La Dinastía (libro 7. Aykeris)

Cap. 44 Antes de la boda

 

Aunque Lucía había ido temprano a la habitación de Alexander, después de determinar que aquel infeliz ni quiera podía abrir los ojos, la abandonó; pero viendo que ya había pasado la hora de la comida y ninguno de los príncipes daba señales de vida, decidió volver y se pondría muy difícil, pero no sería su hermano su víctima inmediata, sino la desdichada bizlyk que aún estaba con él.

  • ¡Ervat! – le gritó

Lucía era una vidmagy y no había nadie en aquel lugar que no lo supiese, pero además de ser una muy poderosa, en su estadía con los svetsniks, el mencionado poder parecía haberse acrecentado, y aunque por regla general ninguna vidmagy iba por ahí exhibiendo sus poderes, aquella criatura seguía siendo una Saint-Claire de genio vivo, así que como la chica demoró un poco en obedecer, un momento después estaría siendo víctima de un ataque de pánico, porque en principio, vio que con un simple movimiento de la mano, Lucía había hecho que las cortinas se descorriesen, había tirado las mantas de la cama y tenía a la pobre chica suspendida a unos centímetros del piso sin siquiera acercársele.

Alex gimió internamente tanto por la violenta entrada de luz como por los gritos de la chica.

  • Eres una bizlyk y podría cortarte la lengua por lo que estás haciendo – le dijo Lucía con malignidad a la pobre chica

Sin embargo, la bizlyk estaba tan conmocionada que no dejó de decir incoherencias, así que Lucía hizo aparecer una daga en su mano y clavó sus ojos en los de la chica, quien al final se calló, pero solo porque había perdido el sentido.

  • ¡Ghislaine! – llamó, y más tardó ella en completar el nombre que Louis en estar a su lado – Llévate a esta necia de aquí, y asegúrate que entienda que es mal asunto molestarme
  • Sí, alteza

Aunque Lucía había dejado claro que debían llamarla por su nombre y de ninguna otra manera, Louis era un caso perdido y ella llegó a la conclusión de que, o le quitaba la cabeza o lo ignoraba, decidiéndose por lo último.

  • Lucía, por favor – dijo Alexander cuando estuvieron solos – me duele horrores la cabeza y…
  • Y te lo tienes merecido. Además, no parecías sentirte muy mal y de hecho, aún hay evidencia de ello – dijo con malignidad

Alexander se hizo con una de las mantas y se cubrió antes de volver a hablar.

  • Lucía, entiendes que soy un hombre ¿no es así?
  • ¡Ah sí, eso es evidente! – reconoció en tono irónico
  • Bien, entonces no veo a qué viene tanto escándalo y tan poca misericordia por una criatura que nada te ha hecho o por un servidor que, además de ser tu hermano…
  • Cierra la boca, Alexander Phillipe y piensa – lo interrumpió - ¿Tienes idea de la hora y más importante aún, del día que es? – puntualizó
  • ¡Demonios! – exclamó incorporándose, pero siendo que Alex era un devrig, los efectos de la resaca eran mucho más devastadores en él que en un humano común.
  • Sobre la mesita te dejo una muestra de… misericordia para cuando logres pararte de esa cama, dyrthàir – le dijo y abandonó la habitación

Si había alguien a quien Alexander amase en forma casi enfermiza, era a su hermana, pero como le sucedía a todo ser viviente que la conociese, en ocasiones le provocaba ahorcarla, solo que a él se le pasaba muy de prisa, pues su cerebro parecía programado para hacer que en momentos como aquellos, apareciese el dulce rostro de su madre diciéndole que siempre debía cuidar de su hermanita. Él sabía que Lucía no era mala, pero sin duda la vena maligna de los Yaroslávich  estaba mucho más desarrollada en ella que en él, y aunque no lo decía para no mortificar a su progenitor, pensaba que era cierto lo que todos decían con relación a que la esencia de Lucien parecía haberse inclinado más a instalarse en Lucía, con el agravante de que ella no solo era una mujer, sino una Siglair, pero, además, él sabía algo que los demás ignoraban y que era lo que hacía que Lucía fuese como era.

 

El objeto de los pensamientos de Alexander se había ido derecha a la habitación de Iyul, y después de hacerlo víctima de sus atenciones, se fue al que podía considerarse el lugar más inadecuado del mundo, al menos en su caso, y a uno al que no había ido desde que era una niña. Lucien estaba solo, pero tan profundamente dormido como solo él podía estarlo, así que fue sacado del sueño con la misma escasez de delicadeza, pero en su caso, y como parecía que él podía beber sin medida y no experimentar los mismos malestares que sufrían los demás, o simplemente no había bebido tanto como los otros, algo que Lucía no sabía, montó en cólera en forma inmediata, pues no era necesario tener una molesta resaca para que despertase de mal genio.

  • ¿Qué crees que haces, niña?
  • ¿Qué parece que hago, ergelar?
  • ¡Fuera!
  • Me iré cuando hayas sacado tu perezoso cuerpo de esa cama – dijo sentándose en la misma

Lucien saltó de la cama como si repentinamente ésta estuviese llena de serpientes.

  • ¡Largo! – le gritó de nuevo
  • Verás, no puedo hacer eso porque todos ustedes parecen haber olvidado que hoy es el casamiento de Derek y…
  • Y ese no es motivo para que vengas a fastidiarme. Por si no lo has notado, el estúpido que se casa es él y no yo, así que…
  • ¡Luciano!




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