La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 65: La Fractura del Cielo

El pueblo, que hasta hace unas horas había estado sumido en una tranquila calma, ahora se veía envuelto en un caos creciente. La grieta en el cielo se expandía como un desgarro, y la oscuridad que se filtraba a través de ella parecía consumir todo a su paso. Los árboles crujían como si estuvieran sufriendo, y la tierra vibraba bajo los pies de los habitantes aterrados. Los murmullos llenaban el aire, pero era claro que nadie sabía cómo detener lo que se estaba desatando.

Azrael y Isabella caminaban juntos hacia el centro de la plaza, donde todo parecía converger. La niebla espesa se había espesado más, y el ambiente cargado de energía oscura era palpable. No se necesitaba más para entender que las fuerzas que habían estado esperando este momento ahora estaban listas para manifestarse con toda su potencia.

—No podemos permitir que esto continúe —dijo Isabella con una firmeza que Azrael no había escuchado antes. Era como si el peso de la situación, la conexión con él y con el futuro de la humanidad, hubiera despertado algo nuevo dentro de ella.

Azrael la miró, sus ojos llenos de incertidumbre y dolor, pero también de una determinación que había surgido en él, no por su misión, sino por lo que ahora representaba.

—La lucha es inevitable. Pero no olvides, Isabella, que este no es solo nuestro enfrentamiento. Es el equilibrio entre todo lo que existe.

La grieta en el cielo emitió un destello cegador, y de ella comenzaron a surgir figuras oscuras, sombras que parecían vivir en la misma oscuridad. No eran completamente humanas, pero tampoco totalmente demoníacas. Eran algo intermedio, criaturas nacidas de la misma niebla que se desbordaba por el horizonte.

Un rugido profundo resonó por todo el valle. Era como si la misma tierra estuviera gritando, alertando a los seres que habitaban la oscuridad de que la batalla por la supremacía había comenzado.

—Azrael, ¿qué son? —preguntó Isabella, su voz teñida de terror, pero también de una extraña determinación.

Azrael no desvió la mirada del horizonte, donde las criaturas comenzaban a avanzar hacia el pueblo. En su interior, sentía la presencia de algo mucho más grande que la mera batalla entre el bien y el mal. Estas fuerzas, aunque nacidas de la oscuridad, tenían su lugar en el orden del universo. No podían ser ignoradas, ni siquiera derrotadas completamente.

—Son los soldados de lo que se avecina, Isabella. Fuerzas más allá de nuestro control. Y a pesar de lo que pienses, no es una guerra que podamos ganar con violencia. La clave está en entender lo que nos rodea.

Una ráfaga de viento oscuro golpeó su rostro, como un presagio de lo que vendría. La grieta del cielo se ampliaba, y una figura apareció de entre las sombras. Era más alta, más imponente que las demás, su presencia era como un agujero negro que devoraba toda la luz.

Azrael no necesitaba que nadie le dijera quién era.

—Sariel —murmuró, el nombre saliendo de sus labios con una mezcla de reconocimiento y angustia.

Sariel se adelantó, con sus ojos brillando con una intensidad casi sobrenatural. Era un ser que había estado esperando este momento, como un depredador acechando a su presa.

—Azrael —dijo Sariel, su voz resonando con la frialdad de mil años de espera—. Has llegado al fin de tu viaje, hermano. Y con ello, la humanidad y todos los mundos bajo el cielo tendrán que enfrentar lo inevitable.

Isabella dio un paso hacia Azrael, consciente de la amenaza que representaba Sariel. La batalla por el futuro del mundo estaba por comenzar, pero ella sabía que no sería una lucha que se ganara solo con fuerza física. Era algo más, algo mucho más profundo.

—¿Qué es lo que quieres, Sariel? —preguntó Azrael, su voz resonando con la gravedad de la situación.

Sariel sonrió, pero era una sonrisa llena de desdén.

—Quiero lo que siempre he querido, Azrael. El control total. La caída del equilibrio. Y al final, la destrucción de lo que queda de la humanidad. Todo tiene su fin. Y este es el nuestro.

Pero justo cuando Sariel levantó la mano, listo para desatar el poder que había reunido a lo largo de los siglos, algo cambió en el aire. Una luz cegadora surgió de las profundidades de la grieta, forjando una pared invisible entre los dos. Azrael y Sariel se quedaron en silencio, ambos sintiendo el cambio en la atmósfera, como si una tercera fuerza estuviera tomando su lugar.

—Esto no está terminado, Azrael —dijo Sariel, su voz más baja, más venenosa—. La oscuridad ha despertado. Y no podrás detener lo que viene.

Mientras tanto, Isabella miró al cielo, viendo la luz que comenzaba a irradiar de la grieta. Algo se estaba acercando, y ella sabía que era algo que cambiaría el destino de todos, incluida ella misma.

—¿Qué está pasando, Azrael? —preguntó, mirando su rostro, esperando que él tuviera una respuesta.

Pero Azrael, con la mirada fija en la grieta, entendió que algo mucho más grande que él mismo estaba tomando forma. La batalla final estaba más cerca de lo que jamás imaginó.

A medida que el sol comenzaba a esconderse, el cielo se teñía de rojo, como si la tierra misma estuviera llorando. El futuro de todos pendía de un hilo, y ninguno sabía exactamente cuál sería el siguiente movimiento. Pero todos estaban listos para enfrentar lo que el destino les tenía preparado.




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