La oscuridad que había envuelto el mundo durante las últimas semanas parecía más densa que nunca. Azrael había pasado más noches vigilando las estrellas, buscando cualquier indicio de la señal que, de acuerdo con sus visiones, marcaría el final de su misión. Pero la señal no llegaba, o al menos no de la forma en que lo había anticipado. No era solo el ambiente. No era solo el tormentoso rastro de Sariel. Algo más se cernía en el horizonte, más allá de lo visible.
Isabella despertó una madrugada, al sentir una presión sobre su pecho, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso. A su lado, Azrael dormitaba, con las sombras bajo sus ojos, como si la espera le estuviera pesando más de lo que aceptaba. Ella lo observó un instante, luchando contra el miedo que había ido creciendo en su interior, y entonces lo comprendió: la señal ya estaba allí. Estaba cerca, y solo necesitaban estar listos para lo que fuera que viniera.
Al día siguiente, las primeras noticias del pueblo comenzaron a inquietarla. Muchos afirmaban haber escuchado susurros entre los árboles. Algunos creían que los ángeles y demonios estaban cruzando las fronteras del mundo visible, entrelazándose con las sombras. Otros hablaban de la presencia de algo más oscuro, que se manifestaba en forma de criaturas que acechaban entre las casas por la noche.
Azrael, al ser informado por uno de los aldeanos más confiables, no tardó en llegar al centro del pueblo. Los ojos de todos se centraron en él, y por primera vez, no vieron al hombre que parecía tenerlo todo resuelto, sino a un ser cuya presencia parecía llenar el aire con un peso ancestral.
—Lo sabíamos —dijo Elías, uniéndose a él con paso firme—. La señal ha llegado.
Azrael observó a su alrededor. Todo parecía en su lugar, pero algo en la atmósfera estaba cambiando. El viento soplaba con más fuerza, las nubes comenzaban a formar un círculo perfecto sobre el pueblo, y la temperatura descendía bruscamente, como si el mismo tiempo estuviera siendo alterado.
—Este no es el momento para retroceder —dijo Elías, poniendo una mano en su hombro. Azrael lo miró, asintiendo con determinación.
No había vuelta atrás.
Mientras tanto, en el bosque, Sophie estaba observando el mismo fenómeno. Ella ya sabía lo que esto significaba. Lo había sentido en su interior desde el principio. La oscuridad que siempre había acechado el borde de la existencia humana ahora se había acercado lo suficiente como para rozar su piel.
El juicio estaba cerca, y todo lo que había hecho Azrael y ella, toda la lucha por mantener el equilibrio, ahora dependía de lo que sucediera en los próximos momentos.
A lo lejos, una figura encapuchada observaba todo en silencio. Era una sombra más en la oscuridad, pero sus ojos brillaban con una intensidad que no era humana. La fuerza detrás de todo esto no estaba en el cielo ni en la tierra, sino en el vacío entre ambos. La señal no solo anunciaba el juicio que se avecinaba, sino también el despertar de lo que se había mantenido dormido durante siglos: las fuerzas que siempre habrían sido invisibles para los mortales.
El silencio del bosque se rompió con el sonido de un susurro.
—El momento ha llegado.
Y con ese susurro, la niebla comenzó a extenderse sobre el pueblo.
Azrael, sintiendo la amenaza inminente, se adelantó, un brillo inquietante en sus ojos. Isabella, quien se había acercado a él sin hacer ruido, extendió su mano hacia la suya, y él la tomó con fuerza. No podía permitir que la oscuridad los separara, no ahora que todo estaba en juego.
—Isabella… —dijo con voz grave—. No estamos solos. La batalla se acerca.
Ella lo miró, sintiendo el peso de sus palabras. —Sé que estamos juntos en esto. Pero ¿estás listo para lo que viene?
Azrael la miró con seriedad. En sus ojos se reflejaba la luz de algo más grande, algo que ni siquiera él podía controlar completamente.
—No tengo elección. Ninguno de nosotros la tiene.
Y con ese pensamiento, comenzaron a caminar hacia el centro del pueblo, donde la última señal ya estaba a punto de ser revelada. El juicio, que había sido solo una idea lejana, estaba a punto de manifestarse en toda su plenitud.
Al fondo, el cielo comenzó a abrirse, revelando una grieta que no debería estar allí. La lucha había comenzado.