La DinastÍa (libro 8. Rhyfeldstar)

Cap. 32 Saint-Claire

 

En el siglo II a.C, en la región norte de lo que hoy es Francia, habitaba una tribu celta llamada Cáletes. Esta tribu estaba formada por individuos que en general no buscaban la guerra con finalidades expansionistas, eran agricultores y ganaderos, pero también eran guerreros que defendían sus campos de trigo, sus territorios y a su Rix [1]

Los griegos llamaron a los habitantes de aquella zona Keltoi,[2] debido a su gran valor, mientras que los romanos los llamaron Galos, gentilicio que perduraría a través del tiempo, aunque únicamente para designar a los actuales franceses.

Aunque estos individuos sabían de Roma, evitaban cualquier contacto con ella, sin embargo, esto no evitó que finalmente fueran invadidos por Julio César, quien describió en sus Comentarios sobre la Guerra de las Galias, que ésta estaba habitada por tres pueblos, los belgas, los aquitanos, y los galos  propiamente dichos refiriéndose a los celtas. De acuerdo a Julio César, los galos se concentraban en la parte central de la Galia llamada Galia Comata, nombre que obedecía a que sus habitantes llevaban el cabello muy largo, y también decía de éstos, que eran individuos altos, de piel clara, y muy sociables.

La tribu que nos ocupa, estaba asentada en lo que hoy es Normandía, y era un pueblo con una marcada jerarquización. A diferencia de otros pueblos celtas que eran dirigidos por un Rix, este lo era por una asamblea de ancianos con un sujeto que ejercía las funciones de autoridad por períodos de un año. La temprana aristocracia de este grupo, era guerrera y estaba compuesta por aquellos que poseían tierras, ganado, y campesinos que les pagaban tributo. Evidentemente eran los que calificaban para ser elegidos como dirigentes del consejo y a esta élite pertenecían los druidas.

A la élite de esta tribu en particular, pertenecían los Siglair. Vix, el que diese origen a su dinastía, era el dirigente del consejo cuando se inició la Guerra de las Galias, algo que él sabía sucedería, pues su hermano Cirix, que era un druida, lo había vaticinado unos diez años antes de que sucediese.

Aunque se resistieron mucho a la conquista romana, finalmente sucumbirían a su dominio y la Galia sería romanizada, pero su jerarquización interna sobrevivió a medias, y lo que sí lo hizo absolutamente, fue la aristocracia gala. A pesar de estar supeditados a Roma, los Siglair conservaron sus tierras, riquezas y posición, algo que nadie ni entonces ni en el futuro le disputaría nunca, ya que eran conocidos y temidos guerreros. De modo que los Siglair vieron florecer y caer al Imperio Romano, pero ellos siguieron allí.

Más adelante en el tiempo, Caretena Siglair, abandonó sus antiguas creencias abrazando el cristianismo y se casó con Chilperico II de Burgundia, y su hija Clotilde lo hizo a su vez con Clodoveo I, primer rey de los francos y de ese modo la sangre Siglair se uniría a la sangre merovingia, y aunque esta rama de la familia siempre se mantuvo alejada de los Siglair que seguían fieles a sus antiguas creencias, en algún punto de la historia volverían a unirse.

Hacia el año 790, comenzaron las invasiones vikingas, a quienes los galos llamaban Normannus, que devastaron la región, y si bien los Siglair no abandonaron sus propiedades, sí enviaron a gran parte de sus familias, sobre todo mujeres y niños, hacia Lyon, y la familia en general no retornaría a sus tierras hasta que Carlos III llegó a un acuerdo con el líder vikingo Rollon en el que el vikingo se comprometía a proteger las tierras dadas en custodia, de futuras invasiones danesas, y a ser bautizado.

Los Siglair retornaron entonces alrededor del 920, y en 948 nacería Seren Siglair, la mujer que cambiaría el rumbo de la historia tanto de los Siglair, como de otros seres hasta ese momento desconocidos.

Seren creció bajo la estricta vigilancia de su tío Elerico, quien, aunque se suponía que los druidas habían desaparecido con la cristianización romana, lo habían hecho de la vista pública, pero al menos un reducido grupo, dentro del que se habían contado varias generaciones de Siglair, seguían existiendo y Elerico era uno. Seren fue separada de sus padres casi al nacer, pues a Elerico le había sido anunciada su llegada y su deber era instruirla y protegerla, pero la niña no echaría de menos a unos padres que no había conocido ni conocería nunca, pues los Siglair resultaron casi extintos cuando Lotario y el conde de Blois invadieron Normandía entre el 960 y 962, y Elerico pensaría que era por eso que se le había encomendado la protección de la futura druidesa.

No obstante, el pobre individuo estaba muy errado, porque cuando Seren cumplió 16 años, una horda de bárbaros salvajes había irrumpido en la zona, y aunque con posterioridad se enterarían que su intención no era devastarla, sino que perseguían a un bastardo normando quién sabía por qué, aunque personalmente a Elerico le habría importado poco si lo hacían picadillo como en efecto sucedió, pues nadie que llevase sangre Siglair había olvidado ni olvidaría que aquellos desdichados también eran unos invasores, de lo que no tenía idea era de que en aquella inesperada y casual incursión, residía el verdadero peligro del que no pudo proteger a Seren.

Bien mirado, no había razones para que Iziaslav viese jamás a Seren, pues una vez concluido lo que los había llevado hasta allá, tendrían que haberse regresado, pero cuando las cosas deben suceder, suceden queramos o no.

Los devlianos procedían de la fría estepa rusa, y aunque sus campañas de expansión los habían llevado muy lejos y eran muchas las tierras y paisajes diversos que había visto, por algún motivo la vista de la costa de Normandía, con sus blancas arenas y aguas cristalinas que brillaban bajo un límpido cielo azul, pareció fascinarlo y decidió recorrerla. No obstante, cuando llegaron a los acantilados de Étretat, ya había decidido que quería aquel lugar, de modo que los levjaners se aplicaron a recordarle, de la manera más delicada posible, que ya no hacían aquellas cosas, pero decirle que no o contrariar a un individuo como aquel, era aparte de peligroso, una tarea ímproba. Aun así, siguieron intentándolo durante varios días, hasta que en uno de ellos y mientras caminaban por la orilla, se encontraron con Seren.




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