La debilidad del Arcángel (bilogía Arcángel - Libro I)

Capítulo 66: El Último Aliento del Cielo

La noche se cernía sobre el pueblo como un manto pesado, mientras la grieta en el cielo se extendía cada vez más. La presencia de Sariel no solo había alterado el equilibrio, sino que había desatado un caos que iba mucho más allá de la simple batalla entre ángeles y fuerzas oscuras. Algo aún mayor, algo que Azrael no había anticipado, se estaba formando en las sombras.

Sariel y Azrael se enfrentaban, pero no era solo una cuestión de lucha física. Había algo mucho más profundo en juego: una batalla por el alma misma de la humanidad. Los seres que emergían de la grieta eran solo el preludio de lo que estaba por venir, pero Azrael aún no entendía la magnitud de lo que Sariel planeaba.

—No es solo la humanidad lo que busco, Azrael —dijo Sariel, su voz resonando con un eco oscuro—. Estoy aquí para destruir lo que has defendido todo este tiempo. La luz, la esperanza, todo lo que representa el equilibrio. Lo voy a borrar. Y tú, mi hermano, serás testigo de su caída.

La atmósfera se cargaba de tensión. Isabella, de pie junto a Azrael, sentía cómo la oscuridad se apoderaba de cada rincón. La sensación de impotencia la envolvía, pero algo dentro de ella comenzaba a despertar. Había aprendido mucho de Azrael, de las batallas que libró, y ahora, aunque su cuerpo temblaba, sabía que debía estar a su lado.

—No puedes destruir lo que no entiendes, Sariel —respondió Azrael, su voz calmada, pero llena de determinación—. El equilibrio no es solo una idea que puedas destruir con tu odio. La humanidad tiene algo que tú no posees: la capacidad de redención.

Sariel sonrió, pero fue una sonrisa amarga, teñida de desdén.

—Redención —repitió Sariel, como si el concepto mismo le resultara ajeno—. Esa es la gran mentira, Azrael. No hay redención para aquellos que ya están condenados. Y la humanidad... está más cerca de su final de lo que crees.

De repente, un rugido proveniente de las sombras de la grieta interrumpió la conversación. Las criaturas que surgían de ella se agrupaban, sus ojos brillando con un hambre insaciable. Pero esta vez no eran simples espectros. Estos seres tenían una forma más definida, una apariencia humanoide pero deformada por la oscuridad.

Azrael los observó con una mezcla de repulsión y curiosidad. Los soldados de Sariel no eran su principal preocupación. La verdadera amenaza, la que sentía en las entrañas, venía de algo mucho más profundo. Algo dentro de él comenzaba a resonar, una vibración que le decía que esta batalla no podía ganarse de manera tradicional.

Mientras tanto, Isabella miraba las criaturas que se acercaban, pero no sentía el miedo que antes la había paralizado. Su conexión con Azrael, la comprensión de lo que él representaba, había transformado algo dentro de ella. Sabía que no podía quedarse atrás.

—Azrael, ¿cómo podemos detener esto? —preguntó, mirando la grieta, que ahora parecía más grande, más peligrosa.

Azrael la miró con una intensidad en sus ojos que no había mostrado antes. En ese momento, comprendió que la batalla no sería solo contra Sariel. Algo más estaba en juego. Algo que nadie había anticipado.

—No se trata solo de detener a Sariel —dijo Azrael, su voz grave—. Se trata de impedir que el equilibrio se rompa por completo. Si la grieta continúa expandiéndose, no solo los humanos serán afectados. Todo lo que conocemos será consumido por la oscuridad.

Sariel los observaba en silencio, como si estuviera esperando el momento adecuado para intervenir. Azrael pudo sentir que algo más estaba por suceder, algo más allá de su comprensión.

En ese instante, la grieta en el cielo se iluminó con una luz cegadora, más intensa que cualquier cosa que Azrael hubiera visto antes. Era como si la luz misma estuviera luchando contra la oscuridad, pero la grieta parecía devorarla poco a poco, como si el universo mismo estuviera colapsando bajo su peso.

Azrael cerró los ojos un momento, sintiendo el poder que emanaba de la grieta. Algo en su interior, algo profundo y ancestral, le decía que este no era el final, sino el preludio de algo aún mayor. Algo que podría decidir el destino de todo.

—Es hora de que tomes una decisión, Azrael —dijo Sariel, acercándose con una calma perturbadora—. El destino de todos está en tus manos. Escoge bien.

El viento comenzó a soplar con fuerza, llevando consigo un eco lejano que parecía ser el susurro de un ejército invisible. Azrael miró a Isabella, luego a Sariel, y sintió una extraña paz interior. Sabía lo que debía hacer. Sabía que la batalla aún no había terminado, pero también entendía que lo que viniera después sería mucho más grande.

La grieta se amplió aún más, y con ella, un estruendo que resonó en todo el pueblo. La luz de la grieta iluminó el cielo, pero al mismo tiempo, parecía tragarse todo lo que estaba a su alrededor.

Azrael, sintiendo el peso de su decisión, miró a Sariel una última vez.

—No lo permitiré —dijo, y con un movimiento rápido, levantó las manos hacia la grieta, invocando una luz cegadora que comenzó a envolver todo a su alrededor.

Sariel no reaccionó, solo observó con una calma inquietante, como si estuviera esperando que Azrael hiciera lo que debía hacer.

La luz se intensificó, y el cielo se rompió por completo, revelando un universo de posibilidades infinitas. Los ecos de una batalla aún por librar comenzaron a llenar el aire.




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