La Dinastía (libro 12. Milyk et Vörkessel)

Cap. 42 Día agitado

 

El actual duque de Armagnac era muy parecido físicamente a su padre, y la diferencia estribaba en que mientras Jean Pierre había tenido los ojos avellanados, su hijo Pierre había heredado los ojos azules de su progenitora, pero quienes habían conocido al anterior duque, pensaban que el hijo era una copia al carbón de éste.

Pierre al igual que su padre, era tremendamente apreciado y perseguido por las féminas, pero, aunque hacía años que no sucedía, muchas de las que se relacionaban con Pierre terminaban muy mal, algo que nunca había sucedido con su progenitor, porque Jean Pierre era arrogante y desdeñoso, pero nunca se había comportado con el salvajismo que lo había hecho su hijo. Sin embargo, bien fuera por el arduo trabajo que habían desarrollado los profesionales de la psiquiatría con aquel individuo, o por los encierros que se ganó en Zatvor, el asunto era que no habían vuelto a detenerlo por el mismo asunto.

En otra cosa que se diferenciaba Pierre de su padre, era que Jean Pierre habiendo nacido noble, no habría considerado ni por un momento trabajar en nada, pues lo habría considerado indigno de su rango y posición, mientras que Pierre, habiendo vivido mucho más que él, o bien se había aburrido no de hacer nada, porque incluso una vida dedicada a las fiestas, los clubes, o los lugares de veraneo, también puede llegar a cansar por muy atractivo que se vea. De modo que, en algún momento había decidido invertir en diversas empresas, algo para lo que había tendido que prepararse, y a día de hoy, poseía un emporio financiero, su trabajo parecía haber sustituido su antiguo vicio y ahora, en lugar de masacrar a las pobres criaturas que caían en sus manos, destrozaba a aquellos empresarios menos hábiles, pero sin violencia física.

Por todo lo anterior, se había ganado, si no el aprecio de sus congéneres, sí su respeto, y aunque Iziaslav había dicho en una ocasión, que nunca sería invitado a una Evesbriel, durante su ausencia, aquella prohibición había sido derogada, porque el duque había observado un comportamiento acorde con lo que se esperaba y, además, era un valioso aliado comercial de Riùrik en Francia.

Hacía algunos años, Pierre se había casado por sexta vez, porque por algún motivo que nadie conocía a ciencia cierta, él solo contraía matrimonio con ikedevs; algunas de ellas habían fallecido, de modo que los levramzyks se habían apresurado a averiguar las causas, pero en ninguno de los casos había sido culpa de Pierre; y de dos se había divorciado sin mucho escándalo y cuando se había aburrido. En la actualidad, estaba casado con una aspirante a modelo que renunció gustosa a su carrera, por un anillo de bodas que venía convenientemente acompañado de un marido guapo, un montón de dinero, y de un título nobiliario.

Istval opinaba que aquel individuo era estúpido, porque ciertamente no entendía cuál era la necesidad de casarse para luego tener que indemnizar a las susodichas con una fortuna al dejarlas. Y quien casi se había ganado un puñetazo, había sido Domenico, pero por fortuna Edin estaba presente y evitó que los huesos de Pierre fuesen a dar a Zatvor. Aquello había sucedido en una de las ocasiones en las que Pierre se había casado, y aunque ninguno de ellos era invitado a sus bodas, ellos iban lo mismo para asegurarse de que no se presentasen problemas. La cuestión fue que Domenico hizo un comentario muy desafortunado.

  • Dime algo, Armagnac – dijo haciendo que Pierre se girase con mal aspecto – Sabes que no necesitas casarte con todas para obtener la misma cosa, y que solo bastaría con que fueses lo bastante generoso, algo que sabemos puedes darte el lujo de hacer, porque dinero no te falta ¿no es así?

Por aquella clase de cosas, y otras más, era que Domenico se había ganado el apelativo del Istval italiano, porque aquellos deslenguados no se medían a la hora de emitir opiniones que nadie les estaba pidiendo.

Habría sido difícil que Pierre hubiera podido hacer lo que quería, porque Domenico le llevaba mucha ventaja, pero siendo que aquel era un espíritu maligno, lo habría dejado intentarlo para luego fastidiarle la noche enviándolo a Zatvor. Edin por su parte, sabiendo como sabía, quién y cuál había sido el oficio de la madre de Pierre, mismo que le había revelado Guy Dessart al señor duque en un momento de ira, sabía también lo mal que le sentaba a Pierre comprar la atención de ninguna mujer, algo que invariablemente le recordaba sus orígenes. Así que Edin había intervenido antes de que las cosas se pusiesen feas, y después, Domenico había tenido que soportar un larguísimo y soporífero discurso por parte de Edin.

En la actualidad, aquella mañana Pierre miraba la invitación a la festividad anual y estaba en un dilema. Él no estaba obligado a asistir, porque ahora a diferencia de lo que sucedía en el pasado, es decir, que quienes recibían aquella invitación no podían negarse a asistir, no era la situación actual. Sin embargo, su problema no era ese, porque la veces que había asistido, había tenido interesantes conversaciones que le habían reportado alguna ganancia, pero en la última Evesbriel y en cuanto había visto a Lucía, quedó impactado justo hasta el momento en el que se enteró de quién era.

Si bien y como todo devrig, había visto innumerables pinturas de la desaparecida princesa, había pensado más o menos igual a como lo había hecho Gino con relación al talento de los pintores. No obstante, sin importar qué tan hermosa fuese, y lo era sin duda alguna, también era la hija de la mujer que había despreciado a su padre, de manera que, durante el último año, aquel individuo había estado en un penoso estado de conflicto interno entre lo que había sentido al verla, y lo que se suponía debía sentir por todo aquel que llevase la sangre que corría por las venas de Lucía.

  • Buenos días, Pierre – saludó la duquesa y él la miró con desagrado




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