El día anterior, Vajda había intentado tener una discusión con Haris, pero como aquel individuo con suerte hablaba, la dejó hablando sola. Sin embargo, como aquella chica era en verdad terca, los siguientes en ser blanco de su ira habían sido los levramzyks a los que Darko había ordenado su custodia.
El mencionado niño quien desde luego no lo era, pues Darko y después de lo sucedido con Atalia, no iba a colocar como custodia a un levramzyk que no solo no tuviese la adecuada experiencia, sino que, además, lo que no debía tener eran prejuicios mentales en contra de emplear cualquier método necesario, incluida la fuerza extrema, para mantener a aquella peligrosa muchachita en su lugar. De modo que, quien estaba allí, o al menos al que Vajda se había dirigido, era Vasco de Soria, un individuo que, por empezar, le sacaba una indecente cantidad de años de ventaja tanto en antigüedad como en entrenamiento, y quien le había hecho el dudoso favor de transformarlo, había sido Yves por órdenes de Mikha. Así que ella no tenía ninguna posibilidad ni por la vía de las palabras, ni por la de la fuerza. Sin embargo, ella lo intentaría.
En vista de que aquel desdichado no iba a dejarla salir, Vajda le había dado la espalda y mientras las otras dos mujeres terminaban de pasar, Vasco cerraba la puerta volviendo a su lugar.
Aquello había sucedido el día anterior, así que, a primera hora de la mañana siguiente, cuando Haliq había ido a ver a Vajda, se la encontró en pie de guerra.
Aunque Haliq no era tan dulce como Armand o Aleksèi, y habría sido más bien difícil siendo que él procedía de la misma época que Iziaslav, su serenidad, su amable sonrisa, su paciencia, y la preocupación que mostraba por sus pacientes, hacían que molestarse con él fuese una tarea difícil, de manera que por furiosa que Vajda estuviese, y habiendo comprobado lo anterior, nunca lo hacía.
En el caso de Haliq había concluido hacía mucho tiempo, y habiendo tenido que tratarla tantas veces en el caótico período revolucionario, que Vajda sufría del mismo mal que Lucien, es decir, aparte de pertenecer a la nobleza de su patria, había sido una niña mimada en exceso y acostumbrada a ser obedecida, de modo que, si se molestaba, independientemente de que fuese porque no le gustaba la comida, o por cosas más serias, reaccionaba en consecuencia, pero a pesar de que ella no era Lucien y ni él ni nadie habría tenido por qué aguantarse sus malcriadeces, como también sabía que era una buena persona que, además se preocupaba mucho por sus semejantes y hasta era capaz de arriesgar el cuello por quienes ni siquiera conocía, entonces él se aguantaba pacientemente sus actitudes que, en cualquier caso, habían hecho aparición cuando estaba herida y lo encontraba más bien natural.
Vajda saltó de la cama como impulsada por un enorme resorte y corrió hacia la puerta, de modo que, si Haliq no la ataja, habría salido no solo descalza, sino vistiendo la bata que les colocaban en el hospital.