Desde la ventana de mi habitación, observo cómo el sol se esconde detrás de las montañas, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y rosados. Es un atardecer tranquilo en nuestro pequeño pueblo cerca del mar. El rumor de las olas rompiendo suavemente contra la costa se mezcla con el canto de los pájaros que vuelan de regreso a sus nidos. A simple vista, todo parece normal, idílico incluso.
—Jona, ¿vas a venir a cenar? —llama mi madre desde la cocina.
—¡Sí, mamá! Estoy terminando algo —respondo sin apartar la mirada del horizonte.
Mi nombre es Jona Irlmaier y tengo doce años. Vivo en este pueblo remoto desde que tengo memoria, y pese a su aislamiento, siempre hemos tenido todo lo que necesitábamos para vivir confortablemente. Pero detrás de mi aparente vida cotidiana, se esconde un secreto que solo yo conozco.
Desde que era pequeña, he tenido sueños premonitorios. Sueños que me muestran fragmentos del futuro, como si alguien me permitiera vislumbrar lo que está por venir. La peculiaridad de estos sueños radica en su recurrente aparición. A diferencia de un sueño normal, estas premoniciones suelen repetirse constantemente hasta que la predicción se cumpla.
—Jona, ¿qué estás mirando con tanta atención? —pregunta mi padre, asomándose por la puerta de mi habitación.
—Solo el atardecer, papá. Es hermoso hoy —respondo, apartándome de la ventana para mirarlo.
—Tienes razón, es una vista maravillosa. Pero recuerda que debes bajar a cenar pronto. Tu madre preparó tu comida favorita —dice con una sonrisa antes de retirarse.
Al principio, no le di mucha importancia a mis visiones. ¿Quién creería a una niña que afirmaba ver el futuro en sueños? Incluso llegaba a divertirme un poco con el hecho de que nadie pudiera sorprenderme con bromas o visitas inesperadas, ya que siempre tenía una especie de ventaja sobre lo que ocurriría.
Pero todo cambió hace unas semanas. Tuve un sueño que me dejó temblando de miedo, un sueño oscuro y perturbador. En él, veo cómo una luz blanca y deslumbrante emerge del cielo y consume todo nuestro pueblo, dejando tras de sí solo un vacío oscuro y perturbador.
Como al día siguiente no se repitió la pesadilla, asumí que fue un mal sueño. No obstante, una semana después volví a ver aquel apocalíptico escenario mientras dormía, donde las personas eran incapaces de huir ante aquel resplandor del cielo. Y, tan solo cuatro días después, volvió a repetirse.
—Mamá, papá, tengo que contarles algo importante —anuncio cuando llego a la mesa y me siento entre ellos.
—¿Qué sucede, Jona? ¿Otro sueño del futuro? —pregunta mi madre con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
—Sí, pero este fue diferente. Fue más... vívido, más real. Una luz que brotaba del cielo nos eliminaba a todos, y ... —mi voz tiembla mientras intento encontrar las palabras adecuadas—. Sentí que estaba muy cerca, como si pronto fuera suceder.
—Jona, cariño, ya hemos hablado sobre esto. Son solo sueños, nada más —dice mi padre, tratando de tranquilizarme—. Proyecciones que crea tu cerebro en base a tus pensamientos. Talvés deberías dejar de ver muchas películas.
Esta noche me quedé despierta durante horas, no fui capaz de conciliar el sueño. Entonces, lo vi. Una luz blanca y deslumbrante sobre el cielo, descendiendo lentamente como si fuera un meteorito en curso de colisión. El mismo fenómeno que había visto una y otra vez en mis sueños.
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Editado: 06.04.2024