A pesar de mi linaje divino. Estoy aquí..., escondido..., esperando a morir de hambre o de sed.
Pero nada funciona.
Me siento cansado de mi larga vida y de ser el causante de tantos males al buscar sobrevivir durante todo este tiempo, sin siquiera recibir algún daño ni sentir el cariño de un ser amado.
¡Qué desdichado puede ser el gozo sin haber probado nunca el sufrimiento!
Mi estadía en estas tierras se ha vuelto eterna y cada día que pasa se siente como años enteros. Cuanto anhelo la muerte, pero mi condición divina me aleja de mi deseo, condenándome a esta vida que detesto.
Pero, escuché el crujir de las ramas. Me acerqué a la entrada de mi cueva y pude observar a un hombre con una elegante armadura y una increíble fuerza. Él sintió mi presencia, se acercó a mí, lentamente, atento y listo para sacar su espada si es que fuera necesario. Me quedé en la oscuridad y con voz solemne pregunté: —¿Qué es lo que buscas, humano?
—Busco a un león que vive por estas tierras, ser misterioso.
—¿Qué asuntos tienes con aquel?
—Se me ha encargado un trabajo y tengo la intención de cumplirlo. —Dijo con voz firme.
—Pareces un hombre honorable, ¿cómo se ve aquella criatura?
—Es grande, muy salvaje y tiene una piel indestructible.
Sentí curiosidad por el asunto, pero antes de decir algo más, decidí preguntarle una última cosa.
—¿Cuál es tu nombre, mortal?
—Hércules.