La despedida

La despedida

Mientras Kat avanzaba por la acera en dirección al parque, la nieve caía lenta pero constantemente. La noche era fría, y con cada exhalación una nubecilla de vapor se precipitaba para luego desaparecer mezclándose con el aire.

Sus huellas iban quedando inmóviles sobre la gruesa capa blanca en la superficie, esperando que la misma nieve las cubriera poco a poco con cada uno de sus cristales. Las luces de las farolas eran tenues, y creaban un tímido campo luminoso alrededor que le daban un tono amarillento a todo aquello que tocaban.

Mientras se desplazaba miraba de reojo hacia los escaparates de las tiendas a su costado, pero no había reflejo en los vidrios, posiblemente debido a que cada uno de éstos se encontraban empañados por el gélido ambiente.

Al llegar a su destino, Kat se sentó en la banca de siempre. Ocasionalmente pasaban algunas personas, pero no notaban su presencia. Es que la vida en la ciudad siempre había sido así, todos caminaban hacia donde quiera que se dirigían, sin prestar atención en los demás. Una sociedad egoísta e individualista.

A pesar de que la temperatura descendía con el paso de las horas, no sentía frío.

Llevaba casi dos horas sentada allí cuando de pronto la ve, tan radiante y hermosa como siempre lo había sido. Venía caminando desde la acera de enfrente, pero sabía que no debía moverse de aquel lugar.

Al acercarse, cruzó la calle, se aproximó a la misma banca en la que se encontraba Kat, y, como cada noche, se sentó a su lado. La hermosa mujer recién llegada encendió un cigarrillo y aspiró su humo intensamente, sintiendo el calor que recorría su cuerpo de pronto, para luego exhalarlo en una intensa nube de humo gris.

Ambas se encontraban allí sentadas, mirando el gran árbol navideño que se alzaba imponente en el centro del parque, cubierto de adornos y luces de colores.

Kat desvió la mirada y fijó sus ojos en Julia, que permanecía en silencio y con la vista fija en el gran árbol.

Como cada noche, la quietud y la paz eran compañeras de la misma escena, porque entre ellas no había comunicación. Los últimos meses que estuvieron juntas fueron de discusiones y peleas constantes, que no hicieron más que intensificarse a medida que pasaba el tiempo. Finalmente, ambas tomaron la decisión de separarse y nunca más volver a hablar.

Pero el destino las seguía uniendo, aunque sea en esa íntima, cómplice y silenciosa compañía.

Todas las noches Kat esperaba pacientemente a Julia, que llegaba a diferentes horas a sentarse a su lado. A veces un par de horas tarde, o media hora antes, pero siempre llegaba.

Y así permanecían, sin decir palabra alguna, simplemente observando lo que sea que tuvieran delante de ellas. Esta noche era especial, pues ambas recordarían las navidades que pasaron juntas.

En el rostro de Kat se veía amor y admiración. En el de Julia tristeza y melancolía, pero el amor estaba aún allí. Ambas eran orgullosas, lo que hacía que esa escena jamás se rompiera.

Mientras Kat miraba a la otra mujer, pudo darse cuenta de que el tiempo pasaba para todos, sin dar tregua a nadie. Las arrugas en el rostro de Julia eran más notorias que hace algún tiempo, y las ojeras bajo sus párpados evidenciaban los años, pero también la depresión que posiblemente arrastraba hace un tiempo. Su cabello contenía mechones abundantes de color plateado, esparcidos irregularmente por toda su cabeza. Desde su piel comenzaron a aflorar manchas, algunas grandes, otras pequeñas, unas claras, otras más oscuras; Julia estaba acusando su avanzada edad.

A medida que pasaban los minutos, Kat seguía ensimismada en la figura de aquella mujer que tanto había amado, y que seguía haciendo. Compartieron una vida juntas, y ahora estaban allí, una al lado de la otra, sin cruzar palabras, pero manteniendo aquella rutina diaria que de alguna manera les daba a entender a ambas que dentro, en algún lugar de sus corazones, seguían estando para cuando la otra lo necesitara.

Meses pasaron para que, finalmente, Kat fuera la que rompiera el hielo.

-Es una fría noche. A veces recuerdo las ocasiones en que paseábamos juntas de la mano. Yo te miraba mientras contabas tus alocadas historias. -La mujer dejó de mirar a Julia y fijó la mirada en el luminoso árbol. -Siempre me causó mucha gracia esa que me contaste acerca del árbol y tu gato, cuando eras pequeña.

Kat sonreía al traer a su memoria lo que mencionaba, pero sus lágrimas brotaron tímidamente. Al percatarse, miró al sentido contrario de donde estaba la silenciosa mujer, intentando evitar que ésta la viera llorar. Pero Julia seguía mirando el árbol, imperturbable y haciendo oídos sordos a las palabras de su compañera. Sin embargo, Kat sabía que ella también lo recordaba.

-Fuimos muy felices durante muchísimo tiempo. Pero… bueno, las discusiones, las diferencias, mi inmadurez… Creo que todo desencadenó lo que vivimos. Se convirtió todo en un maldito infierno, ¿sabes? Yo ya no era capaz de soportarte, y tú tampoco a mí. Lo que hicimos, la decisión que tomamos, creo que fue lo mejor. Quizás nunca más volvimos a hablar, pero estoy segura de que en algún momento ambas podremos mirarnos a los ojos y perdonarnos.

La mujer comenzó a sollozar, extrañando muchísimo a la persona que se encontraba silenciosamente sentada a su lado.




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