La Dinastía (libro 12. Milyk et Vörkessel)

Hace mucho tiempo

 

Una espesa niebla cubría la tierra que parecía desolada, pues éstas habían sido testigo mudo de las muchas cargas de caballería que las habían asolado, y en sus entrañas se mezclaba la sangre de hombres de diversas latitudes que habían ido a morir lejos de sus hogares.

Aquel no era un lugar que invitase a pasear por él, pero el hambre y la necesidad que dejaban a su paso los guerreros de las distintas tribus que peleaban por adueñarse de un palmo más de tierra, obligaba a los pocos sobrevivientes de aquellos cruentos enfrentamientos, a pasear por los macabros escenarios en busca de algo de mediano valor que los anteriores hubiesen dejado atrás.

Aquel día había comenzado como cualquier otro para quienes ya no eran capaces de distinguir uno de otro, de modo que en cuanto el alba despuntó en el gris horizonte, unos pocos hombres y mujeres se aventuraron en el terrorífico valle sembrado de extremidades humanas, sangre y el hedor de la muerte, en busca de cualquier cosa que les permitiese sobrevivir un día más.

Encontrar comida, que era su mayor necesidad, era poco habitual, a menos que se tratase de un campamento, de modo que se contentaban con encontrar una que otra moneda entre los despojos, o, en contadas excepciones, alguna espada con incrustaciones de piedras preciosas que hubiese pertenecido a algún guerrero de alto rango.

Una de las mujeres que se dedicaba a aquello, se agachó cuando le pareció que algo brillaba, pero repentinamente sintió que aferraban su tobillo y emitió un chillido. Aquello no era tan extraño, pues no todos los hombres a los que dejaban tirados morían de forma inmediata, sin embargo, quienes escucharon se apresuraron hacia el lugar con cierta extrañeza, porque todavía estaban lejos de donde se había efectuado el último enfrentamiento.

  • Auxilium – escucharon que decía el desdichado que estaba medio enterrado en el lodo

A pesar de la precariedad y la miseria en la que vivían aquellas personas, tenían mucha más conmiseración que quienes asolaban sus tierras, de modo que le prestaron la solicitada ayuda al hombre, aunque algunos pensaron que sería del todo inútil, porque vieron las heridas que tenía en el cuerpo. Sin embargo, lo llevaron a la villa y le brindaron la poca asistencia que pudieron hasta que alguien llevó a la curandera que vivía en el bosque cerca del pantano, a quien transfirieron el problema. La mujer se ocupó, pero cuando terminó, les advirtió que era improbable que se salvase, porque tenía incontables heridas de flecha en el cuerpo y algún veneno desconocido para ella.

A pesar de lo anterior, tanto ella, como la mujer que lo había encontrado, continuarían atendiéndolo por una enorme cantidad de días, al final de los cuales, la curandera dijo que los dioses debían tenerle especial cariño a aquel individuo, porque si no había muerto en los días anteriores, ahora que la fiebre había desaparecido, lucía muy probable que lo lograse y lo hizo.

Cuando el sujeto estuvo consciente, intentaron informarse de dónde venía, pero él lucía confundido, así que pensaron que tal vez no hablaba su lengua, pero la mujer que lo había encontrado, estaba segura de que sí, pues había pedido ayuda en la misma. Luego lo que intentaron averiguar fue su nombre, pero él siguió en silencio. La curandera concluyó que el veneno había dañado su cabeza, así que dejarían de preguntarle cualquier cosa, y poco a poco, el hombre al ir restableciéndose, comenzó a levantarse y algún tiempo después, ayudaba con algunas labores, que no eran muchas, porque como se dijo, aquel parecía ser un lugar maldito por el que todas las huestes de salvajes pasaban con excesiva frecuencia.

Si bien se alegraban de haberlo ayudado y de que el sujeto hubiese sobrevivido, tendrían también ocasión de lamentarlo, o quizá no, porque tiempo después y un día cualquiera, los escasos habitantes de aquel olvidado lugar, amanecieron todos muertos y el hombre al que habían salvado la vida, se alejó sin mirar atrás, y si alguien hubiese sobrevivido y se hubiese preguntado la razón para aquella cruel acción en contra de aquellos a quienes les debía la vida, no habría obtenido una respuesta, pues aquel individuo no tenía los mencionados motivos y solo exhibía su locura, ya que se trataba de Casiano Savaresce.




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