La decisión

Parte 4 [Final]

Abrió los ojos con gran pesadez. Estaba somnoliento y desorientado, su cabeza era un verdadero desastre. Por unos segundos, no supo dónde se encontraba. Lo primero que se preguntó fue qué había sucedido. Aturdido, observó la oscuridad que lo envolvía y un escalofrío lo envolvió al sentir el frío del ambiente, sintió miedo, mucho miedo.

          El último recuerdo que tiene es que había llegado a casa y Amy lo esperaba, como todos los días, con una deliciosa cena; aunque, meditándolo mejor, había sido una como la que nunca había recibido. Poco después, ella comenzó a interrogarlo sobre cosas un tanto extrañas. Fue tarde al caer en cuenta de aquellas preguntas. ¡Qué tonto había sido! ¿Acaso descubrió su amorío? ¡Fue un estúpido al no sospecharlo!

          Su corazón dio un vuelco en su pecho.

          Consternado, levantó su temblorosa mano hacia la frente en un intento de pensar cómo podía zafarse de aquel embrollo en el que él mismo se metió. Sin embargo, al intentar alzar el brazo, percibió una especie de hilo deslizarse sobre él, tomó el extraño material y lo examinó con la yema de los dedos. Parecía una gasa.

          Al estar un poco más consciente y despierto, sintió una sensación de hormigueo en su boca, como aquel día en que fue al dentista a extraerse las muelas del juicio, le era difícil mover la mandíbula por lo que se llevó la mano a ella. La saliva era abundante. El pánico lo invadió cuando ingresó la mano a la misma.

          Sus ojos crecieron de una manera exagerada, distorsionando su rostro, su corazón se aceleró cada vez que intentaba tocar su lengua, pero solo pudo sentir el hueco vacío. Su garganta generó un inexplicable sonido lleno de terror. Incrédulo, volvió a hacer el mismo procedimiento, deseoso de obtener otro resultado, pero nada, su lengua ya no estaba en su boca, solo quedaba un muñón.

          Sus ojos llenos de miedo e impresión, se dirigieron a la fina línea de luz procedente de la parte de abajo de puerta, la que se abrió, dejando ver con claridad la figura de Amy.

          Él miró el rostro apaciguado de ella.

          Intentó hablar, mas las palabras eran incompresibles, exigía saber lo que estaba sucediendo.

          —Querido —habló ella, entristecida, al momento que se acercaba al armario y tomaba el bate de béisbol de él—. Sé cuanto amas este deporte. Amor, ¿me llegaste a amar de la misma forma?

          Él retrocedió hasta topar con la cabecera, en ese momento, deseó correr, pero sus piernas le comenzaron a dolor, y con la leve luz que salía de la puerta, se dio cuenta que todos los dedos del pie estaban destrozados, además de hinchados y de un tono morado. Gritó con agonía cuando poco a poco el sentido del dolor volvía a él. La muy loca lo debió drogar con la comida para hacerle perder la conciencia. Lágrimas rojas surcaban sus mejillas, el dolor de varias partes de su cuerpo iba en incremento, las drogas dejaban de hacer efecto.

          —¡¿Por qué no me respondes?! —insistió ella—. ¡Si me dices que te perdone lo haré... te perdonaré! ¡Te perdonaré, solo dímelo!

          Con ojos temblorosos, él observó como ella se acercaba a paso lento mientras levantaba el bate. Él levantó los brazos por un vano intento de decir que lo sentía, que lo perdonara, que no hiciera lo que estaba apunto de hacer, mas las palabras salían de su boca sin forma alguna. Pronunciaba simplemente sonidos indescifrable.

          ¿Cómo se lo podía decir? ¡Deseaba gritárselo! Quería pedirle perdón. Quería decirlo. Deseaba decirle lo arrepentido que estaba, pero ¡¿cómo demonio deseaba que hablara cuando le había cortado la maldita lengua?!

          Y entonces, al no escuchar su arrepentimiento, Amy le dio el primer golpe en plena cabeza.

          Él pudo escuchar el crujir de su cráneo ante el impacto del bate. Su oído se reventó. Lanzó un tortuoso grito de dolor mientras sus ojos, que ahora derramaban lágrimas carmesí, observaban con vista borrosa el desquiciado rostro de quien fue su esposa. Cayó de la cama intentando huir, arrastrándose. Debía correr como pudiera. No quería morir.

          El golpe no había sido lo suficientemente fuerte para terminar con su vida, y para su mala suerte, ya no estaba bajo el efecto de la droga, sintió con total claridad el próximo golpe a su tórax, provocando que algunas costillas se rompieran, y posteriormente, sufrir otros consecutivos golpes en todo el cuerpo; brazos, piernas, pecho... se retorció en el suelo, ahora deseoso de morir, agonizando, levantó el brazo mirando la luz del pasillo mientras su rostro dibujaba muecas saturadas de pánico y de dolor... y fue así hasta que por fin pudo hallar el descanso que tanto estaba anhelando.

          Amy descargó toda su decepción, ira, llanto, dolor de haber sido engañada con cada golpe que le proporcionaba. Le mintió. Le quiso ver la cara de estúpida, ¿lo era? No lo dudaba. Era la estúpida más grande del mundo.

          Él ya había dejado de respirar pero ella seguía golpeando aquella masa de carne del que chorreaba sangre que salpicaba, el clóset, las paredes, la cama y a ella misma. Aún no se sentía satisfecha y continuó golpeándolo hasta que el rostro de él, se desfiguró por completo.

          Una vez se sintió satisfecha, se detuvo, y con respiración entre cortada dio un paso hacia atrás para observar el ahora irreconocible rostro de su marido. Miró a su alrededor, las paredes crema ahora eran adornadas por manchas rojas. Las sábanas azules eran acompañadas por el escarlata, y ella estaba bañada con la vida de su amado.

          A paso lento, se acercó a la puerta al escuchar el vehículo de Ronald. Su rostro cansado dibujó una sonrisa desganada al escuchar como el varón abría la puerta. Volvió a dirigir su vista hacia el cadáver.

          «Me pregunto si el amor que siente Ronald por mí es tan grande como para ayudarme a enterrar el cuerpo», fue lo único que su retorcida mente formuló mientras salía de la habitación a recibir a Ronald.




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