En el corazón de Praga, se encuentra el lujoso Aria Hotel que, a la tempranísima hora de las seis de la mañana, no parecía tener mucho movimiento, pero por la entrada de los empleados, acaba de ingresar una pareja que iba hablando animadamente, pero una vez que ingresaron a las instalaciones, suspendieron bruscamente la conversación y tomó cada uno un camino diferente. La mujer, una rubia alta y delgada, entró a un cuarto de escasas dimensiones, buscó debajo de lo que parecía una vieja caldera y extrajo una bolsa. Se sacó las ropas y se colocó las que estaban dentro de la bolsa, introdujo las que llevaba en la misma, sacó un paquete pequeño que también estaba en la bolsa y salió.
El hombre que había entrado con ella, había subido con cuidado por las escaleras del servicio, y una vez que llegó al piso que le interesaba, abrió, miró a los lados, y como no vio a nadie, salió y caminó a toda prisa hacia una de las habitaciones a la que entró.
Aproximadamente una hora más tarde, aparcaba un auto a las puertas del hotel, del que descendieron dos hombres de aspecto adusto, entraron y se dirigieron directamente al mostrador.
Los dos hombres se encaminaron hacia el elevador, y unos diez minutos después, se repitió la misma operación con otros dos sujetos, y transcurridos otros quince minutos, volvió a repetirse en esta ocasión con tres individuos.
Si alguien hubiese estado prestando atención, habría encontrado aquello como mínimo extraño, por no hablar del recepcionista, pero como no era el caso y él estaba perfectamente al tanto de aquello, nada sucedió.
A las nueve treinta, se encontraban los ocho hombres en actitud expectante, pues la habitación a la que habían accedido, era la misma en la que se había escabullido el que había entrado por la puerta del personal, cuando llamaron a la puerta.
Uno de los asistentes a aquella extraña reunión era Akad Schleswig, el respetadísimo catedrático de Antropología Histórica de la universidad de Bagdad. Aunque inicialmente, Akad se había negado a aceptar toda aquella locura, y a pesar de que, durante algún tiempo, y después de la visita que le hiciera Holzinger posterior a la muerte de su abuelo, él había llegado a concebir la esperanza de que, o bien había malinterpretado todo el asunto, y aquel era un grupo de fanáticos algo exaltados, pero no peligrosos, o que solo querían de él algunos informes relativos a sus estudios arqueológicos, pues no había vuelto a saber de ellos en un tiempo. Sin embargo, apenas un año después que Akad contrajera matrimonio y cuando estaba por nacer su hija, recibió nuevamente la visita de Holzinger, indicándole que debía viajar con él para un asunto urgente. Akad intentó negarse, pero fue directamente amenazado de una manera que le hacía imposible negarse, de modo que, con el mayor pesar, tuvo que decirle a su esposa que debía hacer aquel viaje.
En esa oportunidad lo hicieron ver las tomas de lo que parecía un video mal grabado y a una velocidad que hacía que la imagen fuese difusa, pero después le explicaron que no había ningún problema con la imagen, y que aquella era la grabación de una de las criaturas a las que buscaban. Akad pensó que aquellos individuos en verdad estaban muy mal de la cabeza, pero decidió no decir nada en beneficio de la propia salud y se limitó a escuchar las exposiciones que hicieron. Una vez concluida aquella reunión, lo despacharon a su casa y Akad seguía sin saber por qué lo habían llevado en primer lugar.
Después de eso, pasaron otro par de años y nuevamente fue requerido por los locos aquellos, solo que esta vez, el asunto era más complicado, porque lo que querían era que fuese a un lugar de Asia para supervisar unas excavaciones arqueológicas. Akad nuevamente se negó, esta vez con algo más de firmeza, pues él sabía perfectamente que aquel era un trabajo cuya duración era indeterminada y él no solo tenía un compromiso con la universidad, sino que tenía una familia a la que no quería dejar. No obstante, comprobaría por el camino difícil y cruel, que no le estaba permitido abandonar aquello que ni había pedido ni había querido, porque si bien el enviado de Holzinger no insistió, un par de días más tarde, la policía le notificó que habían encontrado el auto de su esposa volcado, su pequeña hija había fallecido en forma instantánea, pero su mujer se debatía entre la vida y la muerte en el hospital. Por supuesto, Akad corrió hacia el centro asistencial, y aunque fue un durísimo y doloroso golpe reconocer el cadáver de su hija, después tuvo que escuchar el informe de los médicos con relación al estado de su esposa y el mismo no era muy alentador. Esa noche, ya muy tarde, se presentó Holzinger y Akad tuvo el violento deseo de acomodarle un puñetazo, pues en su opinión aquel individuo no solo era un maniático estúpido, sino que no tenía el más mínimo sentido de la oportunidad.
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Editado: 11.02.2023