A pesar de la preocupación por quienes estaban en el Haigala, y aunque Milorad había conseguido que su hijo descansase un poco, él, al igual que todos, sabía que había cuestiones que atender y que los asuntos de estado no podían esperar. Quienes tenían a su cargo la jefatura de las investigaciones en curso, y como sabemos, eran Yves en principio, e Iván más que todo por lo que sabía que porque estuviese liderando nada en aquel momento, y como ambos estaban en el Haigala, decidieron ocuparse del juicio que había quedado pendiente en contra de Avitzedek.
Bien mirado, aquello no habría figurado como prioridad en condiciones normales, pero había dos motivos por los que sí lo era: el primero, porque los miembros del Clan Savaresce estaban atormentando a Sergei, ya que Gianfranco no había podido hablar con nadie por el tiempo que había demorado en recuperarse de los daños que le causó su progenitor; y en el caso de Aviram, que habría sido el otro vocero oficial, estaba tan preso como Avitzedek y en peores condiciones físicas que su amo, ya que Lucien le había cortado ambas manos. Y el segundo motivo, era Janos por causa de Amaranta.
Después de los hechos acaecidos en Francia con Viorica, Janos había vuelto al lado de la chica, encontrándose con que, debido al franco estado de angustia, ella había colapsado, de modo que su madre y Fadhila hacían lo que podían por mantenerla estable.
Aunque Gianfranco estaba allí, Janos seguía evitando dirigirse a cualquier otro Savaresce que no fuese Amaranta, pero, aun así, sería él quien contestaría.
Ambas mujeres y sabiendo como sabemos el modo en el que habían sido criadas, apenas Janos había entrado a la habitación, ellas se habían apartado y estaban arrodilladas en un rincón con la cabeza gacha. A pesar de que la vida de las bizlykis devlianas no difería en mucho de las árabes, hacía mucho tiempo que las cosas habían ido cambiando, y aunque continuaban comportándose con comedimiento y no hablaban si no se les ordenaba, aquella actitud de abyecta sumisión y franco terror, incomodó a Janos haciendo que mirase a Gianfranco con desagrado.
Gino conocía ambos términos por habérselos escuchado a Fadhila, pero sabiendo que Gianfranco no los utilizaba nunca, lo miró con extrañeza, pero le llevó más bien poco tiempo entender que lo hacía solo por molestar a Janos. Éste por su parte, si bien registró el malestar, no lo evidenció de ninguna manera, y lo que sí hizo fue acercarse a ambas mujeres.
Después de eso, les dio la espalda sin verificar que le hubiesen obedecido, y se fue hacia la cama con intenciones de levantar a Amaranta, pero escuchó a Zharià y se giró.
Lo que incomodó a Janos no fue tanto la petición, aunque la forma de la misma en sí misma lo hacía, sino que Zharià se había arrojado a sus pies. De modo que retrocedió con la mencionada incomodidad y miró a Gianfranco con ira. Sin embargo, Gianfranco le devolvió una mirada burlona en la que se leía con claridad su diversión. No era que a él le gustase de forma especial aquello y, de hecho, se había pasado una enorme cantidad de tiempo diciéndole a Fadhila que no lo hiciera, pero siendo que también se había pasado casi toda su vida viendo aquello, casi lo había internalizado como algo normal.
Finalmente, quien había resuelto la incómoda situación había sido la misma Amaranta, porque había recuperado la consciencia y al ver a Janos, había intentado incorporarse. Con las cosas así, Gianfranco ordenó a todos abandonar la habitación. A Janos le costó lo suyo tranquilizar a la angustiada Amaranta, pues su desordenada charla incluía no solo la preocupación por su padre, sino por él mismo, ya que, para el momento en el que pudo abandonar el Haigala, ya ella estaba al tanto de que había estado en algún enfrentamiento.
Gianfranco por su parte, y si bien no era un prisionero, por algún motivo no lo dejaban abandonar la residencia, así que mucho más tarde, había pedido hablar con Janos.
Amaranta sintió cierta incomodidad y hasta se preguntó si aquel hombre en verdad la amaba como decía, pues no exhibía un comportamiento muy amable, y de lo que parecía no ser consciente, era que la delicadeza no formaba parte de aquella persona, algo que le tomaría algún tiempo entender.