La Dinastía (libro 11. Vannya)

Cap. 62 Vientos de tragedia

 

Lucien no había pasado el mejor de los días, porque aparte de la preocupación por Mía, y aunque ella se veía mejor que la noche anterior, seguía neciamente preocupado por Dylan, como pensó Itlar, pero adicional a lo anterior, y fue cuando Itlar pensó como lo hizo, a media mañana, Lucien estuvo a punto de marcharse, porque estaba seguro que a Dylan le había sucedido algo terrible. Como Iziaslav había escuchado eso, había mirado a su hijo con una expresión que estaba a medio camino entre la preocupación y la extrañeza. Lo primero era lógico, porque si Lucien decía algo como aquello, habían tenido suficientes pruebas de su asertividad a lo largo de sus vidas, como para no prestar atención; y lo segundo, porque de ser así, lo extraño era que lo estuviese diciendo y que no hubiese salido en carrera a buscarlo. Sin embargo, Itlar al ver que Lucien no se movía, optó por otro método y se comunicó con Yvaylo. Como el levjaner le aseguró que Dylan estaba tan bien como podía estar, omitiendo lo sucedido un momento antes con Loriane, Itlar les transmitió esa información al padre y al hijo.

  • ¿Te dijo dónde está? – preguntó Lucien
  • No

Itlar sabía que lo que quería saber no era dónde estaba, sino con quién, pero como Yvaylo no lo dijo, él no podía decir lo que Lucien esperaba, aunque no lo hubiese preguntado.

  • Debe estar en el Pravitel ¿no? – aventuró Iziaslav que sabía que, en los dos últimos días, Dylan había estado asistiendo
  • Estoy bastante seguro que no – contestó Lucien, pero después de eso, se encerró en un obstinado silencio

En la noche cuando Istvan había ido a Illir, y si no hubiese seguido en su actitud, quizá Lucien habría notado que el levjaner estaba preocupado, y hasta se habría enterado de la razón sin preguntarlo. Sin embargo, un poco después de que Istvan se marchase, Lucien saltó del sillón como si éste lo hubiese expulsado.

  • ¡Janos! – exclamó

Como Itlar sí estaba al tanto de la situación, pues había asistido a la reunión de la madrugada, unió la rápida partida de Istvan con la exclamación de Lucien y rogó a quien estuviese a cargo, que pudiesen llegar a tiempo de evitar cualquier desastre.

Iziaslav que no sabía nada, porque Istvan había decidido esperar por lo menos hasta el día siguiente para informar lo que sabía, debido a que no quería angustiar más a Iziaslav que ya lo estaba bastante por causa de Mia, no se detuvo a preguntar nada y, en cualquier caso, no habría podido, porque Lucien había salido disparado y él lo siguió con Milorad intentando advertirlo.

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Si Avitzedek se había planteado la posibilidad de que Janos se presentase, y debió hacerlo teniendo en cuenta el sucinto, pero exacto informe de Aviram, porque había más hombres de guardia en las entradas al castillo, aunque eso también podía haber sido por órdenes de Aviram que en casi cualquier circunstancia conservaba su sangre fría, eso sería irrelevante, porque los pobres desdichados no se enterarían de qué los había atacado.

Con seguridad Janos no iba a ponerse a golpear la puerta, y menos después que Jeireddin había rendido su informe, y lo que llevaba encima era la ira de los dioses, de modo que despachó en forma expedita a cualquiera que se le pusiese por delante. Los levramzyks que estaban apostados en el lugar y los que llegaron con Janos, lo que intentaron fue que hubiese la menor cantidad posible de bajas, pues estaban conscientes que aquellos desdichados solo cumplían órdenes, o al menos debía ser así en su mayoría. Lo mejor que podía decirse de aquella violenta entrada, fue que no duró casi nada, porque casi todos los guardias y si bien no eran nyas, tampoco eran itslievs y estaban mucho más lejos de ser primigenios, de modo que los pocos que alcanzaron o intentaron atravesarse en el camino, fueron barridos como si fuesen bolos.

Sin embargo, era posible que los guardias de la primera línea no fuesen enemigos para Janos o para los levramzyks, pero en el patio interior las cosas cambiaron, porque se trataba de individuos más antiguos y de la clase que no profesaba ni siquiera simpatía a ningún Yaroslávich, y menos a ese.

Eran pocos los Savaresce que quedaban que pudiesen decir que habían conocido a Janos en sus inicios, y prácticamente ninguno fuera de Avitzedek y Aviram, los que hubiesen sido testigos de la masacre que llevaron a cabo Iziaslav y Janos con la familia Savaresce, pero no había ninguno que no conociese la historia, misma que a medida que había ido pasando el tiempo, había ido adquiriendo tintes de la fantasía que estaba lejos de ser. De manera que para aquellos que habían nacido después de la maldición, o habían sido transformados con posterioridad y por antiguos que fuesen, en realidad no conocían el salvajismo de aquel individuo, y siendo que los Savaresce no habían estado inmiscuidos en los acontecimientos a los que habían sido arrastrados los Yaroslávich en las últimas centurias, tampoco habían tenido oportunidad, y en el caso de los devrigs que procedían de los últimos doscientos cincuenta años, menos aún debido a la larga desaparición de escena de Janos.

Era por lo anterior, que cuando Janos ingresó al patio central, algunos recordaron lo que figuraba en unos viejos manuscritos:

<< Los hombres allende las altas montañas,[1]no son criaturas de los Dioses, sino gigantes y malignos engendros de Februus,[2] engendrados en las profundidades de Aita.[3]Su mirada sangrienta subyuga a cualquier desdichado mortal que ose interferir en su senda; sus manos son afiladas espadas que destruyen todo a su paso, se alimentan de sangre y la suya es el veneno que contamina la tierra y a sus criaturas>>




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