La Dinastía (libro 13. Ignar Arihan)

Cap. 05 Cuando el pasado arde

Loriane estaba mirando por la ventana cuando sintió que alguien se acercaba. Cuando se había sucedido su transformación, aquella sensación se le había hecho algo desagradable, pero a medida que se había ido acostumbrando, también lo había hecho a poder determinar de quién se trataba, sin embargo, en el presente, se giró con curiosidad, pues quien se acercaba era alguien que no conocía.

  • Kasny din, nym sarìevi —saludó una bizlyki
  • Buenos días —dijo ella que, si bien ya reconocía algunos términos, de ninguna manera podía hablar devriùrik aún
  • Nym sarìevi, iuv larklíkhaid…mmm… la espera para…

Como era obvio que a la chica le estaba costando, Loriane prestó atención y, más que entender unas palabras desconocidas para ella, lo que hizo fue ver a dónde quería llegar, así que sonrió.

  • ¿Puedes conducirme hasta allá? —le preguntó y la chica asintió contenta
  • ¡Ak, nym sarìevi!

Desde el día anterior, en el que había estado en Illir con Derek y Michel, Iziaslav había insistido en se quedara unos días allí, y no encontrando un motivo válido para negarse, accedió a ello. De modo que, a pesar de ya había estado en el palacio en varias ocasiones, lo conocía muy poco, porque entre otras cosas, era enormemente grande. La bizlyki la condujo por una serie de pasillos una vez que habían bajado las escaleras hasta llegar a un comedor pequeño, acristalado y cubierto de enredaderas con vistas al jardín y al lago, así que ante la hermosa vista del sol colándose entre el follaje, le impidió saludar, pero la risa del soberano la sacó de su ensoñación.

  • Buenos días, nidly —saludó poniéndose de pie
  • Buenos días y disculpe, pero es que…la vista es hermosa
  • No tienes que disculparte y me alegra que te agrade
  • ¿Agradarme? Me encantaría pintarlo

Iziaslav rio de nuevo acercándola a la mesa y sosteniéndole la silla. Loriane saludó a Mia y ésta le sonrió.

  • ¿Te sientes cómoda en tu habitación? ¿Dormiste bien?
  • ¡Oh, sí! Gracias
  • Por lo que acabas de decir, asumo que te gusta la pintura
  • Así es, pintar es uno de mis pasatiempos favoritos, algo que he tenido abandonado desde que… bueno desde que estoy en este país
  • ¿Y eso por qué?
  • Es que todos mis materiales se perdieron en la erupción —dijo con tristeza
  • Lo sentimos, nidly —dijo Iziaslav —pero no puedo creer que los rybiks no te hayan provisto de lo necesario
  • Es que no he hablado mucho de eso
  • No importa, nosotros podemos solucionarlo ¿No es así, Izi?
  • No es necesario que se mo…
  • Por supuesto —la interrumpió él —y no es ninguna molestia

Una vez que terminaron de desayunar, Mia se disculpó, pues como soberana tenía algunas obligaciones, y ese día tenía pautada una visita, junto con Kyv, a la inauguración de una nueva ala infantil en el hospital ikedev. Iziaslav, que normalmente estaba poco enterado de la agenda de su mujer, juntó las cejas, pero recordando la cháchara de sus levjaners con relación a aquello, no dijo nada.

Cuando se quedaron solos, condujo a Loriane por en breve recorrido por parte del palacio, y mientras estaban frente a un ventanal, ella volvió a comentar la belleza que se podía admirar del lago.

  • El Rybik siempre ha opinado igual —dijo Iziaslav sonriendo

Sin embargo, fue consciente de la tensión de Loriane, así que cambió de tema con rapidez. En el salón de armas, se distrajeron un buen rato, pues allí estaban exhibidas las viejas armas devlianas como arcos, flechas, espadas, escudos, y hasta uno de los primeros trajes protectores que había fabricado Rajko. Mientras le hablaba o explicaba acerca de los materiales y el uso, y de las hazañas de sus guerreros, no pudo evitar pensar en lo mucho que echaba de menos las conversaciones con Milorad, los informes de Istvan, e incluso las locuras del incordio de Darko, o la charla inacabable de Kireg.

  • Tienen una rica historia y me sorprende que la misma no haya trascendido
  • Bien mirado, no es una bonita historia. La nuestra es una de tierra arrasada, sangre y destrucción, nidly. Hoy lo miro, y pienso en el terror que causamos, y aunque ciertamente podíamos ver ese terror en los rostros cuando aquellas pobres gentes nos veían acercarnos, eso no despertó nunca ni la más mínima conmiseración en nosotros. Muchos de aquellos pobres desdichados, y en cuanto veían acercarse nuestra caballería compuesta de miles de hombres, que rompía como si fuesen endebles ramas a sus formaciones, preferían quitarse la vida.
  • Fueron un producto de su tiempo —dijo ella recordando un pasaje que había leído en el libro de Norman
  • Eso no nos hace menos culpables
  • Quizá, pero ya no son así
  • No te engañes, basta con que algo nos moleste lo suficiente para que ese salvajismo que está tatuado en nuestra sangre, salga a flote —dijo recordando lo recientemente sucedido, y como individuos tan pacíficos hoy, como Milorad, había vuelto a ser el salvaje guerrero devliano cuando fueron a rescatar a Jovanka




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