La desaparición de Helena Sharp.

Primer día.

Mi escritorio aquel día estaba hecho un completo desastre. No es que yo sea una persona desordenada o algo similar, pero ese día no necesitaba gastar mi energía poniendo orden. Llevaba unos meses de poca oferta laboral, ¿para qué tener una oficina en buen estado entonces? Pero la vida siempre da un giro que nadie espera.

Una pareja de mediana edad golpeó a través de la puerta con ventana de cristal. Sí, era de esas que se pueden ver en las películas. Siempre me llamaron la atención, un buen cliché a mi parecer. Pero, como decía, la pareja. Ella se veía como las típicas madres perfectas: cabello rubio y brillante, una bonita sonrisa y ojos que llamarían la atención de cualquiera; vestía una chaqueta elegante, aunque económica. Él, por otro lado, era un hombre de cabello oscuro, lentes grandes; vestía un suéter verde musgo un tanto horrendo. Sus ojos de espanto al ver mi lugar de trabajo no fueron disimulados de ninguna manera. Pero supongo que la reputación es más importante que las apariencias.

—Hola —dijo la mujer mientras se acercó para darme la mano. Su marido hizo exactamente el mismo gesto.

—Buenas tardes, señora. —En los negocios, el saludo y todo lo relacionado con la presentación es fundamental. Dar una buena imagen de confianza ayuda a que la gente no pierda la fe, los ayuda a saber que sus problemas pueden ser solucionados. Supongo que, en cierta medida, los abogados son similares en este sentido, aunque claro, mi trabajo es más extravagante. De todas formas, saludé con mi mano a la señora y luego al hombre de forma firme, y luego, apunté con la palma a las sillas para invitados.

¿Debería describir un poco más mi escritorio? No soy escritor. Digo, he redactado informes y todo lo relacionado. Me gusta escribir a mano, es relajante, estimula mi creatividad a mi parecer. A lo largo de los años he cambiado mi estilo de escritura tantas veces como mis corbatas. Pero… creo que estoy divagando un poco. Bueno, para describir un poco, mi escritorio es de aquellos que son enormes. Tiene tres cajones por lado y una abertura enorme donde mi silla ejecutiva se adentra. Como dije, la apariencia importa, y mi escritorio da un aire de orgullo.

—Hola… —dijo la mujer con un tono cansado—. Me llamo Jennifer Sharp.

—Yo soy Hernando Castillo… —se presentó.

—Un gusto. ¿Díganme, qué necesitan?

Ambos se miraron. Cuando hay una mirada así, de confidencia, significa que lo que traen entre manos es delicado; algo similar a cuando un doctor debe dar noticias tristes o devastadoras en privado.

—Mi hija se perdió…

—¿Su hija? —pregunté con algo de desconfianza. Miré al hombre.

—Yo soy el padrastro.

—Mi primer marido murió hace algunos años… Me volví a casar hace poco. —La mujer levantó su mano para mostrarme un anillo. No era de diamante, como es usual; era de oro. Bueno, ¿quién era yo para juzgar?

—Entiendo. Díganme, ¿qué sucedió?

—Helena, mi hija, se perdió hace algunos días… Sucedió un martes, luego de la escuela, o eso creo. Ella siempre vuelve con su tío… Pero ese día, cuando mi hermano fue a buscarla hasta la puerta como es habitual, ella no apareció.

—¿Ella asistió a clases?

—Sus profesores la vieron —dijo el hombre con un tono asustado—. Ella… se esfumó de las instalaciones.

La historia, en principio, era un tanto desconcertante. Investigue algunas desapariciones antes y, normalmente, cuando un niño se pierde, se suele atribuir a los padres. Algunos lo llaman negligencia, algunos otros lo llaman karma, pero esta vez, ambos sujetos delante de mí parecían sinceros. ¿De verdad era posible que una niña se pierda delante de los ojos de todos? Cuando lo pensaba, me di cuenta de que la respuesta podía ser sencilla… Pero la verdad, estaba equivocado.

—La policía y los profesores, ¿qué han hecho?

—Han buscado en los bosques… —dijo Jennifer, esta vez, con lágrimas saliendo de sus ojos—. No han encontrado nada… No sé qué más hacer.

—Nosotros también hemos participado en las búsquedas.

—Hmm… ¿Alguna pista?

—No —dijo Hernando mientras sostenía la mano de su esposa—. Buscaron huellas, rastros, de todo. Las cámaras no mostraron nada… Nadie vio nada. Es como si se hubiese esfumado de la realidad…

—Hmm… —La verdad, en este momento, no sabía qué decir. No creo en lo paranormal, o bueno, no creo del todo en aquello. Pero cuando alguien desaparece, no es por algo inexplicable. Si la pequeña Helena no estaba donde debería estar, es porque alguien la raptó. O eso quería creer.

—Muy bien, es un caso que puedo tomar. ¿Cómo supieron de mí?

—Un policía nos recomendó este lugar… Nos dijo que usted era bueno. ¡Por favor, pagaré lo que sea por mi preciosa Helena!

—No le mentiré, por mucho que me guste hablar de dinero, pienso que no es momento para aquello. —Intenté ser sincero, y lo fui en parte. No tuve la mejor de las infancias. Pocos recuerdos agradables, pero sí muchos moretones físicos. Si de verdad había una niña perdida, intentaría encontrarla por sobre el dinero—. ¿Dónde se perdió?

—En la ciudad de Sierra Hueca. Es…

—La conozco, no es necesario que se preocupe. Partiré de inmediato.



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En el texto hay: misterio, horror, terror

Editado: 02.11.2025

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