La Dinastía (libro 10. Borelishka et Varetskhy)

Cap. 17 Iyul

 

Si bien Iyul no interfirió, o lo hizo lo menos posible, con las actividades de Kyv, durante los siguientes quince días estuvieron viéndose a diario, pero si bien él parecía feliz, y Misha muy preocupado, Kyv comenzaba a preguntarse qué le sucedía, porque, aunque era evidente que era un caballero, por mucho que lo fuese, su comportamiento no parecía corresponderse con el de un individuo que se interesa en una chica. Sin embargo, cuando estaban a mediados de la tercera semana, y cuando Iyul fue a dejarla en su departamento, las cosas cambiaron.

  • Iyul
  • Dime
  • Estaba pensando…

Iyul la miró con curiosidad, porque si algo había aprendido, era que aquella chica no era especialmente silenciosa, así que le extrañaba tanto el silencio, como la vacilación en el tono, pero fiel a la promesa que se había hecho, de no hurgar en aquella cabeza y acostumbrarse a sorprenderse con lo que ella pudiese decir, aguardó pacientemente. En el caso de Kyv, tenía un furioso pleito con ella misma, pues aquel sujeto se le había metido en los pensamientos y en las venas, pero la confundía muchísimo, porque así como podía portarse encantador, tierno, gracioso, o atento; en ocasiones su mirada la hacía sentir que quería asaltarla, pero al minuto siguiente estaba hablando de algo, cualquier cosa interesante o instructiva, mientras ella seguía sintiendo que sus piernas habían dejado de ser útiles, de modo que sí, estaba muy confundida, y aquellos ojos no contribuían nada a que su cordura se mantuviese como debía.

  • ¿Kyv? – preguntó Iyul cuando notó que el tiempo que llevaba en silencio ya excedía en mucho a cualquier otro que hubiese permanecido así
  • Mmmm… ¿Piensas quedarte mucho tiempo aquí?
  • ¿Te gustaría que me quedara? – preguntó él

Y ahí estaba de nuevo, pensó Kyv. Aquella mirada y aquella voz que parecía enroscarse en cada rincón de su cerebro y la inhabilitaba para pensar siquiera. Pero las cosas iban a complicársele aún más cuando Iyul elevó la mano y rozó su mejilla con los dedos. Kyv quería echarle los brazos al cuello y besarlo, pero algo de cordura y dignidad debía quedarle, y el mal genio que había estado de vacaciones por aquellos días, decidió prestarle algo de colaboración.

  • ¿Por qué me estás haciendo esto? – preguntó, aunque luego pensaría que eso no había sido ni muy lógico ni muy cuerdo
  • ¿Te estoy haciendo algo?
  • Sí, porque… parece que…
  • ¿Sí? – preguntó y Kyv pensaba que aquella voz que se le antojaba acariciadora, no la estaba ayudando
  • ¡No sé! – dijo finalmente
  • No puedo contestar a algo si no lo preguntas

En ese momento lo que Kyv quería hacer era golpearlo, pero su traicionero cuerpo estaba en total desacuerdo. Misha que estaba a unos metros del portal donde ellos hablaban, y que no había tenido la misma discreción de Iyul y sí estaba al tanto de lo que la niña estaba pensando y sintiendo, pensó que ahora si estaban en muchos problemas.

  • ¿Te… te intereso de alguna manera? – preguntó finalmente  

Kyv vio que una sonrisa se dibujaba en los labios de Iyul, con lo que sus deseos de golpearlo crecieron de forma exponencial, pero él abrió la mano cuyos dedos habían seguido en su mejilla y la trasladó hacia su cuello, mientras que la otra sujetaba su cintura.

  • Me interesas en todos los sentidos posibles, señorita Leclerc

Después de eso, el mundo pareció desaparecer, pues apenas sus labios se tocaron, Kyv estaba segura que estaban siendo víctimas de alguna explosión a poquísimos metros. Y en el caso de Iyul, lo que sintió fue una alegría salvaje que se alejaba por mucho, de cualquier otra cosa que hubiese sentido nunca en su vida. Quizá con posterioridad, Kyv se preguntaría cómo habían llegado y entrado a su departamento sin que ella lo notase, y en realidad no sería consciente de nada más que no fuesen las manos de Iyul inventariando su cuerpo. Kyv había tenido un par de relaciones que en realidad no habían llegado muy lejos, y siempre pensó que era su mal carácter el que acababa con las mismas, pero en ese momento estuvo segura que no era eso, sino que con ninguno había querido estar en la posición en la que ahora estaba.

Iyul tenía más de dos mil años, había estado casado y había tenido incontables mujeres, pero lo que nunca había hecho era interesarse mucho en ninguna. A diferencia de su progenitor, no se trataba de que no las tratase con delicadeza o que no se esmerase en proporcionarles el mismo placer que ellas podían ofrecerle, pero era algo momentáneo, mientras que ahora, y aun en un momento en el que usualmente no pensaba mucho, lo estaba haciendo, y lo hacía en el sentido de que no quería nada más en la vida, que la quería a ella, que la quería suya, la quería ahora y la querría todos los días; y a cambio, él estaba dispuesto a darle desde la más lejana de las estrellas, hasta su propia vida.

Las primeras luces del alba entraron con violencia en la reducida habitación, pero Iyul, poco acostumbrado a dormir más allá de unas pocas horas que no coincidían de ninguna manera con la salida del sol, abrió los ojos cerrándolos a continuación debido al daño que le produjo la excesiva claridad. No obstante, en los escasos segundos que los tuvo abiertos, determinó varias cosas, la primera, que no estaba en su habitación, la segunda, que era un lugar asfixiantemente pequeño, y la tercera, una enorme confusión que lo paseó a la velocidad de la luz por una variedad de opciones de la que destacaba el haber caído en una muy inconveniente trampa. Sin embargo, un movimiento a su lado lo hizo aterrizar muy pronto, pues los recuerdos afloraron con rapidez y el corazón de Iyul inició un desordenado latir que casi le produjo dolor, pero una sonrisa de auténtica felicidad se dibujó en sus labios. Con cuidado abrió los ojos, ladeó la cabeza y la vio. Si bien hasta ese momento, Iyul no le había puesto un nombre a lo que estaba sintiendo, en ese, no le cupo ninguna duda de que estaba enamorado hasta los huesos de aquella chica.




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