La Dinastía (libro 13. Ignar Arihan)

Cap. 07 Mujeres misteriosas

Itlar miró la hora pensando que con independencia de lo que Lucien tuviera qué hacer, y sabía que lo tenía porque había quedado en verse con Nahuel aquella mañana, lo que no parecía era que hubiese sido a primera hora. Se terminó el té y fue a la cocina, miró en los anaqueles y juntó las cejas, porque por mucho tiempo que había pasado, aún no entendía por qué Lucien se empeñaba en encargar cosas que no les gustaban, pero sonrió recordando que no les gustaban a los devrigs en general, pero Lucien era Lucien.

Tampoco había allí personal de servicio, y el devrig que se encargaba del mantenimiento, iba varias veces a la semana, pero si su señor estaba allí, esperaba a que saliera para no molestar.

Con resignación, tomó una bolsa de pan colocándola sobre la encimera, buscó unos huevos y se dispuso a prepararlos. Mientras estaba en ello, pensó en su padre y su abuelo preguntándose hasta cuándo estarían encerrados. El mismo día que habían sido enviados a los calabozos, y no habiendo pasado más que un par de horas, un levramzyk le dijo a él que podía salir y le entregó un sobre diciéndole que se lo enviaba el sozdatel’.

Iziaslav era muchas cosas, pero estúpido no era una de ellas, de manera que no había terminado de llegar a Illir, cuando recordó que su hijo no podía quedarse sin su levjaner, pues todos sabían que Lucien era una bomba de tiempo, así como sabían que podía meterse en horrorosos líos en los momentos menos esperados, así que se apresuró a ordenar la salida de éste.

Itlar había leído la brevísima nota contentiva de solo tres palabras: <<Con Lucien, ya>> No se detuvo a nada, sino que partió a toda prisa hacia donde sabía debía estar el sizvitel. Cerdeña.

  • ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
  • Mi trabajo

Itlar no se animó a mencionar a Iziaslav, pero eso no fue necesario, porque Lucien lo sabía, primero, porque su padre era el único que podía haberlo ordenado, y segundo, porque como de costumbre, Iziaslav no confiaba en él. Aquello sin duda era una especie de trauma con el que cargaba Lucien, pues no era ajeno a su inestabilidad mental, pero lógicamente eso no lo hacía para nada feliz.

Itlar abandonó sus recuerdos y se sentó a comer, y mientras lo hacía, Lucien abandonó su habitación, pero de ningún modo preparado para salir, porque llevaba solo los pantalones, iba descalzo, sin camisa, y con el cabello que ya estaba muy largo, por cierto, suelto.

  • Buenos días —saludó poniéndose de pie
  • Buon giorno
  • ¿Gustas? —le preguntó y Lucien lo miró como si fuera un extraterrestre haciendo que un asomo de sonrisa se dibujara en los labios de Itlar

Lucien lo ignoró y se fue derecho a por el café, se sirvió y caminó hacia la terraza. El día anterior había sido tremendamente activo, porque sin mucho esfuerzo, Nahuel lo había conducido directo hacia el individuo al que Yves había tenido en la mira. En principio, dejó que Nahuel se hiciera cargo permaneciendo en estado de aceleración y pensando que aquel infeliz no era nada talentoso, porque no había notado su presencia. Si bien habría sido improbable que lo identificara, pues no se habían visto nunca en la vida, cualquier devrig podía determinar la presencia de otro a menos que ese otro fuese un levjaner, o, con menos probabilidad, un Saint-Claire de los que ahora tenían muchos.

No obstante, Lucien estaba siendo injusto, porque el fulano aquel en realidad, no tenía ni la más mínima posibilidad de notarlo precisamente a él. Lo que sí sabía el hombre, era que, a menos que quisiera terminar en prisión, o, sin cabeza, no podía negarse a responder cualquier cosa que quien lo había detenido preguntase.

  • Nombre —dijo Nahuel, que era lo que siempre preguntaban primero cuando no conocían a un perseguido
  • Guido —respondió, pero como Nahuel seguía mirándolo en forma amenazante, agregó —Gotti. Guido Gotti
  • Ajá, pero ahora quiero el real —puntualizó

Lucien sonrió, pues él también había notado que aquel sujeto tenía de italiano lo que él de chino.

  • Mi paciencia es corta, Guido —dijo Nahuel —y, a decir verdad, no tengo. Última oportunidad
  • Cuauhtzin —respondió de mala gana
  • Así está mejor y deberías mostrar algo de respeto por tus orígenes ¿Dónde está Valerio? —le soltó de seguido
  • ¿Valerio? No sé de quién hablas
  • Bien, quizá una estadía en Zatvor te refresque la memoria y…
  • ¡No tienes motivos para enviarme a…!
  • Aunque quiero que hables, lo que no es necesario es que grites, y suponiendo que vuelvas a hacerlo, comenzarás a perder partes de tu anatomía que estoy seguro…

Mientras Nahuel hablaba, Lucien pensó que lo hacía en demasía, pero más allá de eso, que se parecía en forma extraordinaria a joyas como Yves, Istval o Iliar, lo que dudaba era que hubiese venido así de fábrica, y en ese momento recordó a quién le debía su transformación y, aunque no estaba en su sistema sentir conmiseración por los delincuentes, casi la sintió por el desdichado objeto de su atención, pero siguió prestando atención a Nahuel que todavía estaba hablando.

  • …lo que me da el derecho a enviarte allí sin necesidad de que estés de acuerdo
  • Ya te dije que no conozco a ningún Valerio —insistió
  • Sigues yendo por mal camino y…
  • Y quizá descubras que es mejor no mentirme a mí —interrumpió Lucien dejándose ver




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