Italia-América
Después del conflictivo período revolucionario, Lucien finalmente iría por Anastasia a quien había ordenado encerrar en una de sus propiedades. Por supuesto, y, aunque ella se alegró de verlo, la chica no estaba especialmente contenta, pero como no había nada que a Lucien le importase menos, ignoró la ira de Anastasia, pero ella no estaba dispuesta a ser ignorada.
El susodicho elevó apenas los ojos clavándolos en los de ella con más sorpresa que otra cosa, pues no era usual que nadie lo interrumpiese mientras hablaba sin importar si lo que decía interesaba o no a quien escuchaba.
Como él en verdad no tenía ni la más peregrina idea de por qué ella hacía esa pregunta, se lo tomó a broma.
Como no estaban en una, pues si así hubiese sido, Anastasia habría tenido poca oportunidad decir algo más, la chica colocó el cubierto a un lado con algo más de violencia de la habitual, lo que hizo que Lucien elevase una ceja.
La pregunta era estúpida en opinión de Itlar que había estado atento, pues él había notado lo que Lucien no, es decir, que efectivamente aquella criatura estaba furiosa, algo muy perjudicial para ella misma a juicio de Itlar. Lucien por su parte y después de hacer la pregunta, había juntado las cejas, pues había recordado, de lo más inconvenientemente al menos para él, la conversación que había sostenido con Istval hacía años, en donde su amigo lo instruía acerca de la especial condición de las chicas en ciertos días, pero apenas estaba formándose la idea de que eso no era asunto suyo, cuando Anastasia volvió a hablar.
Lucien y de acuerdo a lo que había pensado, tuvo un mínimo gesto de paciencia, o al menos lo intentó, pues ella no lo dejaría.
Itlar se encomendó a los dioses pidiendo una asistencia que sabía no iba a recibir, y ahora su dilema era, veía impasible cómo Lucien le quitaba la cabeza a aquella chica, o tomaba la muy arriesgada decisión de sacarla de allí y llevarla a algún lugar desconocido hasta para él, para luego enfrentarse a la perspectiva de ser encerrado en Zatvor si tenía suerte, o a ser inmisericordemente apaleado si no la tenía. Lucien por su parte, se había puesto violentamente de pie, y, aunque sus ojos no se habían tornado carmesí, su actitud gritaba fuerte y claro que la última cosa que Anastasia podía esperar, era que él hiciese algo como obedecer a alguien que estaba muy alejada de poder darle órdenes. Sin embargo, o Anastasia era muy valiente, o el encierro la había hecho perder definitivamente el juicio.
Un segundo después, Lucien estaba aferrándola por los hombros, Itlar hizo acto de presencia y Anastasia había ahogado una exclamación.
El levjaner sabía que aquello era casi suicida, pero había percibido con claridad meridiana las intenciones de Lucien, pero había demorado unos segundos en tomar la decisión de sacar a Anastasia de allí, y ahora para hacerlo habría tenido que enfrentarse a Lucien y eso estaba fuera de discusión.
Itlar había puesto al servicio de aquella peligrosa causa, toda su destreza intentando tranquilizar a aquel individuo, y ya fuese por eso, o porque la interrupción había obrado la imposibilidad de que Lucien recobrase algo de juicio, Anastasia no perdería su bonita cabeza en ese momento.
Después de eso la hizo a un lado y se marchó. Itlar pensó que en conjunto, a Anastasia no le había ido tan mal teniendo en cuenta a quién había molestado y cómo. Mientras iba tras Lucien, Itlar recordó todo lo que él acababa de decir como si estuviese ocurriendo en ese momento.
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Editado: 16.03.2022