Un rato después Luciano comenzó a moverse e Iziaslav abandonó la habitación, pero eso no evitaba que lo escuchase gritar y con cada quejido de Luciano, la ira de Iziaslav crecía. Dylan prestó atención cuando escuchó voces afuera.
Ciertamente en aquel momento a Iziaslav le importaba poco la suerte de la pobre desdichada que había sido utilizada para aquello, y lo único que quería era saber quién lo había hecho.
Fueron las horas más largas que Dylan recordaba haber vivido y también las más dolorosas, porque el sufrimiento de Luciano fue tan inhumanamente brutal, que casi habría preferido que pudiese morir. Hacia la medianoche comenzó a convulsionar y Haris abandonó la habitación para hablar con Iziaslav.
El hombre asintió en señal de haber comprendido y volvió dentro para atender a Luciano.
A mucha distancia de allí, Edin y un grupo de Havariks [2] rodeaban una aldea. Como era su costumbre, se habían acercado con el mayor sigilo y sin ser notados.
Era posible que como había dicho Edin estuviese dispuesto a creer cualquier cosa de aquellos a los que consideraba criminales sin remedio, pero de ahí a contemplar la posibilidad de que alguien, cualquiera en el mundo de los Devrigs, se atreviese a hacer semejante barbaridad en contra de Lucien Yaroslávich, había una enorme diferencia. De modo que aunque los Lovets eran sujetos sumamente controlados, la ira de los que estaban allí fue casi palpable y entendieron a la perfección por qué Istvan que era uno de los individuos más alegres y desenfadados que existían, estuviese en aquel estado.
Los dos Lovets se movieron en la oscuridad y unos segundos después estaban en el interior de algo que estaba a medio camino entre una taberna de mala muerte y una hostería aun peor. En la estancia podían verse algunas mesas y algo que podía ser o no una barra. En la parte más alejada y en la superior, se distinguían alrededor de media docena de catres cubiertos con mantas mugrientas y definitivamente habría que ser muy valiente para dormir en ellos.
Una mujer que ni en sus mejores días debió ser agraciada, colocaba unos cazos de madera contentivos de una sustancia que ostentosa e inmerecidamente llamaban alimento, ante dos sujetos de aspecto tan deprimente como todo el lugar y sentados en la mesa más próxima a la puerta. Las otras mesas estaban ocupadas por individuos que bebían de unos tarros cuyo contenido con toda seguridad era de muy dudosa procedencia. Dos de los catres del fondo estaban ocupados y en los de arriba no se veía nadie.
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Editado: 17.07.2021