El amanecer trajo consigo un silencio extraño, uno que pesaba sobre el aire como si la tierra misma contuviera la respiración. Los rayos del sol apenas lograban atravesar una niebla espesa que cubría el pueblo, oscureciendo incluso los corazones más puros. Azrael lo sintió de inmediato. La oscuridad no era natural. Era una advertencia.
Desde su llegada, nunca había sentido la energía del mal tan cerca. No era solo Sariel, era algo más… algo que se estaba gestando dentro de los propios humanos.
—Algo no está bien —murmuró Isabella, abrazándose a sí misma mientras observaba por la ventana—. La gente... está diferente.
Y tenía razón. Las miradas que antes eran cálidas ahora eran frías, desconfiadas. Murmullos se esparcían como veneno. Algunos empezaban a cuestionar a Azrael, otros evitaban a Isabella, y en los rostros de quienes una vez fueron sus aliados, se dibujaban sombras de duda.
En la plaza del pueblo, un grupo se había reunido en torno a un hombre que alzaba la voz con una energía inquietante. Era Efraín, un joven que solía seguir a Elías, pero cuyo corazón había sido tocado por el resentimiento.
—¿Por qué debemos confiar en él? —gritó señalando a Azrael cuando apareció a lo lejos—. ¿Un forastero que no envejece, que aparece justo cuando el caos comienza? ¿Y ella? —miró a Isabella con desprecio—. ¿Qué es ella realmente?
Los murmullos se transformaron en gritos. La confusión era total.
Elías intentó intervenir, pero su voz fue silenciada por la furia de la multitud. Solo Isabella se atrevió a avanzar. Sus ojos, aunque cargados de miedo, destilaban una fuerza que ni ella misma comprendía.
—¡Basta! —gritó, y por un momento, el pueblo se detuvo.
Azrael apareció detrás de ella, majestuoso incluso en la tensión. Su presencia trajo un leve murmullo de viento que hizo temblar las hojas. Miró a cada persona con seriedad.
—El juicio no es mío —dijo con voz profunda—. Es de ustedes. Deben decidir a quién siguen. Pero antes… deben saber la verdad.
Con un movimiento de su mano, extendió su luz. La plaza entera se llenó de imágenes: momentos de la historia del pueblo, actos de bondad y traición, recuerdos olvidados y verdades ocultas. Los aldeanos vieron quiénes eran realmente… y quiénes se estaban dejando seducir por la oscuridad.
Efraín cayó de rodillas, impactado por su propio reflejo.
—¿Qué es esto...? ¿Qué soy?
—Eres humano —respondió Azrael con compasión—. Y aún puedes elegir.
Isabella no sabía cómo, pero supo que todo estaba llegando a un punto sin retorno. Sintió una vibración en su pecho, justo donde su marca ardía como nunca antes. Se llevó la mano al corazón, y una imagen cruzó su mente: un ángel llorando sangre… y el cielo abierto, llamando a un sacrificio.
Elías la tomó del brazo, su expresión era grave.
—Dios ha hablado… y tú has sido elegida, Isabella.
Ella lo miró, pálida.
—¿Elegida para qué?
Elías bajó la mirada.
—Para llevar la decisión más importante de todas.
Azrael la miró también, y en sus ojos se reflejaba no solo amor, sino temor. Sabía que el juicio de los escogidos apenas comenzaba… y que la guerra entre la luz y la sombra ya estaba en marcha.