La Dinastía (libro 9. Verk Svetl's)

Cap. 17 ¿Dónde estoy?

 

Véneto, Italia. Diciembre, 2004

El atardecer vestía de colores naranja el viñedo que el joven tenía ante sus ojos, pero los cerró y cayó sin sentido debido al agotamiento. No supo cuánto tiempo había pasado, pero cuando los abrió de nuevo, solo captó oscuridad a su alrededor, y por un angustioso momento pensó que estaba nuevamente en la cueva donde había despertado antes. Se incorporó con rapidez. El cansancio físico había pasado, pero seguía tremendamente confundido. Los recuerdos parecían sombras evasivas que corrían en forma veloz cada vez que intentaba atrapar alguno.

Miró a su alrededor como buscando a alguien, pero maldijo con frustración, porque seguía sin tener idea de qué o a quién buscaba. Dio algunos pasos y a lo lejos divisó luz, así que se dirigió en aquella dirección y a medida que se acercaba, notó una construcción y que era de allí de donde procedía lo que inicialmente había pensado se trataba de una fogata. Aunque le había parecido que estaba muy lejos, llegó con sorprendente rapidez. No veía ni coche ni caballos, pero sabía que había por lo menos dos personas allí, pues escuchaba sus voces, de modo que se acercó y tocó la puerta.

  • Kasny dunheit – saludó cuando le abrieron

El hombre que había abierto la puerta era más bien escaso de tamaño, tenía poco cabello y de algún modo determinó que estaba muy alterado. Más allá y cerca de una mesa, estaba una mujer que había dejado caer algo que se había estrellado ruidosamente en el piso, y ella parecía estar sufriendo la misma alteración que el hombre.

Ciertamente sus apreciaciones eran correctas, pues la pareja se había alterado muchísimo al ver a aquel gigante rubio a medio vestir, de pie en su puerta.

  • ¿Quién es usted y qué quiere? – preguntó finalmente el hombre

Aunque aquel no era su idioma, entendió perfectamente, pero le sorprendió la rudeza y poca amabilidad de aquel individuo.

  • Lamento haber interrumpido tan groseramente, sarì, pero estoy extraviado y agradecería mucho si pudiese usted indicarme dónde me encuentro.

Adriano Bresciano y su esposa Martina vivían muy cerca de los montes Lessini, en los Prealpes venecianos, de modo que Adriano sabía que eran muchos los osados que intentaban aventurarse en las formaciones cavernosas que había por el lugar, y no todas aquellas expediciones terminaban bien, y por el aspecto que presentaba aquel chico, posiblemente se tratase de eso, de modo que suavizó el tono.

  • No me lo digas, te perdiste en una de las cuevas – le dijo y lo vio elevar sus rubias cejas, pero asintió
  • Creo que es más que eso, porque no recuerdo qué sucedió
  • Pasa – y abrió la puerta por completo – estábamos a punto de cenar
  • No me gustaría importunar y…
  • No digas tonterías, siéntate y déjame revisarte

Aquella era una situación que ya habían vivido muchas veces con anterioridad. Las formaciones cavernosas, característica común de los Prealpes, parecían ejercer una fascinación, que personalmente encontraba absurda, en los chicos como aquel que a todas luces no era un lugareño. Sin embargo, de forma inmediata no encontró heridas que ameritasen atención médica y en cualquier caso, dudaba mucho que Amadeo, el médico local, le agradeciese que se presentase a esa hora con otro herido producto de aquellas desquiciadas expediciones.

Como a Martina ya se le había pasado el susto y viendo el aspecto de aquel chico, se apresuró hacia el armario que estaba cerca de la puerta, tomó un abrigo de Adriano y ahora se lo estaba ofreciendo a su inesperado visitante.

  • Le ofrezco mis disculpas por mi lamentable aspecto, señora
  • No hay nada que disculpar, pero cúbrete o pescarás un resfriado
  • Mi nombre es Adriano – dijo el hombre extendiendo su mano – ¿Y tú eres?
  • Desearía poder responderle a esa pregunta, pero la realidad es que no recuerdo muy bien
  • ¿No recuerdas tu nombre?
  • Estoy en la creencia de que debo haber sufrido alguna clase de accidente en la cueva que mencionó, pero por más que intentó recordar qué sucedió o cómo llegué allí, no me es posible – dijo frotándose la frente – Creo… que mi nombre es… Milo… algo, pero no recuerdo más

El individuo en cuestión, y, aunque él mismo no lo sabía en aquel momento, era Milorad. La pareja compuso expresión de conmiseración, pero se reafirmaron en su idea de que aquel era uno de esos chicos muy curiosos, pero faltos de juicio, que intentaba explorar sin conocimientos para ello.

  • Tal vez se golpeó la cabeza – dijo Martina mirando a su esposo
  • Pues si lo hizo contra esa dura piedra, es mejor que lo vea un médico, pero al menos de momento no parece tener ninguna herida grave 
  • No voy a negar algo que evidentemente desconozco, pero les aseguro que no me duele nada
  • Un momento ¿Y tú identificación?
  • ¿Identificación? – preguntó mirando a Martina que era quien había dicho aquello
  • ¡Claro! En tu billetera debes tener tu identificación




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