Muchos años atrás, cuando Dylan tenía más bien poco tiempo de transformado, medido por el tiempo que podían durar sus vidas, y cuando ya los gemelos habían nacido, aunque él no sabía que eran suyos, en una ocasión en la que, en su opinión, se le había extraviado el anillo que le dio su padre con el escudo de armas de los Duques de Livingstone, él se lo decía a Janos cuando Iziaslav entró y escuchó.
Aquello obedecía a que Dylan se había negado tercamente a tener un sirviente, esgrimiendo que no quería a su servicio a una persona que casi no lo era debido al tratamiento que recibían aquellos que servían a los miembros de la casa real, pues de acuerdo a lo que le había explicado Janos la primera vez que había estado en Illir, el cerebro de los pobres infelices era sometido a una especie de coacción que suprimía casi cualquier pensamiento propio. Aunque en aquella época no conocían el concepto de robots, sin duda era lo que casi terminaban siendo.
Como Janos lo había imaginado, fue víctima de la venenosa ira de Iziaslav, porque si bien él no se ocupaba de aquella clase de cosas, sabía que era el deber de Janos vigilar que se les proporcionase a sus hijos y a él mismo, cualquier cosa que pudiesen necesitar, y en su opinión, un sirviente personal entraba dentro de esas cosas. Ante aquella situación que Dylan encontraba absurda, sería su intervención la que salvaría a Janos de rifarse la injusta golpiza que Iziaslav estaba a punto de darle.
No obstante, aquella sería una de las poquísimas veces que discutiría con Iziaslav, y si bien no lo hizo de la forma grosera que lo hacía Lucien, sino como si se tratase de una conversación normal, se las arregló lo mismo para salirse con la suya. El dichoso anillo apareció, pues nunca había estado perdido, solo que Dylan y siendo como era un caballero que había sido criado para que otros le sirviesen, simplemente no se había puesto a buscarlo, sino que al no verlo donde lo había dejado la noche anterior, simplemente asumió que estaba extraviado, cuando lo que había sucedido, era que el sirviente que había arreglado la habitación, lo había colocado en un joyero.
Dylan siempre había sido curioso, algo que le había reportado muchos castigos en su niñez, pues Joseph encontraba aquella necedad de su hijo, no solo lo anterior, sino riesgosa, pues había puesto en el mencionado riesgo su vida, en su afán por ir a lugares o hacer cosas que pudieron costarle la misma. De modo que en una ocasión en la que se paseaba por Illir en compañía de Janos e Yvaylo, pues aquel lugar era enorme y la curiosidad antes expuesta lo impulsaba a querer conocerlo todo, aun no lo conocía por completo, pero se detuvo ante una puerta con intención de abrirla.
Yvaylo había reído en forma maliciosa, pues sabía que apenas entrasen a las dependencias del servicio, que era a donde conducía aquella puerta, Dylan se regresaría. Sin embargo, en esa oportunidad cuando atravesaban el pasillo, escucharon una conmoción, y aunque no podía correr ningún riesgo allí, Yvaylo lo apartó y se adelantó.
Por supuesto, y como había pensado, nada amenazaba a Dylan, o al menos no a su integridad física, pues la emocional era otro asunto como irían descubriendo a lo largo de los años posteriores. Lo que sucedía, era que un individuo apaleaba a un chico que a Dylan y en primera instancia, le recordó a Tommy, aunque el que estaba viendo estaba un poco más crecido.
No obstante, como de ninguna manera quien estaba ejerciendo aquella violencia, habría esperado que alguien del rango de Dylan estuviese allí, reaccionó en consecuencia.
Aquellas fueron malas noticias tanto para el hombre como para Dylan, pues Yvaylo atacó al individuo, pero como Dylan ya se había movido para apartarlo él mismo, salió despedido golpeándose contra un aparador repleto de tazas y platos que cayeron con estrépito.
El pobre sujeto intentó una explicación que en opinión de Dylan no explicaba nada, pero sabiendo que los padres solían castigar a sus hijos con aquella violencia independientemente de la falta, se olvidó de él y se acercó al chico que se había encogido en un rincón. El jovencito cerró los ojos, pues si en su opinión, su padre tenía derecho a castigarlo como le pareciese, aquel individuo fuese quien fuere, y él no lo sabía pues jamás había ido más allá de un jardín trasero donde su padre había comenzado a enseñarle el oficio de jardinero, sin duda era alguien con poder, así que se dio por muerto, aunque él nada le había hecho. Sin embargo, no solo él iba a sorprenderse mucho, sino todos los presentes cuando Dylan se agachó hasta quedar a la altura de donde él estaba agazapado.
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Editado: 11.02.2023