La desaparición de Helena Sharp.

Tercer día (noche).

Llegué al precinto justo cuando el sol se escondió. Las luces, y el lugar, seguían a plena marcha, como la maquinaria de un tren a vapor. Durante el día arrestaron a varios protestantes que causaron destrozos y a algunos vagabundos que bebían en vía pública. Uno podría pensar que no existía relación, pero, bueno, ambos grupos discutieron y causaron unos pocos destrozos. ¿Por qué protestaban? Yo no lo sé, y no quiero saberlo, inclusive al día de hoy.

Un oficial me llevó hasta una sala alejada. Cuando entré, Catalina estaba junto al oficial novato; ambos reunidos en una mesa circular en una pequeña sala de descanso. Ambos tenían una cena que consistía en una sopa recalentada y de un aspecto horrible al frente.

—¿Alguna novedad? —pregunté, tomando una de las sillas y tomando asiento frente a Catalina.

—El laboratorio no tiene registros de la sangre. Tendremos que esperar los resultados de las ciudades que me mandaste por teléfono. La carta sigue siendo procesada.

—Hmm.

Las noches son para reflexionar. A lo menos así lo siento. Mi problema para descubrir el embrollo eran nuestros «amigos» invisibles.

—Catalina, ¿en la zona se han registrado rituales o algo similar?

—Hace mucho —pensó—. Cuando llegué, me contaron algunas historias de terror, de criaturas en el bosque y toda esa clase de relatos absurdos.

—¿Cómo cuáles?

—No las recuerdo. O’Brien, tú eres el que sabe de esas cosas.

—Las historias del viejo Blacksmith, por ejemplo —añadió de inmediato, visiblemente emocionado.

—¿Quién es ese sujeto?

—Era el antiguo dueño de la mansión del bosque. Se decía que hacía sacrificios para conservar la juventud.

Con mi mano deslicé el teléfono de su bolsillo y tecleé el nombre del sujeto y de la ciudad. La historia que saltó ante mis ojos era, cuanto menos, curiosa.

La familia Blacksmith se remontaba a varios siglos atrás. En el siglo 17, eran unos adinerados terratenientes en Salem; sí, el lugar donde quemaban a presuntas brujas. Su reputación no era aquella de las buenas. La madre de la familia fue acusada de brujería, pero de alguna forma asombrosa, su sentencia fue revocada. Posterior a ello, los Blacksmith se mudaron con sus riquezas entre distintas partes del mundo. No importaba a donde fueran, las lenguas decían que la familia se componía de una especie de aura oscura y retorcida. Poco a poco, en los lugares a donde llegaban, comenzaban a ocurrir eventos extraños. Aullidos sobrenaturales en las noches, animales asustados e, incluso, desapariciones de toda índole. Lo peor eran, como se decía, las colecciones de libros un tanto peculiares que el patriarca cargaba a todos los lugares a los que iba. Eran libros de piel y cuero, pero de uno que no se podía inferir su procedencia. Por alguna razón, esos ejemplares despertaban un interés en todas las personas que los observaban, como si necesitasen leerlos contra toda razón lógica. Se decían, entre otros rumores, que se reproducían entre familiares y que, entre noches de luna llena, salían a cantar en voces desconocidas. Aunque, sin lugar a dudas, todos aquellos eran rumores; salvo por uno. Quedó registrada, a lo largo de los siglos, una fascinante condición que afectaba a los hombres de la familia Blacksmith; y una bastante peculiar y aterradora. Resultaba que, en la línea descendiente de los varones, cada uno era idéntico a los ascendientes anteriores. Si alguien no lo entiende, es como si cada uno de ellos fuese un espejo de los parientes anteriores; cada uno de ellos. Había diferencias, claro, pero eran mínimas: colores de ojo distinto, cabello de distinto tipo, huellas digitales; pero la cara no cambiaba para ninguno. Era como si la misma persona hubiese nacido incontables veces.

Así es como la familia Blacksmith llegó, en algún punto del siglo XIX, a la ciudad donde me encontraba. Por fin, luego de siglos huyendo, y siendo poco más que nómadas, se asentaron. Nadie sabía con exactitud por qué esta zona fue de su agrado, nadie sabía por qué el lugar los hizo por fin tener una residencia fija. Así fue como comenzaron a invertir en las minas de la zona. Fue la familia Blacksmith quienes atrajeron a gente hasta el lugar, y fueron quienes le dieron nombre a todo.

Me parece curioso que, incluso con todo lo anterior, muchos de los rumores de esta familia permanecieron. Esto era a lo que el novato O’Brien se refería con rumores de cosas extrañas en la zona. El único inconveniente era que los Blacksmith habían muerto. El último varón de la familia no tuvo hijos.

¿Era una buena pista? En este momento, no lo sabía con exactitud.



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En el texto hay: misterio, horror, terror

Editado: 02.11.2025

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