La desaparición de Helena Sharp.

Quinto día (tarde).

No sabía en quién confiar en esos momentos. Era un sitio solitario en mi mente. Y no tenía nadie con quien hablar.

Después de salir de la oficina de Bruce, avancé sin rumbo por las calles. Avancé y avancé, pero lo hice observando y sospechando de todos. Mis deducciones eran acertadas, mucha gente me observaba desde la distancia. Y no solo eso, a muchas personas poseían esa extraña marca detrás de su oreja. Me aproximé a muchas tiendas, le pedía algo al dependiente, y cuando se giraba daba vistazos rápidos. No sé con certeza cuántas personas poseían esa distinción, pero eran las suficientes como para tener miedo. La desaparición de Helena ya no era solo eso, era algo mucho peor.

¿Podía confiar en Catalina? Ese era mi problema. ¿Podía confiar en alguien?

Cuando abrí la puerta de la oficina de Catalina, ella escribía con algo de furia. Me observó, y con su mentón me indicó que tomara asiento. No le dije nada, solo guardé silencio, esperando mi oportunidad. Ella murmuró algo, pero no comprendí nada de lo que dijo. Ella resopló. Su molestia solo iba en aumento.

—¿Henry? —preguntó en voz alta.

—¿Sí?

—Tienes una pista nueva, ¿cierto?

Asentí con la cabeza. Ella cambió un poco de su semblante a uno un poco más relajado, una combinación entre ambos estados de ánimo.

—¿Y piensas decirme? —Hizo la mala pregunta.

—Dame unos minutos, necesito ordenar mis ideas.

Siguió escribiendo. Catalina no creció en la ciudad; dudo que alguno de nosotros siquiera la conociera cuando éramos jóvenes. Las razones por la que llegó a la ciudad las conocí después, mucho más tarde, en una carta que me envió. Ella entró a la academia sin muchas expectativas, necesitaba un lugar al que pertenecer luego de una pelea con sus padres. Sus notas eran buenas, su ética impecable, tal como era Catalina en esos tiempos. Vio en esta ciudad una vía de escape, de alejarse de una vida familiar que se desmoronaba poco a poco. Todo esto era un argumento a su favor.

¿Cómo sabía que era un detective? Esa era la pregunta que jugaba en su contra.

Decidí por una aproximación directa. Bueno, no tanto. Me levanté y caminé hasta la ventana que había en un costado. Ella me observó de reojo. Su mueca de desconcierto era clara, y tenía toda la razón. Y, por mucha suerte, tuve una vista privilegiada de lo que necesitaba comprobar. No tenía la marca. Eso me alegró y me quitó un peso de mí. No era una prueba concluyente, pero necesitaba aliados. Ella era de momento la única en quien podía confiar.

Volví a sentarme.

—Hablé con un periodista —dije con seriedad.

—¿Qué? —Sonaba molesta. Bajó su lápiz y me dedico una mirada severa—. Necesitamos que todo sea confidencial…

—Tengo mis dudas —le dije, interrumpiéndola.

Le expliqué todo, y le expliqué mis suposiciones respecto a quién era de la secta que buscábamos. Su mirada cambió. Me alivió saber que ella comprendía mis motivos para las acciones que tomé y por qué no le dije nada hasta ese momento.

—Vamos a ver… —dijo algo confundida—, si lo que dices es verdad… no podemos confiar en nadie.

—Podemos confiar en nosotros. —Intenté sonar como alguien valiente y decidido, era lo mejor—. Y… necesitamos saber quién está de nuestro lado.

—¿Estás seguro de esta marca?

—Sí… es una corazonada. Pero es una de las buenas.

—Tenemos que averiguar qué significa…

—Creo que Bruce, el periodista con el que hablé, me quiere guiar en una dirección.

—Yo también —se sumó.

Ambos guardamos silencio.

—¿Y ahora? —preguntó ella.

—Debemos idear un plan. Uno bueno.

Mientras pensábamos, mi teléfono vibró. Cuando vi la pantalla, distinguí el nombre que quería evitar de momento: el de la madre de Helena.

Quería hablar conmigo.



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En el texto hay: misterio, horror, terror

Editado: 15.12.2025

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