La DinastÍa (libro 8. Rhyfeldstar)

Cap. 30 Angustia

 

Como solía decir Nadège, y a decir verdad todos lo sabían, Iziaslav si bien se había parecido a su padre en muchos aspectos, lo que había hecho de él un guerrero formidable pero sanguinario, en lo que difería era que en verdad Iziaslav había amado a  todos sus hijos, pues no era como en el caso de su progenitor que solo los veía en términos de ventaja numérica, sino como parte de sí mismo. También vale aclarar que si bien en ninguna época ha sido tan insólito que los padres amen a sus hijos, se daba el caso de que los devlianos fueron una de las tribus más salvajes en términos de habilidad para el exterminio de sus adversarios, así que muchos de sus integrantes solo pensaban en los niños como futuros guerreros, y en el caso de algunos Hlavarys, además de lo anterior, también como los encargados de darle continuidad a su legado, pero no mucho más y de ahí que Iziaslav tuviese que esforzarse el doble para no perder el respeto de sus hombres por mostrarse amoroso con sus hijos.

 

Por supuesto, y tal vez desde la perspectiva actual, la expresión de ese amor distaría mucho de lo que consideraríamos apropiado, pues se expresaba más que todo en su afán por enseñarles él mismo todo cuanto debían saber, o al menos así fue con los tres mayores, pero en el caso de Lucien, las cosas cambiaron mucho.

 

Iziaslav era un producto de su época, era el hijo del Hlavary y se comportaba como tal, pero en realidad, y aunque él no lo sabía, había nacido con un destino diferente y con las habilidades para afrontar ese destino.

Los chicos de su tribu, y eso lo incluía, sabían que una vez alcanzada la edad correspondiente, debían tomar una esposa que le diese tantos hijos como fuese posible, y lógicamente, de preferencia varones; rara vez se fijaban mucho en la mujer en cuestión, pues aquello era un deber más que un deseo consciente. Naturalmente, y siendo seres humanos y por más salvajes que fuesen, poseían sentimientos y en ocasiones éstos entraban en juego, porque si bien se casaban por deber, podían llegar a querer sinceramente a sus mujeres y queriéndolas o no, lo que sí hacían era respetarlas y protegerlas, pero suponiendo que no sucediese lo primero, lo que sí sucedía invariablemente, era que en algún momento, y si vivían lo suficiente, se enamorasen de alguna aunque esta no fuese la suya; en esos casos no había mucho problema y solían mantener una relación extramatrimonial sin mucho drama, pero si a quien le sucedía era a una mujer, la pobre infeliz era acusada de traición y suprimían su vida sin más trámite, mientras que su cómplice solo era azotado en forma criminal, pero conservaba la vida pues ellos eran importantes en términos bélicos mientras que ellas no; el guerrero traicionado tomaba otra mujer y continuaban con su vida.

 

Todo lo anterior era lo habitual en todos los casos, pero en la época de Iziaslav, las cosas comenzaron a cambiar, pues ni él ni Milorad estaban dispuestos a que les endilgasen criaturas que ellos no habían escogido, y aunque Milorad lo conseguiría, Iziaslav no, porque con ayuda de sus amigos había logrado deshacerse de la primera mujer que había escogido Iolan para él, pero no de la segunda y fue obligado a tomarla como esposa, pero el universo debía querer mucho a aquel individuo, porque la pobre criatura no sobrevivió a ese invierno y él se dio mucha prisa en procurarse otra más de su agrado. Iziaslav había conocido a Gianna casi toda su vida, pues la niña había sido tomada como botín de guerra en una oportunidad en la que las incursiones de Iolan lo habían llevado hasta las cercanías del mediterráneo. Aunque no habría sido usual que se alejasen tanto de sus posesiones, el ansia de poder y conquista de Iolan era en verdad desmedida y desoyendo a sus consejeros, había emprendido aquella nefasta campaña, y nefasta, porque si bien ganarían muchas batallas, no lograrían adueñarse de ninguna tierra, perdieron a muchos hombres y lo único medianamente aceptable fueron los botines de guerra entre los que estaba Gianna.

 

Bien mirado aquello no debió suceder, porque el padre de Gianna nunca debió abandonar Cerdeña, pero harto de las invasiones y guerras que azotaban la región y siendo que él no había nacido para ello, tomó la poco saludable decisión de abandonarla, solo para verse en medio un ataque bárbaro para el que obviamente no estaba preparado y en el que perdió la vida y su hija caería en aquellas manos.

 

Era por lo anterior, que Iziaslav había conocido a la niña de ojos verdes toda su vida, así que cuando su mujer falleció y casi antes de que Iolan se enterase, se fue derecho a buscar a Gianna y una vez que se aseguró que seguía donde debía, se plantó frente a Iolan y le dijo que aquella era la que quería como mujer, y como a Iolan lo único que le interesaba era que el muchachito aquel le diese los guerreros necesarios, no opuso resistencia y se efectuó la boda.

 

Si bien a Iziaslav le gustaba la niña y en breve se enamoraría sinceramente de ella, no fue fácil, porque tal vez el padre de Gianna no tuviese espíritu guerrero, pero su hija era decididamente combativa y opuso toda la resistencia del mundo, pues para ella, aquel seguía siendo un bárbaro a quien no solo culpaba de haberlo perdido todo, familia y patria incluidos, sino que lo había visto despachar a un hombre ante sus aterrados ojos y sin el más mínimo remordimiento, así que pasaría mucho tiempo antes de que Gianna experimentase algún sentimiento que no fuese el más puro odio hacia Iziaslav, y aunque nadie lo dijo nunca, al menos sus más cercanos amigos, como Milorad, Darko, Anatoly y sobre todo éste último, siempre sospecharon que aquella criatura lo único que quería en la vida era quitarle la de Iziaslav.




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