La Dinastía (libro 11. Vannya)

Cap. 29 ¿Venganza?

 

Aunque generalizar sobre cualquier tema es inadecuado, hay ciertos estereotipos que tenemos bien aprendidos, y Henry Richmond era el ejemplo vivo de lo que pensamos es un británico de pies a cabeza. Su expresión nunca revelaba sus estados de ánimo, a menos que hubiese superado el límite de su paciencia, pero era algo que nunca nadie veía venir. Su comportamiento era siempre el de un perfecto caballero, era frío como el hielo y perseverante como nadie, características éstas muy útiles para el medio en el que se desenvolvía. A diferencia de Dylan, con quien compartía muchas de las características anteriores, Henry tenía un sentido del humor ácido y refinado, lo que resultaba terriblemente irritante para el objeto de su atención, y nunca recurría al chiste fácil, sino a la ironía.

A pesar de que tanto Henry como Dylan, nacieron mucho antes de que se instituyera en Inglaterra la famosa hora del té, el segundo adquirió el gusto por el mismo en su viaje al lejano oriente, mientras que Henry comenzó a consumirlo en una época más tardía y posterior a 1660, pero para ambos, era un ritual ineludible.

Si bien Henry parecía atado a su patria, y nunca había pensado en dejarla, cuando su amistad con Dylan se hizo más sólida, comenzaría a hacer sugerencias primero, y luego, con el tiempo, a trabajar en forma firme y continua a su lado, lo que lo obligó a visitar el Pravitel de forma muy seguida, y finalmente, a trabajar de forma permanente en él, pero en el departamento que creó Dylan y que era conocido como el Libigen et Dhrejtsa. [1]

Posiblemente algunos pensasen que Henry era el individuo más inadecuado para trabajar en un lugar donde se suponía se velaba por los derechos de todos y se elaboraban leyes que debían beneficiar a la nación devrigs, pero eso solo demostraría que no lo conocía en lo absoluto y que solo se dejaban llevar por las características tan inglesas antes descritas, pues en realidad Henry era uno de los mayores defensores de los derechos humanos y de la igualdad ante la ley. Además de lo anterior, por su formalidad, y por el hecho de conocer a muchísima gente, hacían de él un individuo muy capaz para las relaciones internacionales.

Todo lo anterior era lo que Henry había venido haciendo durante los dos últimos siglos, y a pesar de que, en la antigüedad, realizar cualquier trabajo habría sido casi deshonroso para cualquier noble, como no fuese, en el caso de los ingleses, ocupar el escaño que por herencia de sangre le correspondía en el parlamento, a Henry le gustaba lo que hacía, y si lo había tenido sin cuidado antes, ahora le importaba menos aún. A pesar de lo anterior, en los últimos ocho meses, y debido a la ausencia de Dylan, él había tenido que hacerse cargo de la jefatura del departamento, y aunque había protestado, pues no le gustaba estar encerrado en ninguna parte, no había tenido opción, pues había sido una orden real. Aquella era una obvia exageración, porque no iba a estar encerrado, algo que le habría resultado imposible al mismo Dylan siendo tan inquieto como había sido siempre, pero sí significaban muchas más reuniones con Sergei o con los equipos que trabajaban en las discusiones de nuevas leyes, o en las peticiones de reformas para las ya existentes por diversos motivos, y sobre todo entre los últimos, había algunos individuos que agotaban su paciencia con mucha rapidez.

Aquella mañana y acabando de llegar, uno de los funcionarios lo había detenido en el hall para consultarle algo, pero tenía apenas unos minutos hablando con él, cuando vieron entrar a varios levramzyks escoltando a Hanna y a dos chicas.

  • Kasny din, milord – saludó ella mientras el extendía su mano
  • Mi lady – dijo haciendo una ligera inclinación y rozando sus dedos con los labios

Si bien a nadie allí le habría extrañado aquello y, de hecho, nadie les estaba prestando atención, la ruidosa carcajada de Juliet, que era una de las acompañantes de Hanna, sí hizo que muchas cabezas se girasen, de modo que el jefe de la guardia se apresuró a crear el aislamiento mientras lamentaba enormemente que le hubiesen asignado aquella tarea, pues el individuo en cuestión, era el mismo que había conducido a Iván y a aquella chica cuando fueron a Lind. El autor de aquella odiosa asignación era, por supuesto, Iván, pero el chico no podía sentirse más desdichado.

Henry por su parte, primero había mirado a Juliet con curiosidad, pero no necesitó que nadie le dijese nada para enterarse de quiénes eran aquellas, lo que no tuvo fue tiempo para dirigirles un saludo apropiado ni de ninguna especie.

  • ¡Juliet! – había susurrado Loriane en tono disgustado
  • Por favor, madre, este sujeto parece que se hubiese tragado un poste del alumbrado con todo y cables – dijo en forma inmisericorde
  • Milord – intervino una apenada Hanna – Ellas son Loriane y Juliet Saint-Claire – y luego agregó para ellas – Él es Lord Henry Richmond, Duque de Hardwicke
  • Bonjur mes demoiselles

Juliet había juntado las cejas al escuchar a Hanna, pues a pesar de que ya conocía parte de la historia de los Saint-Claire, y que ellas eran sus parientes, lo que no le había parecido en principio, era que tuviesen que cambiarse el apellido y solo por terquedad, porque no era que estuviese especialmente orgullosa del de su padre.

  • Es un placer, duque – saludó Loriane
  • ¡Ey! – fue el saludo de Juliet, aunque Henry lo encontraba informal, inapropiado, de ningún modo un saludo y casi se sintió enfermo
  • Ahora con su permiso, milord




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