La Dinastía (libro 5. Sangre Real)

Epílogo

Hacía mucho tiempo que la rueda del destino estaba en movimiento, las acciones y las decisiones de los protagonistas de la vida generaban otras, buenas o malas según los ojos que las juzgasen, pero así era la vida y no se detenía. Para algunos era muy corta, muy larga para otros, infinita para un reducido grupo y eterna para todas las almas. La madre naturaleza dotó al ser humano de pensamiento y de libertad, dependería siempre de cada quien cómo emplear ambas cosas. En ocasiones el pensamiento podía crear grandes obras, levantar imperios y muchas otras cosas que aun estaban por venir, pero también podía ser el engendrador de ambiciones desmedidas, tiranías crueles, muerte y destrucción. En el hombre coexistían tanto la capacidad de construir como la de destruir, la de amar y la de odiar, y la estabilidad del mundo siempre dependería de hacia dónde se inclinase la balanza. Algunos de los protagonistas de esta historia habían recorrido el camino de un extremo a otro, se habían desplazado entre la maldad y la bondad, entre lo justo y lo injusto, entre la luz y la oscuridad, entre el amor y el odio, pero aun parecían no haber encontrado el punto medio. La rueda del destino había completado una vuelta más en su interminable girar y habían sido arrastrados de nuevo a la destrucción, ahora solo restaba recoger los pedazos y continuar, porque aun seguía intacta la sangre real y ellos eran los responsables de la continuidad de su dinastía.




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