Esa noche, el mundo pareció quedarse en silencio.
Isabella no podía dormir. Su cuerpo estaba agotado, pero su alma inquieta. Elías había hablado de una elección... una que recaía sobre sus hombros. ¿Pero qué significaba realmente? ¿Por qué ella? ¿Y qué tendría que perder?
Azrael se encontraba en el umbral, observando la noche como si esperara una señal. Sus alas, ocultas para los ojos de los demás, estaban desplegadas bajo la luna, como si se preparara para volar... o para luchar.
—¿No piensas decirme nada? —susurró Isabella al acercarse, envolviéndose en una manta.
Azrael no giró el rostro de inmediato, pero su voz llegó suave, triste.
—A veces, la verdad es una carga que se revela poco a poco… pero ya no puedo seguir ocultándola.
Finalmente, la miró. Su mirada era más intensa de lo habitual, como si los secretos más antiguos del cielo se reflejaran en sus ojos.
—Tu alma, Isabella, no es común. No es solo humana. Es un fragmento de algo sagrado… algo que lleva siglos preparándose para este momento.
Isabella sintió un escalofrío.
—¿Qué soy?
—Eres un lazo —dijo él—. Un vínculo entre los reinos. Dentro de ti hay una chispa divina. Por eso tu conexión conmigo, por eso el cielo te observa... y el infierno también.
La mente de Isabella se llenó de imágenes. Un lugar bañado de luz, una sala de tronos y una voz que llamaba su nombre. Y entonces, una oscuridad que intentaba atraparla.
—He tenido sueños —dijo ella—. Pero no sabía si eran reales.
—Lo eran —respondió Azrael con firmeza—. Fuiste elegida antes de nacer. Pero la elección final aún es tuya. Nadie puede forzarla.
—¿Y si me equivoco?
—Entonces caeremos juntos —susurró él.
Esa noche, en sueños, Isabella fue llevada a un lugar entre el cielo y la tierra. Un campo blanco, donde no había tiempo ni espacio. Allí, una figura femenina la esperaba: vestida con ropas antiguas, irradiaba luz, pero su rostro era idéntico al de Isabella.
—¿Quién eres tú? —preguntó.
—Soy quien podrías ser —dijo la figura—. Si eliges con el alma.
—¿Y si tengo miedo?
—El miedo es humano. Pero la fe… es divina.
Al despertar, supo que su elección no sería sencilla, pero ya no podía mirar atrás. Los días por venir cambiarían no solo su destino, sino el de todos.
Y mientras el alba se acercaba, Azrael observaba el cielo. Porque la última señal estaba a punto de llegar… y con ella, la guerra.