La Dinastía (libro 9. Verk Svetl's)

Cap. 20 Lucien

 

Italia-América

Después del conflictivo período revolucionario, Lucien finalmente iría por Anastasia a quien había ordenado encerrar en una de sus propiedades. Por supuesto, y, aunque ella se alegró de verlo, la chica no estaba especialmente contenta, pero como no había nada que a Lucien le importase menos, ignoró la ira de Anastasia, pero ella no estaba dispuesta a ser ignorada.

  • Luciano

El susodicho elevó apenas los ojos clavándolos en los de ella con más sorpresa que otra cosa, pues no era usual que nadie lo interrumpiese mientras hablaba sin importar si lo que decía interesaba o no a quien escuchaba.

  • ¿Te das cuenta que no soy una cosa? – puntualizó

Como él en verdad no tenía ni la más peregrina idea de por qué ella hacía esa pregunta, se lo tomó a broma.

  • Seguro, porque si lo fueras, estarías en alguna estantería y no en mi cama

Como no estaban en una, pues si así hubiese sido, Anastasia habría tenido poca oportunidad decir algo más, la chica colocó el cubierto a un lado con algo más de violencia de la habitual, lo que hizo que Lucien elevase una ceja.

  • ¿Te sucede algo?

La pregunta era estúpida en opinión de Itlar que había estado atento, pues él había notado lo que Lucien no, es decir, que efectivamente aquella criatura estaba furiosa, algo muy perjudicial para ella misma a juicio de Itlar. Lucien por su parte y después de hacer la pregunta, había juntado las cejas, pues había recordado, de lo más inconvenientemente al menos para él, la conversación que había sostenido con Istval hacía años, en donde su amigo lo instruía acerca de la especial condición de las chicas en ciertos días, pero apenas estaba formándose la idea de que eso no era asunto suyo, cuando Anastasia volvió a hablar.

  • Sí, sí me sucede

Lucien y de acuerdo a lo que había pensado, tuvo un mínimo gesto de paciencia, o al menos lo intentó, pues ella no lo dejaría.

  • Anya, esforzándome mucho, pues un caballero no…
  • Cierra la boca y escucha, Luciano

Itlar se encomendó a los dioses pidiendo una asistencia que sabía no iba a recibir, y ahora su dilema era, veía impasible cómo Lucien le quitaba la cabeza a aquella chica, o tomaba la muy arriesgada decisión de sacarla de allí y llevarla a algún lugar desconocido hasta para él, para luego enfrentarse a la perspectiva de ser encerrado en Zatvor si tenía suerte, o a ser inmisericordemente apaleado si no la tenía. Lucien por su parte, se había puesto violentamente de pie, y, aunque sus ojos no se habían tornado carmesí, su actitud gritaba fuerte y claro que la última cosa que Anastasia podía esperar, era que él hiciese algo como obedecer a alguien que estaba muy alejada de poder darle órdenes. Sin embargo, o Anastasia era muy valiente, o el encierro la había hecho perder definitivamente el juicio.

  • No eres mi dueño, no tienes derecho a encerrarme y a olvidarte de mí como si fuera un libro o…

Un segundo después, Lucien estaba aferrándola por los hombros, Itlar hizo acto de presencia y Anastasia había ahogado una exclamación.

  • Lucien, por favor – dijo Itlar

El levjaner sabía que aquello era casi suicida, pero había percibido con claridad meridiana las intenciones de Lucien, pero había demorado unos segundos en tomar la decisión de sacar a Anastasia de allí, y ahora para hacerlo habría tenido que enfrentarse a Lucien y eso estaba fuera de discusión.

  • ¡Fuera! – le gritó Lucien

Itlar había puesto al servicio de aquella peligrosa causa, toda su destreza intentando tranquilizar a aquel individuo, y ya fuese por eso, o porque la interrupción había obrado la imposibilidad de que Lucien recobrase algo de juicio, Anastasia no perdería su bonita cabeza en ese momento.

  • Supongo que tienes claro quién soy ¿no es así? – preguntó y la chica que con dificultad lo único que tenía claro era la furia de aquel sujeto, no pudo decir nada, pero él debió asumir que lógicamente la respuesta solo podía ser afirmativa – Escúchame bien, señorita Massera – dijo en el tono más odioso del mundo – En principio, yo puedo hacer lo que me de la gana, especialmente contigo, porque te recuerdo, que fui yo quien te sacó de aquella sucia carreta donde ibas a ser violada y posiblemente luego vendida si sobrevivías a aquellos animales, algo muy poco probable por lo demás, porque ya estabas muriendo. Fui yo quien te dio una vida que en otras condiciones habrías estado muy lejos de tener, te di un nombre, una casa y la posibilidad de vivir en una sociedad civilizada. Pero suponiendo que no hubiese hecho nada de eso, tú eres una devrig y yo soy tu príncipe, de modo que sí, tengo todos los derechos que cuestionas, así que la próxima vez que quieras decir estupideces, pon mucho empeño en no decírmelas a mí, o podrías perder algo más que la cómoda vida a la que te has acostumbrado

Después de eso la hizo a un lado y se marchó. Itlar pensó que en conjunto, a Anastasia no le había ido tan mal teniendo en cuenta a quién había molestado y cómo. Mientras iba tras Lucien, Itlar recordó todo lo que él acababa de decir como si estuviese ocurriendo en ese momento.




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