El departamento en donde vivía Helena era hermoso, no muy grande, pero hermoso a fin de cuentas. Pertenecía a un edificio, no muy grande, era de apenas unos pisos de altura, ubicado en las afueras de la ciudad, en un casco más moderno de la ciudad.
Jennifer me recibió con ojos rojos y una taza de té verde. Nos sentamos en el salón. Fue una charla un tanto… desalentadora. Pero ella no perdía la esperanza, y eso era un aliento para mí también. Jennifer era buena madre, de esas que sacaba tiempo de donde no existía para su hija. Por lo que me contó, tomaban clase de danza juntas y veían videos en línea sobre actuación. No solo eso, también estaban escribiendo un guion para una obra, el cual no era muy elaborado, pero que pretendían presentar en la escuela.
El resto de la familia era también buena gente. Nadie demasiado destacable. El tío quería demasiado a Helena. Nunca llegaba ni siquiera un segundo tarde para esperarla a las afueras de la escuela, le traía regalos. En la sala, en un rincón, había varias fotos de ambos.
A veces uno podría pensar que una mala familia es la razón para todo… Pero este no era el caso. Todos parecían querer a Helena; inclusive el padrastro, quien, a pesar de no poder tener hijos de forma biológica, consentía y educaba a Helena como si fuese propia.
Dejé mi taza a un lado, limpia.
—¿Cree… que haya alguna pista pronto? —preguntó Jennifer.
—La carta y las pruebas deberían llegar el día de mañana. Prometo tener avances. Se los comunicaré de inmediato.
—Mi pobre hija… Ese corazón y esa carta…
—Debe haber algo escondido detrás de aquello. Mis avances han demostrado algo. No tema, encontraré a Helena, cueste lo que cueste.
Asintió. Demasiado peso para ella.
Hablamos un poco más. La mayoría fueron historias sobre Helena. Recordaba cada una de ellas. Me sentí mal durante cada una de sus palabras. No había mucho que hacer. Le recomendé intentar distraerse con algo durante el transcurso de la investigación. Ella me comentó que intentaba aprender de geología, pues era algo que le gustaba cuando era niña. Pasatiempo aburrido, en mi opinión, pero que cumplía su cometido. Todos necesitamos algo que nos ayude a mantener la mente sana en tiempos oscuros.
Cuando me levanté para irme, ella me dio un poco de té verde. Me dijo que si mis huesos eran corroídos por el frío, lo usará con algo de miel. Le sonreí, y luego me dio la mano. Caminé hacia la salida sin mirar atrás. Preferiría no ver los ojos llorosos de una mujer.
Salí a un pequeño pasillo iluminado por unas luces un tanto regulares. Ya saben el típico pasillo de un complejo de departamentos. Las puertas mostraban números en caracteres metálicos y colores idénticos. Una que otra poseía un tapete con la frase «Bienvenidos».
Frente a la escalera que daba hacia la planta inferior, una cara conocida asomó. El señor Castillo llevaba unas bolsas enormes en su espalda. Sonrió al verme.
—Detective —dijo con educación—, me alegro de verlo.
—¿Cómo va todo?
—Bien, bien. Estoy patrullando el vecindario con otros vecinos. Traigo conmigo algunas frazadas y sillas plegables.
—Eso es bueno, la gente necesita sentirse segura.
Todo se sentía incómodo. Como dos personas que no deberían estar hablando.
—Bueno… tengo que irme —dije—. Mañana hay mucho trabajo por hacer, y ya es tarde.
—Sí, claro, lo entiendo —dijo, extendiendo su mano.
Ambos nos despedimos.
Él se giró. Por un breve momento yo me quedé viendo su espalda. No sé por qué me quedé quieto, tuve que girarme y solo irme. En ese momento vi la marca. Como todas las demás, en su oreja derecha. Me di la vuelta de inmediato, en silencio, y comencé a caminar. No sé si él se habrá percatado. Y la verdad, tampoco sabía qué hacer con este conocimiento. Mi mente se alborotó como si fuese una licuadora. Oleadas de pensamientos vinieron de repente entre imágenes incesantes y entre cortadas. Lo peor era que todas mis sospechas se convirtieron en una ira, reflejada en un rostro desfigurado por la misma rabia, oculta solo por mi espalda.
Cuando abrí la puerta principal, una brisa suave golpeó mi rostro. Eso no hizo nada más que aumentar mi molestia. No podía actuar de forma impulsiva. En otros tiempos, me hubiese girado y le hubiese propinado un golpe tan fuerte que lo hubiese dejado moribundo. Y lo peor del momento es que no me hubiese detenido allí, hubiese seguido golpeando una y otra vez hasta asegurarme de haberlo asesinado.
Intente respirar, pero ni aquello podía dejar atrás mis pensamientos. Así que comencé a caminar. Pensé en mi siguiente movimiento. Si ese imbécil y desgraciado era uno de la secta, ¿qué podía hacer? Primero dejé en claro, para mí mismo, que Jennifer no se encontraba en peligro; aun así debía hacer algo con ella. Existía la posibilidad de que Castillo fuese el secuestrador; era mínima, casi inexistente al no encontrarse dentro de los parámetros, pero existía.
Entré una ira asesina y mis pensamientos críticos fue que caminé en dirección hacia mi habitación. La ciudad estaba conectada a través de una pequeña carretera que bordeaba el mar. Como dije, me encontraba en un casco más moderno; el lugar donde me hospedaba estaba en el casco antiguo, o lo que podía denominarse como tal. Durante casi todas las noches que llevaba en aquel sitio, el cielo era una masa gris de nubes cargadas de nieve (o, la verdad, no sé cómo funcionaba aquello), pero esa noche las estrellas brillaban de una forma hermosa. La gran ciudad no permitía esos espectáculos, y aunque la pequeña ciudad también ocultaba una parte del cielo iluminado, pues, la otra parte brillaba como millones de linternas. No soy de los que se dedican a observar los astros, así que ese hubiese sido un buen momento para recordar, si tan solo no me saliera humo por mis orejas.
De todas formas…, cuando ingresé al casco antiguo, algo llamó mi atención. Distinguí una silueta negra que se acercaba. Se movía de forma lenta y acechante. Volteé para encararlo, y fue en ese momento donde me di cuenta. No era una sola sombra, eran varias, todas con sus rostros ensombrecidos por una fina capa de oscuridad creada por los postes de luz detrás de ellos.
Editado: 15.12.2025