Laura opinaba que los grupos más vulnerables en la sociedad eran los niños y los ancianos, por eso ella quería ser pediatra, maestra de preescolar o quizá cuidadora en un asilo de ancianos, de ese modo, ella creía que podría ayudarlos.
El sábado 7 de septiembre, una vecina le había pedido a Laura que cuidara a su hijo de 8 años en la tarde. Laura aceptó y la vecina le pagó 500 pesos a Laura.
Laura se presentó en la casa de la vecina con blusa de manga larga a la hora acordada. La vecina se fue de la casa para cumplir un compromiso y Laura se quedó en la casa cuidando al niño. Laura se sentó en un sillón en la sala. Hasta el momento, todo iba bien, el niño no estaba haciendo nada que pusiera en riesgo su integridad física. El niño estaba viendo la televisión sentado en el suelo por decisión propia. Pero Laura seguía pendiente del niño. Luego de un momento a otro, el niño quiso correr y se la pasó corriendo adentro de la casa; a Laura no le pareció que el niño estuviera haciendo algo que lo pusiera en peligro, así que ella no lo regañó. Laura solo le dijo al niño mientras él corría de un lado a otro “ten cuidado”.
En un momento que Laura se había distraído, Laura escuchó un golpazo, después lo que parecía un niño llorando. Qué mal.
Laura se puso de pie y se acercó a dónde ella había escuchado el golpazo. El niño estaba sentado en el suelo, llorando y tocándose la frente.
Laura se puso de rodillas frente al niño y le quitó la mano de la frente.
—¿Qué tienes? —preguntó Laura con una preocupación perceptible.
Laura rápidamente percibió que al niño le estaba sangrando la frente. Alarmada, Laura rasgó una manga de su propia blusa y la puso en la frente del niño.
El niño seguía llorando y Laura seguía preocupada. Laura le dijo palabras de aliento al niño para que se calmara, aunque Laura no estuviera segura de sus propias afirmaciones: “todo va a estar bien”, “solo fue un ligero raspón”, “inhala, exhala”.
Lo más seguro era que cuando volviera la vecina a la casa, le pediría de vuelta, los 500 pesos que le había dado a Laura. Pasaron varios minutos y el niño se calmó, tal vez.
Laura notó que la tela que estaba presionando ligeramente en la frente del niño, se estaba manchando de sangre. Laura ni siquiera sabía si lo que estaba haciendo estaba bien, ella sospechaba que, si una enfermera la viera, la regañaría por andar haciendo algo mal, ¿la hipotética enfermera de su imaginación, le hubiera dicho que lo más razonable hubiera sido llevar al niño a un médico en vez de buscar detener el sangrado ella misma con un pedazo de tela?
Unas cuantas horas pasaron y la vecina había llegado a casa. Laura estaba sentada en un sillón, y el hijo de la vecina estaba quietecito en otro sillón. La frente del niño había dejado de sangrar. Laura había tirado el pedazo de tela en un bote de basura que estaba dentro de la casa.
La vecina le agradeció el favor a Laura por haber cuidado a su hijo. Antes de que Laura regresara a casa, Laura le contó la verdad a su vecina de lo que había pasado. Para sorpresa de Laura, la vecina se lo tomó con mucha tranquilidad.
—Este muchacho inquieto siempre se mete en problemas —afirmó con tranquilidad la vecina.
Laura regresó en la noche a su casa un poco perturbada de que su vecina no se hubiera tomado tan mal que su hijo resultó herido, y que tampoco le pidió a Laura los 500 pesos de vuelta.
Después de tan aterrador día, Laura decidió dejar de ser niñera; si algún ladrón o un hombre con intenciones malas, entrara a la casa de la vecina, no habría mucho que Laura pudiera hacer para defender tanto al niño como a ella misma. Laura no tenía una fuerza sobresaliente, tampoco era alta, muchas cosas le jugaban en contra. Bajo su cuidado, un niño se había herido.
A Laura le dejó de llamar la atención ser pediatra o maestra de preescolar. Pensándolo bien, era una labor muy grande cuidar o atender a un niño. Ella ya no se creía capaz de cumplir excelentemente con la tarea.
Laura entró a casa y la mamá de Laura miró a Laura con extrañeza.
—Hija ¿fuiste a un concierto de rock o que le pasó a la manga de tu blusa? —preguntó con perplejidad mamá.
Laura le contó a su mamá todo lo que había pasado.
—La vecina tiene razón, ese niño es bien inquieto —afirmó mamá.
Laura sintió consuelo al ver que su mamá no la regañó por romper la manga de su blusa.
Laura se bañó, se cambió de ropa, se acostó en su cama y cerró los ojos. Tal vez ella podría hacer su aporte a la sociedad cuidando ancianos.
El sábado 14 de septiembre, la familia de Laura había organizado una comida en la casa, porque al papá se le antojó hacerlo. Papá invitó a los tíos y a los primos, también mamá había hecho lo mismo.
Todos comieron en las sillas de plástico que eligieron. Laura se sentó al lado de Sofía, su prima.
Sofía trabajaba como cuidadora de un asilo en la ciudad. Sofía tenía 27 años. Sofía entabló plática con Laura. Laura le contó a Sofía con sumo detalle acerca de que ella había cuidado a un niño el sábado anterior.
—Qué mal Laura, pero es que así son los niños, inquietos —dijo Sofía mostrando interés ante lo dicho por Laura.
—¿Trabajar con ancianos es más fácil Sofía? —inquirió Laura.
Laura observó cómo Sofía comenzó a carcajearse escandalosamente. Sofía cuando se contaban chistes durante las reuniones familiares, no se reía, pero ahora sí que se estaba riendo. Laura vio cómo la cara de Sofía se volvía roja de tanto reírse, hasta le estaban saliendo lágrimas por los ojos. Unos segundos después, Sofía se fue calmando poco a poco.
—Esos ancianos, cuando quieren, te hacen muy difícil la tarea de cuidarlos —aseguró Sofía mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos—. Ahora sí que me hiciste reír Laura.
A Laura no le faltaba que Sofía le confirmara lo que ella había visto.
Editado: 24.07.2025