La Dinastía (libro 10. Borelishka et Varetskhy)

Cap. 10 Nilak

 

Alaska. Octubre, 2007

Alaska, el estado más grande de la unión, está ubicada en el extremo noroeste de América del Norte, y limita al norte con el océano Ártico, al sur con el océano Pacífico, al este con Canadá y al oeste con el mar de Bering, que la separa de Rusia. Muchísimos años atrás, los 1.518.800 km2 que componen la región, estaban habitados por el pueblo Inuit, etnia aborigen de Alaska, mismos que defendieron sus tierras en 1741 cuando llegaron los rusos, pero finalmente éstos se asentaron en lo que fue conocido como la América rusa hasta que en 1867, el zar Alejandro II, y a raíz de la precaria situación por la que atravesaba su imperio después de la guerra de Crimea (1853-1856), en la que Rusia sufrió una terrible derrota a manos del Reino Unido, Francia y el imperio otomano, el zar vendería Alaska a EE.UU y ésta pasaría a convertirse en uno de los 49 estados de la unión.

Alejandro tenía claro que le quedaría muy difícil defender las lejanas tierras de Alaska en el caso de que los británicos quisieran arrebatárselas, pues ellos controlaban la vecina Canadá y tenían un acceso muy fácil y rápido. De modo que decidió deshacerse de Alaska, pero pensando en obtener alguna ganancia, y así fue como en 1867, vendió Alaska a EE.UU por la módica suma de 7.2 millones de dólares.

Al inicio, aquella transacción fue denominada La locura de Seward, en referencia al secretario de estado William Seward, que fue quien se empeñó en ella, pues los estadounidenses no le veían objeto a aquel enorme gasto público por unas heladas tierras cuyo único atractivo eran unas cuantas minas de oro. Sin embargo, cincuenta años después, aquella se convertiría en una de las mejores inversiones y Seward pasó de loco a héroe, pues Alaska es uno de los estados más ricos de la unión, no solo por sus minas de oro, y por la extracción de salmón que en principio dio exorbitantes ganancias, sino porque está dotada de grandes yacimientos petrolíferos.

En el extremo más nororiental de Alaska, está ubicada una pequeña población denominada Nilak.[1] Al principio y como en casi toda Alaska, sus habitantes eran los Inuit, y vivían en asentamientos que si bien habían dejado de ser nómadas, no llegaban a la categoría de ciudades y ni siquiera de pequeños poblados como los conocemos, pero a medida que se fueron haciendo exploraciones en la zona, y a raíz de los descubrimientos de grandes yacimientos de gas natural en sus entrañas, comenzó a crecer la pequeña ciudad de Nilak. Aquella era una ciudad en la que sus habitantes casi estaban de paso, pues estaba constituida, en su mayor parte, por las familias de los trabajadores de las empresas mineras, y eran pocos los que se quedaban mucho tiempo, bien fuera, porque finalizaban el trabajo para el que habían sido contratados, o simplemente, porque se cansaban de vivir en aquel rincón del universo del que muchos estaban seguros que ni siquiera aparecía en el mapa.

No obstante, hacia la segunda mitad del siglo XX, hubo familias que comenzaron a quedarse, como por ejemplo, los Campbell y algunas otras.

Josua Campbell había llegado allí como enviado de la administración nacional, para supervisar la puesta en marcha de las primeras obras civiles que quienes comenzaban a habitar aquel lugar, de forma más permanente, habían solicitado. Tanto él como su esposa Susan, se enamoraron de aquellas tierras, de modo que se quedarían a vivir allí, y Josua decidió dejar la administración pública una vez que había finalizado lo que lo habían enviado a hacer, y abrir un pequeño despacho de abogados, ya que aquella era su profesión, y años más tarde, sería electo como el primer alcalde de Nilak, cargo en el que repetiría unos años después. Siendo que los Campbell no habían tenido hijos, primero Susan, y después el mismo Josua, adoptarían emocionalmente a Loriane Lisieux.

Claude Lisieux, esposo de Loriane, había adquirido una vivienda que estaba casi al final del conjunto de residencias y a pocos metros de la orilla del pequeño lago. Cuando él y Loriane habían ido a visitar el lugar, a ella lo que más le gustó fue la cercanía entre la casa y el lago, pues aquella criatura se pasaba la vida pintando y cuidando sus flores, aunque con aquel clima, eso último luciría un tanto difícil en el futuro. Una vez que se trasladaron allí todo marchó bien durante los primeros años, o al menos eso pensaban sus vecinos, pues en realidad la pobre Loriane no podía ser más infeliz, ya que tenía un marido maltratador.

La pareja tenía una hija de nombre Juliet, que se había adaptado bien al jardín de niños; Loriane se pasaba los días pintando o atendiendo a su pequeña hija, y aunque la mayoría de las personas pensaba que Loriane debía creer que tenía una muñeca y no una hija, por la forma en la que la vestía, pronto se acostumbraron a lo que llamaban las excentricidades de Loriane.

Claude por su parte, que era un ingeniero de proyectos y había sido enviado allí para integrarse al equipo de proyección de un nuevo oleoducto, había iniciado su trabajo en la empresa minera de la zona. No obstante, el señor Lisieux perdió la cabeza por una joven analista y cometería lo que a juicio de muchos, serían los tres peores errores de su vida, pues primero abandonó a su familia para irse con aquella chica; el segundo sería olvidarse de que tenía una hija; y el tercero, llegar tarde para intentar recuperarla.

Loriane en principio pareció no entender lo que había sucedido, pero cuando lo hizo, cayó en una depresión brutal que casi le cuesta la vida, y no porque amase a Claude al punto de pensar que la vida sin él no valía la pena, sino porque aquel bastardo desgraciado, se las había arreglado para dejarla sin un centavo de su herencia, y había amenazado muchas veces con dejarla y llevarse a la niña. Sin embargo, y aunque ella no lo notó en forma inmediata, como lo que no soportaba era que Claude fuese a llevarse a su hija, sería lo que la llevaría a tomar aquella desesperada decisión.  Como no habían podido localizar a Claude cuando la ingresaron al hospital, Susan Campbell se había hecho cargo de la pequeña Juliet, pero cuando les dijeron que era improbable que Loriane superase el envenenamiento, y como Claude seguía ilocalizable, tuvieron que entregar a Juliet a la seguridad social, aunque con la promesa de agilizar los trámites para la adopción legal de la niña.




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