Introducción
Los gemelos crecían sanos y felices en medio de su desgracia; eran niños despiertos y con un ansia desmedida por el conocimiento.
Iziaslav entró al salón donde Janos impartía enseñanza a los aykeris y Lucía dejó lo que hacía para correr hacia él.
- ¡Ymharyk! -- exclamó ella mientras él la alzaba en brazos
- ¿Lo ves Janos? -- preguntó la chica -- Estoy segura que por muy fuerte o poderoso que haya sido el tal Atila, no lo fue más que Ymharyk
- Podemos coincidir en eso kandly -- reconoció Janos
- Eso no es justo -- dijo Iziaslav -- porque yo soy un devrig y él no lo era
- ¿Lo conociste? -- preguntó Alexander
- No mucho, aunque debo decir que me resultó mucho más simpático que Gengis Kan o Tamerlán
- Pero todos eran unos bárbaros -- dijo Alexander
A Iziaslav inicialmente, le molestaba aquel término y más si era utilizado por un miembro de su familia, y cabe destacar que el único que lo había hecho hasta la llegada de Alexander, había sido Lucien. No era que él no estuviese consciente de que efectivamente lo eran o lo habían sido, lo que lo molestaba era justamente eso.
- No le hagas caso a Alex, Ymharyk -- dijo Lucía -- ven, siéntate y háblame de ellos
- Creo que eso ya lo hizo Janos
- Pero él no mencionó que los conociese mientras que tú sí -- insistió la chica y Janos disimuló una sonrisa
- Pues si no lo hizo, es porque es muy necio, ya que los conoció tan bien como yo -- dijo Iziaslav mirándolo mal
- ¡Janos! -- exclamó Lucía -- ¿Por qué me mentiste?
- No lo hice, zhytsanì, mi trabajo es enseñarles historia, no decirles a quiénes conocí a lo largo de la misma -- se defendió él
Lucía dijo otra serie de inconveniencias y afortunadamente Dylan no estaba presente, ya que en su opinión su hija solía expresarse en forma muy inadecuada.
- Veamos -- dijo Iziaslav una vez que Lucía terminó con Janos -- los tres eran guerreros procedentes de las tribus nómadas de las estepas de Asia. Atila vivió hacia el año 400 y fue un gran guerrero al igual que Gengis y Tamerlán.
Iziaslav se entretuvo un rato hablándoles de las campañas efectuadas por aquellos individuos, pero mientras Lucía estaba muy interesada en las mencionadas campañas y en sus estrategias de guerra, Alex lo estaba en otro asunto, pero como de costumbre esperó a que su hermana saciase su curiosidad.
- ¿En qué se diferenciaban ellos tres? -- preguntó Lucía
- En mi opinión, Atila, y siendo que los hunos de su época tuvieron un contacto más estrecho con la civilización romana, asimiló mucho de esa cultura incluidas las estrategias militares y sus trucos o engaños como los llamaba él; hablaba griego, latín y otras lenguas, también sabía escribir y eso no era muy común en esa época. Sus campañas estuvieron orientadas a la expansión de sus tierras, y aunque como todo conquistador arrasó con las aldeas y ciudades ganándose el apodo de “Azote de Dios”, a mí me parece que Gengis y Tamerlán fueron mucho peores.
- ¿Por qué?
- Atila podía ser noble y generoso así como cruel y destructor, en ocasiones perdonaba la vida a aquellos que habían demostrado valor o convicción para defender su aldea, o una probada lealtad a su señor, mientras que los otros dos no. Tanto Gengis como Tamerlán eran inteligentes, pero crueles, sanguinarios y sentían verdadera pasión por la destrucción. Gengis solía esgrimir un régimen de terror en sus territorios conquistados organizando matanzas masivas solo para causar terror en otros territorios. Otra de las estrategias de Gengis por ejemplo, era utilizar catapultas para lanzar cadáveres de víctimas fallecidas a causa de la peste, por encima de las murallas de las ciudades sitiadas para esparcir el contagio -- dicho esto y como Lucía guardó silencio un momento, Alex lo aprovechó
- ¿Ymharyk, por qué permitiste todo eso? -- preguntó -- Tú podías detenerlo
Aquella siempre sería una pregunta difícil y la respuesta no era sencilla, sin embargo, Iziaslav haría su mejor esfuerzo.
Iziaslav amaba a aquellas dos criaturas como solo ellos podían amar, pero no era ciego, de modo que se cuestionaba aquel desmedido interés de la gemelita por el arte de la guerra, y cada vez que la veía o la escuchaba, no podía evitar recordar a Mikha, su hijo mayor, quien se había parecido muchísimo a él. Mientras que Alexander y si bien era aplicado y mostraba el adecuado interés en el asunto, se inclinaba más hacia las estrategias políticas, pero adicional a eso, cada vez que Iziaslav hablaba con el chico y lo miraba a los ojos, lo que veía era la expresión pacífica de Seren.
Así habían transcurrido aquellos seis últimos años, pero las cosas estaban a punto de cambiar.