La Dinastía (libro 2. Génesis

Epílogo

El tiempo seguía avanzando y la vida seguía su curso natural, los Arlingthon se habían convertido en una familia unida y feliz a pesar de las pérdidas que habían sufrido en los últimos años. Sophie se dedicaba a su esposo y a sus hijos con devoción y amor, Kendall pensaba que la vida había sido sumamente generosa al proporcionarle una maravillosa esposa y una hermosa familia, de modo que se dedicaba a cumplir con sus obligaciones como miembro destacado de la corte y a disfrutar de los beneficios que esto le proporcinaba, y a amar a su familia. Le escribía con asiduidad a Dylan, y aunque él contestaba eventualmente, nunca mencionaba cuándo pensaba volver y ni siquiera si realmente lo haría; lo echaba de menos y en ocasiones se paseaba por los lugres que solían frecuentar cuando eran niños, pero había tenido que hacerse a la idea de que su amigo había decidido llevar otro estilo de vida que se alejaba mucho del suyo.

 

Los Saint-Claire también continuaban con su vida; Philipe iba y venía entre Francia e Inglaterra; Maurice, después del episodio de Stella, se mostraba muy precavido con las damas, mientras que Madeleine con ayuda de Jacques y de su tío, seguía embarcada en su investigación acerca del extraño hecho, aunque no descuidaba los estudios relativos al legado Saint-Claire.

 

Dylan por su parte, continuaba habituándose a su nueva vida y condición, sabía que aun le faltaba mucho por aprender y veía muy lejano el día en el que pudiese sentirse realmente preparado, y más lejano aun el poder aspirar a convertire en un Lovet. Sin embargo, de una u otra forma, estaba aprendiendo a vivir de nuevo, y aunque seguía en conflicto con el asunto de su humanidad y no estaba muy seguro de seguir perteneciendo a la raza humana, procura con ahínco no pensar mucho en ello, pues esto aun le producía crisis depresivas. Y lo que definitvamente seguía clavado en su corazón, era el dolor que le causaba la imposibilidad de acercarse a Sophie, pues si bien aceptó el hecho cierto de que la amaba, también tuvo que aceptar que no podría ser jamás.

 

El tiempo seguía avanzando, la rueda del destino hacía mucho tiempo que había iniciado su ciclo, y seguía girando.




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