dijo ella suavemente.

—Lo sé. Y no los culpo. La fe siempre será una elección, no una imposición.

Ella se acercó y lo abrazó por la espalda.

—No importa cuántos se aparten. Yo sigo contigo.

Azrael cerró los ojos, como si esas palabras fueran el único ancla en un mar cada vez más incierto.

La grieta creció. Un pequeño grupo comenzó a reunirse aparte, liderados por un hombre llamado Darío. No se oponían abiertamente, pero sus acciones eran claras: no asistían al entrenamiento, hablaban de justicia, de independencia, de no seguir “a un ser celestial que ya los había abandonado antes”.

Clara alertó a Elías.

—Esto es más que duda. Es rebelión disfrazada de libertad.

Elías asintió con pesar.

—Y si no lo atendemos ahora, se convertirá en una amenaza mayor que Sariel mismo. Porque la verdadera guerra no se gana afuera… sino adentro.

Esa noche, Isabella tuvo una pesadilla. Vio fuego. Vio traición. Vio a Azrael de rodillas, cubierto de sangre… no de enemigos, sino de hermanos.

Despertó con un nudo en la garganta.

El caos no venía solo del cielo.

También crecía desde la tierra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.